De memoria
Carlos Ferreyra
En pocos días más se cumplirá el primer año de la ausencia de Male, Malenita mi compañera de vida durante seis décadas, mi guía moral y la madre de tres hijos.
Compruebo la falsedad de algunos dichos porque no es cierto que el tiempo cure las heridas, las agranda, las ahonda y las hace más sensibles cada día.
Los primeros meses de su partida recordaba yo a una Malenita festiva, alegre, rodeadas por las palomas en San Marcos, Venecia, mientras unos cuantos pajarracos hacían caso de otros turistas.
La recuerdo sonriente ante mi reacción, ante el pingüino que atiende a los comensales en la torre de plata en París, cuando ante la insistencia de repetir con monotonía: en francés por favor, mientras con Ricardo Trejo, su esposa Carolina nos esforzábamos en entender la carta del pretencioso tragadero.
Con palabras gruesas y muy a la mexicana mientras le exhibía un billete de 20 dólares le dije al tal por cual que por ese dinero me iba a hablar hasta en esperanto.
El pingüino con índice y medio, impecablemente enfundado en unos blanquísimos guantes tomo el billete que desapareció rápidamente en uno de sus bolsillos y ya con cálida sonrisa, preguntó: “¿Portugués ista bem?”.
Muchos otros incidentes compartimos en poco más de 60 años de vida común, pero lo mejor siempre fueron los minutos, las horas, los días de alegría que compartíamos.
Esos bellos momentos con el pasar de tiempo de recuerdos tiernos se han transformado en dolorosos pesares y el anhelo de estar pronto con Male, mi Malenita.
Pronto, cuando muera y una mis cenizas con las de ella sin caminos luminosos ni planos superiores o inferiores, con mi última neurona la llevaré en el pensamiento a punto de cumplir 80 años de vida y que es a quien quiero recordar.
Ya enferma por el bicho alemán, se le extraviaban recuerdos y personas sin que yo permitiera que tal cosa sucediera. Así, logramos conservar una cierta conciencia que a ella le causaba sorpresas y alegrías sin fin.
Nos acostumbró a dormir con una luz encendida y despertar a las 2 de la madrugada en punto, pero en tanto ella se daba la vuelta, se reacomodaba y seguía dormida yo quedaba inmóvil contemplándola a veces acariciándola y siempre adorándola.
En la mañana salía muy bañadita, impecable en su vestimenta y se paraba en el dintel de la habitación de nuestro departamento. Esperaba ahí sin decir nada yo, sentado en el sofá mirándola de frente me levantaba, le daba un suave “tope borrego” y un tierno beso en la frente.
Ese es uno de los momentos más dichosos de mi existencia, mirar sus ojitos negros refulgentes y en sus labios dibujar una sonrisa de contento yo sentía que todas las bendiciones de quien las tenga las tenía volcadas en ese momento. Créanme, nunca sentí más alegría que cada mañana.
Nos sentábamos a desayunar, ocasionalmente había que ayudarla un poco, se levantaba de la mesa, lavaba su boca y se iba a sentar junto a mí en el sofá.
Yo le decía con gesto presuntamente severo: “ya vas a trepar tus patotas en mi mesa mía”. Ella entendía la broma, contestaba con un simple “sí” y subía sus piecitos tan cuidados como era toda su persona hasta que se levantaba y pedía su sombrero.
Se colocaba su sombrero y acompañada por Marcelina, nuestro ángel guardián 35 años, bajaba a los jardines con su sombrero comprado en una feria de artesanías colombianas y que se ponía porque sabía que a nadie nos gustaba.
No le gustaba el sol, así que daba unos cuantos pasos y se regresaba a su refugio del departamento donde todos los días intentábamos platicar. Debo decirlo, generalmente lo lográbamos.
Cuidar de Male, mi Malenita es la tarea suprema que el destino me pudo asignar. Me siento contento por haber cumplido con ella, aún si no se enteraba, y espero culminar, mis hijos lo saben, uniendo mis cenizas a los de ella para dar nacimiento a un árbol que nos mantenga unidos. Creo que al final del camino y cumpliendo las leyes de la naturaleza convertidos en polvo, nutriremos el árbol de mis sueños el que, si alguna vez queman, llevará en sus volutas de humo unidos nuestros espíritus así, hasta el final de los tiempos.
Me disculpo con los lectores a los que sí lo leyeron y les interesó, se los agradezco, si no lo leyeron ni les interesó les informo que básicamente esto es parte de una meditación cotidiana, motivada por mi soledad, por la ausencia de Male, Malenita.