Héctor Calderón Hallal
Mucho debe agradecerle la oposición mexicana a la literatura y a la historia del pensamiento contemporáneo, porque le regaló al subversivo escritor del famoso libro “Diálogo en el infierno”, el francés Maurice Joly, que nos permite situar en el momento exacto por el que transitamos en la azarosa construcción de una sociedad que aspira a ser democrática, como la mexicana.
Maurice Joly, ‘el oscuro combatiente de la libertad’, el prolífico escritor de mal genio, que nunca supo alinearse a ninguna forma de proselitismo irreflexivo, nos deja la receta en un libelo histórico, descubierto y exhumado en 1948 en la Francia, de Charles De Gaulle, sobre las formas en que se construye un régimen despótico con los instrumentos y avances de la modernidad alcanzada hasta el siglo XIX, en que vivió el autor y se publicó la obra (1864).
Pero también nos sugiere la fórmula para su desmantelamiento.
El libro hace alusión a la tarea de gobierno del muy familiar para los mexicanos Napoleón III, quien hasta quiso poner sucursal de su gobierno despótico y expansivo en México, personificando el poder en la figura de su despistado primo hermano Maximiliano de Habsburgo y en su bella y atormentada esposa: Charlotte de Bélgica, nuestra inolvidable “Mamá Carlota”, Carlota de México.
Este trabajo histórico, muy seguramente fue mas de una vez consultado por el actual Presidente de México. Ahí se encuentra increíblemente sintetizado el espíritu de su método de ascensión y conservación del poder. Tan simple como eso.
No ha leído otro libro en su vida más que este, es el único que tiene en la cabecera de donde cuelga su hamaca… “triple contra sencillo”.
Sin conocer este libro, el multiinvocado y célebre “Peje” mexicano jamás habría podido comprender que:
Aquel diálogo ficticio y satírico sostenido por el gran diplomático florentino, Niccolò di Bernardo dei Machiavelli “Maquiavelo” (1469-1527) y el no menos importante juez y literato francés, Charles-Louis de Secondat, barón de La Brède et de Montesquieu, “Montesquieu” (1689-1755), constituye un desequilibrado cuento donde la ventaja nunca la deja de llevar a lo largo del desarrollo de la obra, el emisor-receptor que personifica en ese diálogo, el afán de imponer un poder autoritario a ultranza, a otro interlocutor (Montesquieu), que personifica el romanticismo de la defensa permanente y por sobre todos las cosas, del régimen de libertad, propiedad privada y estado de derecho… ¿Le suena?… ¿No?… Más le va a sonar unos renglones más adelante.
El Maquiavelo de esta sátira, logra imponerse en las discusiones a lo largo de los diferentes diálogos o desencuentros que tienen los dos personajes satirizados de la historia, a través del uso de la fuerza y la justificación materialista de sus convicciones.
Con sus argumentos aturdidoramente tramposos, se impone siempre sobre el ético y moralista Montesquieu, para justificar mediante argucias, refiriendo las injusticias cometidas en pasados gobiernos, contra los pobres y los frágiles frente a la ley.
A partir de esos argumentos, justifica y politiza el papel económico y financiero del Estado, señalando y poniendo en tela juicio el papel de las grandes instituciones de crédito nacionales, utilizando controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios, haciendo y deshaciendo constituciones, sometiéndolas en bloque a un referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, exhumando viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una vieja afrenta o humillación extranjera terminada hace rato, llámese la Conquista Española, etcétera.
Ahora sí, estoy seguro que se le hace conocida esta historia.
Pero la obra del ‘Diálogo en el Infierno’, constituido en un auténtico ‘Manual del Déspota Moderno’, dice más:
Un gobierno despótico crea jurisdicciones excepcionales a conveniencia, cercenando la autonomía de la SCJN, definiendo lo que es el “estado de emergencia” o las razones de la “seguridad nacional a fin de que sus proyectos de construcción o implementación no sean diferidos o ignorados por los nuevos gobiernos”.
Fabrica diputados “incondicionales”. No se ve que exista sustancial diferencia entre el comportamiento exigido a los candidatos primero y legisladores después de Morena –el partido oficial- que aprueban por anticipado una ley sin conocerla y con una lealtad “a ciegas” al jefe de Estado y el “juramento previo” exigido por Napoleón III a sus futuros diputados, de bloquear la ley financiera de los regímenes anteriores, por el procedimiento de la “depresupuestación”, que no es otra cosa que reducción del presupuesto ordinario a las áreas del gobierno que requieren esa inversión pero que cuyas obras, van enterradas o la población “no las vé”.
Por otra parte, Napoleón III, perpetró sin dudas un golpe de estado. Pero no hay que olvidar que ya antes había sido elegido, con gran mayoría de votos, presidente de la Segunda República francesa: El primer jefe de Estado de la historia europea, elegido por sufragio universal directo.
Y, que después de su golpe de estado, se sirvió, regularmente y con invariable éxito, del plebiscito, para reelegirse y mantenerse en el poder.
¿Le sigue sonando familiar la historia al caso de México? Con ese pretendido ejercicio –aparentemente inútil- de Revocación del Mandato.
O promover una civilización policial, pero impedir a la vez y a cualquier precio la aplicación del ‘habeas corpus’, hoy equivalente a la intervención oportuna y de conformidad con la Ley de los Derechos Humanos; nada de todo esto omite este ‘Manual del Déspota Moderno’, sobre el arte de transformar insensatamente un país a un régimen autoritario (la “Cuarta Transformación”) o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de “desquiciar” a las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente.
¿Cómo no identificar también una táctica clásica en nuestros tiempos cuando Joly hace que Maquiavelo aconseje al déspota moderno que multiplique las declaraciones izquierdizantes sobre política exterior con el objeto de ejercer más fácilmente la opresión en lo interno?
Fingirse progresista platónico en el exterior, mientras en el país explota el terror a la anarquía, el miedo al desorden, cada vez que un movimiento reivindicativo traduce alguna aspiración de cambio…
Porque el pleito de ese hipotético Maquiavelo de Joly contra el formal, conservador y utópico Montesquieu, se materializa en su afán de acabar con las instituciones del estado liberal y fundado en el régimen de derecho.
Y todas las acciones propuestas por ese Maquiavelo despiadado, que seguramente es la inspiración de López Obrador, podrían equivaler a desmantelarlas, “borrarlas legalmente de un plumazo legislativo”, sin considerar que podría la institución después de reparada o renovada, brindar una atención al público más funcional y adecuada a lo que se requiere.
Un gobierno déspota, practica ese deporte de amputar el brazo o la pierna, ante toda aquella evidencia temprana de la roncha o la mancha en la piel, sin razón, justificación o historia previa.
La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (se reitera, por ser condición indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto.
Por consiguiente, la dictadura puede afirmarse con fuerza a través del rodeo de las relaciones públicas.
Y es en esto precisamente en el que se sutenta que en México, no padrá cuajr este proyecto dictado por este ‘Manual del Déspota Moderno’, que se desprende del ‘Diálogo en el Infierno’.
En México, es la prensa, los medios de comunicación y sus trabajadores y directivos, quienes han sostenido una batalla heróica por denunciar y por no dejarse abrumar por los afanes del poder actual, concentrado en la figura de un solo hombre, en un proceso de concentración cada vez más evidente y acentuado.
Si por alguna razón, el despotismo no podrá instaurarse en nuestro país, será por el esfuerzo enorme que despliegan todos los medios por no caer en el juego barato de este despotismo que pretende acabar con las instituciones delestado liberal e instaurar una tiranía colectivista, donde el valor del talento de cada individuo se pierda ante la mediocridad y la flojera del “colectivo”.
hch