Astrolabio Político
Por: Luis Ramírez Baqueiro
“Gran descanso es estar libre de culpa”. – Marco Tulio Cicerón.
El papel del senador Manuel Huerta Ladrón de Guevara en la vida política de Veracruz atraviesa un momento crítico. Tras sus informes legislativos, que en realidad poco informaron y mucho exhibieron, quedó en evidencia un político que se alejó de los principios fundacionales de Morena para buscar acomodo en alianzas contradictorias y hasta peligrosas para el movimiento que dice representar.
El ex delegado de los programas del Bienestar fue uno de los principales constructores de la estructura territorial de Morena en la entidad, pero en lugar de consolidar ese capital político como instrumento de unidad, lo utilizó para proyectar ambiciones personales.
La evidencia más clara de ese desvío fue su cercanía con el Clan Yunes, enemigo histórico del lopezobradorismo en Veracruz, y más tarde, su alianza con Adán Augusto López Hernández, considerado el principal opositor interno de la gobernadora Rocío Nahle García en el Senado.
Hoy, ese grupo tabasqueño con el que Huerta apostó su destino político se encuentra en franca caída. Los señalamientos de corrupción contra Octavio Romero Oropeza, ex director de PEMEX, revelados por empresarios estadounidenses que lo acusan de haber facilitado sobornos a cambio de contratos, golpean de manera directa la credibilidad de quienes lo acompañaron.
El líder de esa corriente, impuesto en el INFONAVIT durante el sexenio de la presidenta Claudia Sheinbaum, también enfrenta acusaciones graves en tribunales de Estados Unidos. Se trata de un bloque debilitado, cuestionado y con pocas probabilidades de recomponerse.
En ese escenario, Manuel Huerta aparece como un político descolocado: sin el respaldo del lopezobradorismo genuino, alejado de la gobernadora Nahle y atado a un grupo en franco proceso de derrota. Su capital político, que alguna vez fue considerable, se ha erosionado a la par de su credibilidad.
A ello se suma su papel como principal promotor de Movimiento Ciudadano (MC) en Poza Rica, donde, aliado con presuntos criminales vinculados a ese grupo político, hizo posible la aparente victoria de su candidato. Sin embargo, esa victoria hoy se encuentra en entredicho: el pasado sábado 17 de agosto, el Tribunal Electoral del Estado de Veracruz (TEV) ordenó el recuento total de las actas de escrutinio, pues la diferencia a favor del candidato naranja no llega ni a los 500 votos, lo que representa apenas el 0.019% de la votación municipal. Una derrota política disfrazada de triunfo que tarde o temprano cobrará factura.
Pero la situación del senador se complica aún más con las sombras de su propio pasado. En la Fiscalía General del Estado (FGE) existen sendos expedientes por delitos de acoso y abuso sexual listos para ser desempolvados en cualquier momento. Señalamientos que, más allá de su desenlace jurídico, lo exhiben como un personaje lleno de presuntos vicios y contradicciones, muy lejos del perfil ético que debería tener un representante popular de un movimiento que nació para regenerar la vida pública.
La respuesta no es sencilla. Morena, como cualquier fuerza política en el poder, enfrenta retos internos: ambiciones personales, luchas de facciones y personajes que, como Huerta, parecen haber olvidado la esencia transformadora que dio vida al movimiento. Pero pocos casos resultan tan evidentes en su descomposición como el del hoy senador.
Lo cierto es que Manuel Huerta dejó de ser un factor de cohesión. Su proceder, sus alianzas y sus antecedentes lo colocan más como obstáculo que como aliado en el proceso de consolidación del morenismo en Veracruz.
Y si Morena quiere seguir siendo el instrumento de cambio que prometió, deberá revisar con severidad qué personajes representan realmente sus principios y quiénes, como Huerta, solo buscan resguardo bajo unas siglas que ya no honran.
Al tiempo.
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