Por: Ricardo Burgos Orozco
Me tocó ver esporádicamente a Marcelo Ebrard Casaubon en algún evento como jefe de gobierno entre 2006 y 2012 porque yo trabajaba en la Administración Federal de Servicios Educativos en el Distrito Federal. Algunas veces, visitaba alguna primaria o secundaria y ahí lo encontraba. Algo de él me había platicado uno de sus hermanos, Alberto, con quien coincidí en la entonces Compañía Nacional de Subsistencias Populares (Conasupo), él como subdirector comercial y yo en el área de comunicación social. Me dijo algo que se me quedó grabado en la memoria: que Marcelo es muy ególatra.
Por eso me imagino la decepción, el coraje y la frustración que sintió cuando Andrés Manuel López Obrador decidió hacerlo a un lado como candidato a la presidencia de la república, traicionando de alguna manera el pacto no escrito que tenían cuando Ebrard Causabon se hizo a un lado en 2012 para dejarle el lugar al tabasqueño y que se lanzara por segunda ocasión a la presidencia de la república en aquel entonces.
Marcelo tenía la seguridad que el actual presidente iba a cumplir su palabra de honor y lo iba a ungir –la palabra que acostumbraba mi buen amigo Fidel Samaniego, en paz descanse — como aspirante presidencial, aunque desde un principio las señales apuntaban a Claudia Sheinbaum.
Confiado en que a final de cuentas él iba a ser elegido, Ebrard se rodeó de decenas de colaboradores, asesores y gente con distintos perfiles para que lo apoyaran en su inminente designación. Su equipo cercano renunció de la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde estaban con él, para lanzarse a la aventura de su posible candidatura. Marcelo nunca calculó tal vez lo que iba a suceder.
El 6 de septiembre pasado se llevó el chasco de su vida porque se cumplió lo que casi todo mundo señalaba: Claudia Sheinbaum, la favorita de siempre de López Obrador, iba a ser quien a final de cuentas iba a ganar las “encuestas” de su partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) para ser candidata a la presidencia en los próximos meses.
Ególatra como siempre, Marcelo Ebrard Casaubon no acepta la derrota, todavía tiene la esperanza de que repongan el proceso, que se rectifique, echen para atrás la decisión de López Obrador, porque es sabido que las encuestas son una simulación más de Morena, y sea él quien tenga el apoyo del patriarca.
Sin embargo, en ese intermedio, Ebrard se ha quedado en el limbo. No camina ni para atrás ni para adelante. Está en espera de la decisión no sabemos quién porque parece un sueño que el líder rectifique. Lo peor es que perdió mucho del terreno de credibilidad que había ganado como un político experimentado y un funcionario eficiente. Ahora parece más como un niño berrinchudo que no acepta lo inevitable. Cayó de la gracia de quienes confiaban en él.
Lo peor es que supuestamente sigue en Morena, ni se va y tampoco decide quedarse en definitiva. Eso sí, prometió estar en las boletas electorales para la presidencia de la república en 2024. Su tiempo se está agotando y el destino del otrora eficiente y experimentado político mexicano es incierto.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político