Luis Farías Mackey
El laicismo no predica tanto de lo religioso cuanto de lo público. El laicismo es la condición de laico; “laico”, del latín laicus, a su vez, del griego laikos, que deriva de laos: pueblo e ico: relativo a. Laico, pues, significa relativo al pueblo. Y la característica principal del pueblo (polis, en este significado) es lo plural.
La laicidad, podríamos inferir, es la condición de lo plural, de lo diferente.
La pluralidad expresa la libertad humana y el carácter contingente e imprevisible de su conducta. A diferencia de la roca que desprendida de la montaña solo puede caer, la conducta del hombre puede ser de infinitas maneras. Una de ella es la del creyente que libremente adopta una religión y todos sus dogmas.
Lo no laico es lo klérikos: clérigo, propio de quien ha recibido las órdenes sagradas. Así, el laico es libre en lo plural de la sociedad, el clérigo responde a los votos que lo obligan, entre ellos el de obediencia. El “feligrés” significa hijo de la iglesia (filius—eclessiae), o miembro de una capilla a la que le debe obediencia.
Así, una concentración y marcha de laicos es relativa al pueblo, su pluralidad, libertad y derechos. Una marcha de clérigos y feligreses lo es a las órdenes de su capilla y verdad única.
Pero no solo las religiones tienen una verdad única, también los regímenes totalitarios que suelen tener más de religión y fe, que de política y libertad.
De allí la diferencia entre la marcha ciudadana del 13 de noviembre y la procesión de fieles de este domingo (27 de noviembre).
Nadie “marchará” por las calles de la Ciudad de México este fin de semana, por lo menos ninguno de los que están siendo ordenados a concentrarse a lo largo de Reforma, Juárez, 5 de Mayo y la plancha del Zócalo capitalino. Quienes así lo hagan no marcharán, menos en ejercicio de sus libertades ciudadanas. Lo que ellos hagan será una procesión propia de las religiones, ritos sagrados y pensamiento único. No lo harán tampoco libremente, porque cualquiera de ellos tendría en mente problemas mucho más ingentes, incluso de vida o muerte, al de rendir pleitesía al santísimo que se exhiba en público para su adoración y reverencia.
Cuando se concita al pueblo, éste simplemente acude sin ningún orden ni prelación. Cuando se convoca a una procesión, ésta demanda disposición, jerarquías y ritual, no se trata de que el pueblo se exprese libremente, sino que participe en una ceremonia y sus simbolismos. En la procesión de este domingo, anunció ayer el presidente, la disposición de la gente será por contingentes organizados por orden alfabético —se entiende, aunque no lo dijo, de entidades federativas— bajo la coordinación, eso sí lo dijo expresamente— de las “autoridades” para —obvio— su fácil identificación para efectos de corroborar el cumplimiento de la cuota de fieles impuesta a cada capilla y sacristán.
Esa es la diferencia entre Re—Pública y régimen teocrático; entre laico y feligrés; entre pluralidad y pensamiento único. Entre marchar e ir en procesión.