Cualquier deuda que México pudiera tener con la autocracia castrista está saldada con creces. Partiendo desde que Fernando Gutierrez Barrios perdonó la vida y pusó en libertad a Fidel, el Che y Raul, y ha que el yate Granma zarpó de Tuxpan, añadiendo a lo anterior, que fue de primer orden el reconocimiento que el Estado Mexicano hizo al gobierno de Cuba a partir de 1959, en el exterior y tribunas internacionales. De igual forma, el apoyo económico mexicano a la mayor de las Antillas es desde entonces constante e invaluable, hoy sin temor a exagerar, el petróleo mexicano, es un pulmón que permite a la agonizante economía cubana respirar. México también acoge al cuestionado programa de médicos cubanos y es un importante puerto de abrigo para los cubanos que parten al exilio. Por todo lo anterior, no debe existir remordimiento alguno por retirar de un parque público, las estatuas de Fidel y el Che, figuras que hoy en un México ávido de concordia, enfrentan y polarizan.
Sin embargo, los lazos que unen a ambas naciones no surgieron en 1959 con los barbudos de la Sierra Maestra, datan de cinco siglos atrás y abarcan todos los campos imaginables. De Santiago de Cuba, partió Cortés en la expedición que concluyó en la conquista y nacimiento de México. A partir de entonces el intercambio entre el Virreinato de la Nueva España y la Capitanía General de Cuba no cesó. No en vano La Habana era la primera o última escala, dependiendo el caso, al salir o antes de llegar a Veracruz. La relación entre cubanos y mexicanos se forjó e incluso se llegaron a estrechar lazos de sangre y de familia en ambos lados del Caribe. Un distinguido virrey novohispano, el Conde de Revillagigedo, cuyo nombre ostenta el mayor territorio insular mexicano, fue un criollo habanero.
Al consumar México su independencia, la relación cubano-mexicana, no cesó, al contrario se robustece, el intercambio fue preponderante en la cultura, la política y la educación. A partir de entonces los desterrados mexicanos zarparon a La Habana y los cubanos desembarcaron en Veracruz. El referente más notable lo fue el caso de la familia Martí, que vivió en la Ciudad de México su etapa familiar más plena, ensombrecida solamente por la muerte prematura de Ana, la hermana más querida del Apóstol, una bella y simpática habanera que fue pretendida por el joven Venustiano Carranza, pero al final ella eligió al pintor michoacano Manuel Ocaranza.
En México, la personalidad de Martí se reveló en todos sus talentos, incluido el de Don Juan. Fue aceptado por los círculos intelectuales y políticos locales y se casó con Carmen Zayas Bazán en el Sagrario Metropolitano. Su postura como Lerdista le valió una atenta invitación por parte del porfirismo triunfante para partir a Guatemala, aunque años después a volver a México, dice la leyenda que se entrevistó con Don Porfirio, quien a pesar de su simpatía por España, no pudo evitar ver en el cubano, al joven patriota que él alguna vez fue durante la guerra contra franceses y traidores.
Martí dejó constancia de México como su segunda patria, pero no ha sido el único, otros cubanos incluso derramaron sangre por México y son ejemplo ineludible de la hermandad de dos pueblos. Cubanos sirvieron con distinción en el Ejército Trigarante, en las luchas contra filibusteros, franceses y estadounidenses, pero también evidentemente, pelearon en los dos bandos de nuestras guerras civiles decimonónicas.
No fueron pocos, pero hubo uno que habló por todos, el General Pedro Ampudia. Pedro Nolasco Martín José María de la Candelaria Francisco Javier Ampudia y Grimarest, nació en La Habana en 1805, aunque fue educado en Campeche. Siendo un adolescente se incorporó a la escolta de Don Juan O ´Donojú, el último virrey, ahí comenzó su ascendente carrera militar que lo llevó a participar en todas las guerras posteriores del México independiente.
Es recordado por haber derrotado a las gavillas de texanos que incursionaron en 1842 en Mier Tamaulipas y como el Comandante del Ejército del Norte que defendió con bravura Monterrey en 1846. Fue también gobernador de Tabasco, Nuevo León y Yucatán. En 1860, lo designó Juárez, Secretario de Guerra y Marina, el único en la historia nacido fuera de territorio mexicano. Desafortunadamente reconoció al imperio de Maximiliano, y ello le valió al triunfo de la República, la prisión militar por un breve periodo, murió en la Ciudad de México en agosto de 1868.
Otros cubanos relevantes en México pero no los únicos, han sido Pedro Santacilia, el influyente yerno de Juárez, el embajador Márquez Sterling, y más recientemente Don Pablo Machado, una institución en la industria azucarera mexicana, así como Alejandro González Acosta en la Academia. Hoy en momentos de polarización, es oportuno recordar que Cuba en México no solo es Fidel, que los anteriormente mencionados constituyen el verdadero espíritu de una relación que ha existido por medio milenio, y sin duda alguna el mejor homenaje a ella, sería poner en la Alcaldía Cuauhtémoc un busto de Martí, figura que a todos une y honra, en el sitio donde antes estuvieron los bronces de los cuestionados tripulantes del Granma.