Joel Hernández Santiago
Al señor Enrique Ochoa Reza, dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional, le ha dado por convertirse en el paladín de la anti-corrupción, de la transparencia y de que la política de partido rechine de limpio.
Sí, el mismo señor Ochoa Reza que llegó a su actual posición de forma inverosímil porque dadas las actuales circunstancias de este partido todos suponían a un hombre del PRI hecho y derecho, consumado, con experiencia y fortaleza, con sagacidad e inteligencia para sacar a su instituto del hondo bache en el que se encuentra y que se evidenció en las elecciones de 2015 en México.
Sí, el mismo señor Ochoa Reza que recibió una liquidación y gratificación de 1.2 millones de pesos por dos años de trabajo como director general de la Comisión Federal de Electricidad, aparte de su privilegiado sueldo y beneficios; el mismo que desde ahí aprobó, por órdenes superiores, aumentos a las tarifas de luz para que los usuarios paguen los desvaríos financieros del país.
Sí, el mismo señor Ochoa Reza que cuando quería ser consejero federal electoral a la pregunta de que si militaba en algún partido, negó serlo del PRI y quien luego dijo que era un militante histórico, para ser dirigente partidario.
Su designación como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI el 12 de junio de 2016 causó polémica entre la clase política mexicana, pero más al interior de su partido en donde muchos vieron con malos ojos esta designación y muchos más miraron hacia otro lado, presagiando un futuro desastre de organización, coordinación y de resultados electorales para 2017 y en especial para 2018.
Y llegó en momentos en los que gobernadores y funcionarios públicos de su partido eran acusados de corrupción, malversación de recursos públicos, de ingobernabilidad, abusos e impunidad, entre otros milagritos.
En particular tres gobernadores priístas eran señalados por el dedo flamígero de la justicia popular. Los mismos que perdieron la elección para su partido en sus entidades el año pasado. Ya sabemos quiénes son.
No es nuevo que los mexicanos vean con recelo y desconfianza a políticos del partido que se mantuvo en el poder nacional por más de setenta años. Pero puestos a escoger, tampoco los otros partidos tienen mucho de qué presumir en materia de transparencia y honorabilidad entre sus políticos, puestos en gobierno o función pública.
Con todo, el señor Ochoa Reza ha iniciado una lucha cuerpo a cuerpo con dirigentes de otros partidos. En contra de Ricardo Anaya, del conservador Partido Acción Nacional, y del señor Andrés Manuel López Obrador, dirigente del partido Morena, presuntamente de izquierda.
De forma estruendosa y para llamar la atención, ha convocado de forma reiterada a Andrés Manuel López Obrador. Lo concita. Lo reclama. Lo acusa de miedoso y de mentiroso. Miedoso porque no acepta debatir con él; mentiroso porque dice que presentó información falsa en su declaración 3 de 3 ocultando bienes y recursos provenientes ¿de dónde? –se pregunta–.
López Obrador está a la cabeza de los gustos electorales a menos de dos años de las elecciones presidenciales. Mucho tiempo aún para entonces. López Obrador camina en solitario, montado en los fracasos de gobierno del PRI y en la brutal crisis interna del PAN. Aun así nada está escriturado, sobre todo porque Morena es López Obrador y no hay indicios de su propuesta de nación.
Los panistas se debaten al interior por ganar la designación para la candidatura. La división interna y la confrontación los exhiben como un partido beligerante y ambicioso. Ricardo Anaya, su dirigente quiere ser, pero tiene enfrente al gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle y a la señora Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón. Ambos representantes de diferentes grupos internos.
Así que apenas hace unos días el señor Ochoa Reza reclamó a ambos dirigentes que estén jugando con cartas marcadas. Que sean al mismo tiempo dirigentes y que quieran ser candidatos a la presidencia del país. Y los regaña y los acusa de abusivos, porque –dice- un dirigente de partido funge como ‘arbitro’ y no se vale –dice también- tener “dos cachuchas”.
Así que embravecido el señor Ochoa Reza lanza su cuarto a espadas en contra de todo lo que no le parece bien, fuera de su propia casa, y a la manera de Clavillaso, en “El chismoso de la ventana”, ve tras las rendijas en casa ajena y opina públicamente de lo que ve y escucha.
Y no lo ven ni lo escuchan. Todos saben que en México hay una seria crisis de credibilidad y de confianza en los partidos políticos, cualquiera de ellos. Porque todos ellos se han convertido en un serio problema para el país, para los mexicanos y para la democracia no consolidada aquí.
La batalla que vemos, es cuerpo a cuerpo, por ganar la contienda presidencial en 2018… pero es una batalla en la que no existen las ideas de partido, la ideología definida, la doctrina partidaria y, lo más importante, el proyecto de nación.
Nada existe ahí. Todos están en lo suyo, la búsqueda del poder por el poder. Lo demás –que somos todos nosotros- es lo de menos, en una lucha campal de máscara contra cabellera.