Javier Peñalosa Castro
La semana que termina estuvo marcada, más que otras, por los desencuentros y el humorismo involuntario, principalmente a cargo de la Secretaría de Relaciones Exteriores y su titular, Luis Videgaray, quien por cierto dijo que no quiere ser el candidato del PRI a la Presidencia, y que se conforma con lograr una renegociación exitosa del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, máximo emblema del salinismo y asidero del llamado neoliberalismo que ha campeado en el País durante más de 30 años.
El propio Videgaray se sintió impelido a responder una andanada del inmaduro gobernante venezolano, que ha lanzado dicterios contra Peña Nieto en respuesta a la actitud injerencista del gobierno del mexiquense que, por más mal que obre Maduro, no debería traicionar la tradición de no intervención en los asuntos internos de otras naciones que ha caracterizado a la diplomacia mexicana.
La promoción de votaciones descalificatorias en la OEA al gusto de Donald Trump y la censura al gobierno vigente hasta el día de hoy en la nación sudamericana, han provocado la ira de un hombre de muy pocas luces y respuestas viscerales que la emprende en guerra verbal contra la cabeza del gobierno mexicano.
De pena ajena ha sido la reacción infantil de Videgaray, quien ha respondido a Maduro con el mismo epíteto que éste dirigió a Peña Nieto: “Cobarde es quien usa el poder del Estado para desmantelar la democracia”. Hasta donde podemos recordar, los presidentes de México no habían necesitado hasta ahora de los buenos oficios de alguno de sus empleados de más alto rango para que salieran a defenderlos, pero —qué duda cabe— los tiempos están cambiando.
En otro episodio en el que Videgaray fue protagonista (secundario) seis meses después de aquella comentadísima conversación telefónica entre Peña Nieto y Trump, finalmente esta semana el Washington Post ofreció una versión completa del intercambio que se dio entonces entre Peña y el recién llegado Trump, que, al más puro estilo lopezportillista, defendió como perro su planteamiento de que el muro que amenaza con edificar en la frontera entre su país y México tendría que ser costeado por los mexicanos.
De acuerdo con el texto divulgado por el rotativo estadounidense, Trump advirtió a Peña Nieto que no desmintiera públicamente aquello de que México habría de pagar por el muro de la ignominia y la pataleta del palurdo gobernante estadounidense, quien cada semana queda en evidencia por sus declaraciones falsas, sus balandronadas y su actitud pandilleril, al sentirse desobedecido.
También se supo que en un acceso de grosería como los que lo caracterizan, Trump dijo a su homólogo mexicano que él no tenía intención alguna de dialogar con él, pero que lo había convencido Jared Kushner, su yerno, quien es amigo de Videgaray.
Trump también dijo que Videgaray habla mejor el inglés que él (lo cual no es digno de encomio, pues el hombre del jopo rubio no es precisamente un ejemplo de dominio de la lengua de Shakespeare) y habló muy bien de Videgaray, lo cual, sin duda, fue un “beso del diablo” que en poco ayudó a sus aspiraciones políticas.
Después de leer la conversación queda claro que Trump es resbaloso como un pez, y que difícilmente se le puede convencer, pues es un pésimo negociador, incapaz de ceder lo mínimo indispensable para lograr una actuación ganadora y de necear hasta un grado impensable para no dejar la impresión de debilidad, lo cual, evidentemente, le provoca una gran angustia.
En esta conversación, de la que los gobiernos de México y Estados Unidos negaron su existencia hasta la saciedad, Trump también se muestra zalamero con Peña e incluso llega a decirle que le gustaría que permaneciera “otros seis años” en la Presidencia.
Aunque a destiempo, la pieza divulgada es por demás aleccionadora sobre la materia de la que están hechas las relaciones entre México y Estados Unidos y el grado de obsecuencia del gobierno mexicano en muchos temas (aunque en el del muro ninguna de las partes parece dar su brazo a torcer).
Debemos prepararnos para atestiguar muchos equívocos más en la relación más importante para México y resignarnos a que sea Videgaray —y no Peña Nieto— el payaso de las cachetadas de Trump, y que sirva para amortiguar los embates nada diplomáticos del jefe del Estado más poderoso (a reserva de lo que opine su supuesto aliado y amigo Vladimir Putin sobre tal supremacía).
No era necesario que Videgaray aclarara que no buscará la nominación a la Presidencia, pues es evidente que, si bien goza del favor de su jefe, y es visto por simpatía por su principal dolor de cabeza dentro de la diplomacia, Peña Nieto tendría que adoptar una decisión aún más suicida que la que le permitió entronizar al primer primo del País como gerifalte del mirreinato de Atlacomulco, que se ha consolidado como un enclave de primer orden para la perpetuación de la casa real mexiquense.
Pero el Estado de México y la República Mexica na no son lo mismo, ni la voluntad presidencial es irrebatible en un ámbito de pesos y contrapesos en el que los gobernadores que permanecen en libertad siguen teniendo mucho peso dentro del PRI.