La protesta callejera es una medida de desesperación social. Apenas palia la irritación de aquellos que son ignorados por los gobernantes.
Con gritos que no se escuchan en las oficinas públicas, con pancartas que sólo leen quienes las portan, es el momento en el que todavía no se consigue influir en las decisiones que afectan a todos, pero que son ordenadas desde la esfera del poder.
Hay una crisis de representatividad. Y no sólo porque los diputados y senadores se olviden de sus electores y sólo obedezcan las líneas que les tiran sus partidos, sino porque los titulares de los Ejecutivos ascienden al poder, buscan el voto, escondiendo sus reales intenciones.
Nadie, absolutamente nadie hubiera votado por Felipe Calderón, por ejemplo, si en su campaña hubiese anunciado que declararía la guerra a los criminales, que sacaría al Ejército y a la Armada de sus cuarteles y crearía una policía que acabaría confundiéndose, entremezclándose, protegiendo a la delincuencia organizada.
Pocos, muy pocos le habrían dado el triunfo a Enrique Peña Nieto, si éste hubiese anunciado que entre sus planes de gobierno estaría la desaparición del régimen especial del IVA en las fronteras, si hubiera dicho que entregaría el petróleo en propiedad a entes privados nacionales y extranjeros.
Y es que dicen bien: las campañas electorales se hacen en dulce verso, pero se gobierna en amarga prosa.
Esa amargura se sintetiza en aquel dicho del malhadado salinismo. Ni nos ven. Ni nos oyen.
No nos representan. Son, acaso, personeros de intereses de fuerzas supranacionales, de gobiernos extranjeros, de organismos transnacionales.
Aquí sólo queda marchar, gritar, elevar pancartas. Nada más.
Una insana medida desesperada que sólo lleva a la frustración.
NO QUIEREN CONSULTARNOS
La partidocracia está a punto de discutir y aprobar la enésima reforma política, desde aquella de don José López Portillo que dio entrada al sistema a las minorías disidentes.
Y para no variar, esta nueva reforma política sólo atiende los asuntos que interesan a los partidos políticos, a sus cúpulas, pero escasamente a su militancia.
Más recursos monetarios y propagandísticos de esos que llamamos prerrogativas… más tiempo en los cargos de dizque representación, a través de una tramposa reelección… más y más y más para los partidos.
Nada, en cambio, para la sociedad.
Y es que desde 1978, en aquella reforma política instrumentada por don Jesús Reyes Heroles –el de verdad– referéndum e iniciativa popular son una quimera estampada en el texto constitucional, pero sin posibilidad de concretarse por falta de reglamentación, por ausencia de voluntad de los dirigentes que, así, no quieren ver mermada su capacidad de imponer lo que les salga de los… convenios firmados, de las imposiciones a las que se vean sometidos por esos intereses supranacionales.
Ahora mismo que las izquierdas proponen una consulta entre la sociedad para que de ahí surja una decisión consensuada de qué hacer con los recursos energéticos, se imponen todas las trabas para que ésta ni siquiera se realice.
Tomar la calle, cercar los recintos de San Lázaro y de Paseo de la Reforma donde se ubica el Senado de la República, como propuso apenas Andrés Manuel López Obrador es una medida desesperada.
La crisis de los partidos es uno de los elementos que está detrás de estas protestas callejeras. La pérdida de apoyos electorales potenciales del PRI está siendo rápida y contundente. Los apoyos a la gestión del señor Peña se diluyen como en agua hasta el punto que en estos momentos sólo mantiene la lealtad del 50 por ciento de los que votaron por él hace solo un año y meses.
Habrá gritos, pancartas, muestras de inconformidad y desesperación social.
Pero se mantendrá, todavía, el no ver, el no escuchar.
¿Hasta cuándo prevalecerá el “aquí no pasa nada”?
¿Cuándo estallará en violencia esa irritación y ese rencor social?
Índice Flamígero: El cerco al Senado y a la Cámara de Diputados al que convocó el líder de izquierda Andrés Manuel López Obrador, para evitar la reforma energética, estará reforzado por profesores de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), cuyos refuerzos comenzaron a llegar a la ciudad de México desde el domingo.