EL EMBAJADOR NO PUEDE, CLARO QUE PUEDE POR TRATADO
Eduardo Sadot
Dónde están los mexicanos que gritan el 15 de septiembre ¡Viva México! y que hoy castrados, impasibles, por tres mil pesos se callan frente a los caprichos, ocurrencias de un hombre enloquecido de ira, inflamado de resentimiento, seguido por una generación de políticos serviles y rastreros incapaces de entrar en razón ni de llamar a la razón al hombre que les avienta migajas de poder y ante el que se humillan, una generación de políticos que pasarán a la historia como capones.
Bastó un grito de la malhadada garganta de palacio, un decadente gesto, mueca desencajada del Marat mexicano, del remedo de Nerón macuspano, burlándose de la desgracia de la Patria les ordeno que pasen sus iniciativas que destruyen la constitución. Sin que ningún heredero de las huestes gloriosas de épocas de historia patria se resistiera, para que ipso facto en la cámara de diputados la comisión de puntos constitucionales, aprobaran precipitadamente y sin cumplir las formalidades legales de sus ocurrencias.
Dónde están los mexicanos que se opongan a la tiranía agonizante, revitalizada con una elección cuestionada.
Reclamaron el pronunciamiento del embajador Ken Salazar respecto al atropello al poder judicial, que conlleva la desaparición de los organismos autónomos y la división de poderes.
El grito, el reclamo del hombrecillo de palacio, las cartas de extrañamiento enviadas a Estados Unidos y a Canadá ignorando que México forma parte de un tratado y que los tratados tienen obligatoriedad con rango de norma constitucional, evidencia su ignorancia supina, perdido en su laberinto de suposiciones paranoicas, en la efervescencia febril de sus últimos momentos en Palacio, como desde el primer día, no admite corrección menos aquella que pretenda llamarle a la realidad, a la cordura, así ha quedado acreditado con la decisión de su esposa de no acompañarle más en su locura.
Pero mientras él se encamina al basurero de la historia los demás, los que se quedan en un escaño, en una curul y el resto del pueblo – el pensante el trabajador desde luego – seguirán la inercia de sus locuras, contagiados quizá por su estupidez – respetuosamente no como insulto – sino en el más puro sentido del pensamiento de Dietrich Bonhoeffer y Carlo María Cipolla, de lectura recomendada y recomendable antes de victimarse y darse por insultados y perderse en interpretaciones simplistas.
De verdad, de que estamos hechos los mexicanos, no hay ninguna agrupación, ciudadana, sindical, universitaria, académica, colegida, fundación, asociación civil, nadie que se oponga, grite, reclame frente al crimen contra la patria, mientras en palacio se. Burla y se retuerce de risa de la estupidez de los mexicanos
Nadie que se solidarice con el poder judicial y con la patria, donde los paros ciudadanos o la lucha de brazos caídos en el transporte cuando vimos el robo descarado del dinero destinado al mantenimiento de servicios, que vergüenza de ésta generación de mexicanos a la que pertenecemos.
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