Fuera de todo
Hacia el 2026
Denise Díaz Ricárdez
En el nuevo ciclo geopolítico, México se ha convertido en una pieza imprescindible —pero también presionada— dentro del tablero estratégico de Estados Unidos.
No es un socio menor ni un aliado pleno; es un país al que Washington necesita para contener migración, estabilizar cadenas de suministro y apuntalar su competitividad frente a China, pero al que, al mismo tiempo, mira con recelo cuando se distancia del guion.
Y esa tensión define hoy buena parte de nuestra política exterior.
La relación bilateral nunca ha sido simétrica, pero ahora atraviesa un momento especialmente delicado: convergen la renegociación del T-MEC, la reconfiguración global de los mercados, la crisis migratoria en la región, y una política estadounidense cada vez más inclinada hacia el nacionalismo económico.
Para México, el desafío no es menor: navegar estos intereses sin perder soberanía ni comprometer su estabilidad interna.
Migración: el muro invisible donde México paga el costo político
Desde hace años, México se transformó en el amortiguador migratorio de Estados Unidos.
Asumió, sin decirlo en voz alta, el papel de tercer país seguro de facto: contención, controles, operativos y acuerdos que no siempre vienen acompañados del apoyo financiero o institucional que una política humanitaria exige.
La presión se recrudece cada vez que Estados Unidos entra en ciclo electoral.
Para la Casa Blanca, mostrar firmeza migratoria es rentable; para México, absorber el impacto humanitario y político se convierte en un desgaste constante.
La frontera sur se endurece, las ciudades fronterizas se saturan, y el país termina administrando una crisis que no provocó, pero que debe manejar como si fuera propia.
T-MEC: ¿instrumento de cooperación o mecanismo de presión?
El tratado comercial, que alguna vez se vendió como una actualización modernizadora del TLCAN, hoy funciona también como un instrumento de control político.
Las consultas energéticas, las disputas laborales y las tensiones por la política industrial mexicana revelan que el T-MEC es algo más que un acuerdo económico: es un marco que condiciona decisiones internas.
Estados Unidos busca asegurar que su estrategia de relocalización manufacturera —nearshoring— se realice bajo sus reglas.
Y México, por momentos, parece no haber definido si quiere aprovechar la oportunidad histórica o resistirse a ella. La incertidumbre regulatoria, los choques con empresas estadounidenses y la dependencia del mercado norteamericano complican la negociación.
En el fondo, Washington quiere garantías de que México será un socio alineado; México quiere espacio para impulsar su propio modelo.
Un vecino poderoso, una posición vulnerable
La asimetría se manifiesta en cada crisis: desde disputas energéticas hasta episodios de seguridad. Cuando Washington endurece postura, el margen mexicano se estrecha. Cuando relaja la presión, México recupera iniciativa.
Pero esta dinámica pendular dificulta la construcción de una política exterior estable.
El desafío es de fondo: ¿Cómo construir una relación con Estados Unidos que no dependa de la coyuntura, sino de una visión estratégica de largo aliento? ¿Cómo lograr que la agenda bilateral no esté dictada solo por lo urgente —migración, seguridad, comercio— sino por lo importante?
La oportunidad que México no puede dejar pasar
Pese a las tensiones, México tiene una oportunidad única: ser un eje logístico y productivo esencial en la nueva economía norteamericana. Pero esa ventaja solo será real si existe claridad regulatoria, infraestructura suficiente y una estrategia que combine diplomacia económica con firmeza soberana.
La geopolítica no espera. Estados Unidos moverá sus piezas según su conveniencia. La pregunta es si México quiere seguir reaccionando a cada jugada… o si está listo para colocar las propias.
Hoy, más que nunca, el país necesita una política exterior que sea algo más que contención y respuesta. Requiere una visión: pragmática, moderna, firme y capaz de entender que, en el tablero geopolítico, quien no define estrategia es definido por ella.




