Joel Hernández Santiago
Son dos países que van a convivir en vecindad durante toda la vida. Así ha sido antes y así será. Antes nuestro territorio mexicano era poco más del doble de lo que es hoy. Por invasiones, por intervenciones, por guerras fuimos perdiendo espacio y de alguna manera patria.
Estados Unidos no sería lo que es hoy si no fuera porque gran parte de su territorio se incrementó durante el siglo XIX con territorio mexicano. De un México ya independiente pero que estaba en crisis luego de más de trescientos años de colonia y una incipiente República que no tenía fuerza suficiente para salvarse del abuso y del saqueo.
Pero es historia. Y ya se sabe que la historia ‘es la maestra de la vida’ según escriturara Heródoto, el padre de la historia, precisamente.
Hoy los tiempos son diferentes. Aunque los conflictos permanecen entre los dos países. Son, de otro modo, lo mismo, pero ahí están, soterrados. Son diferencias que vienen de siglos, pero también enseñanzas.
Y si bien a lo largo de los años recientes se ha intentado la convivencia mediante modelos diplomáticos de relación, modelos económicos y de intercambio social y cultural, estos nuevos instrumentos surgen más por llevar la fiesta en paz que por la emoción de que sean.
El TLCAN que entró en vigor el 1 de enero de 1994 ha sido un instrumento más del tipo comercial que ha fortalecido a los países involucrados: México-Canadá-EUA. Establece reglas y sanciones. Establece vías de entendimiento, pero también vías de reclamo. Y se han usado. Es un modelo del que muchos productores-agricultores mexicanos, el comercio y la inversión se han beneficiado…
Pero en materia política las cosas son diferentes. A Estados Unidos han llegado millones de mexicanos desde la Segunda Guerra Mundial cuando, a instancias del gobierno estadounidense se creó el “Programa Bracero”, que era la llegada a territorio estadounidense de mexicanos para reconstruir la economía de aquel país. El gobierno de EUA les abría las puertas porque los necesitaba. Cuando ya no fue así, cuando ya no los necesitó, cerró las puertas y puso trabas.
Con todo, millones de mexicanos están allá y miles siguen saliendo para territorio de EUA. La mayoría se va porque acá hay pocos alicientes para la subsistencia: se van porque acá hay peligro para ellos y su familia; se van porque son desplazados por la marginación o la violencia.
Son esos millones de mexicanos los que día a día envían remesas millonarias, en dólares, para la manutención de sus familias en México, para la construcción de sus vidas y para garantizar una vida más solvente que la que tenían antes de irse. Así le solucionan grandes problemas al gobierno.
Lo reciente: De manera extraña, el gobierno de México que comenzó el 1 de diciembre de 2018 mostró una gran aceptación por un presidente, Donald J. Trump, republicano, quien durante su campaña y su gobierno no contuvo su repudio a México y a los mexicanos.
Las señales de Trump no eran cordiales y sí, por otro lado, agrias y groseras. El muro a lo largo de la frontera era la señal para mantenerse a distancia de México y de la llegada de más mexicanos…
Pero el gobierno de la 4-T lo llamaba “gran amigo de México” y de forma masoquista, cuando no consiguió reelegirse Trump en la presidencia de su país, el gobierno mexicano se mostró osco con el gobierno de Joe Biden, demócrata. Le negó el reconocimiento a su triunfo electoral y se negó a enviar el beneplácito diplomático usual en estos casos, como sí ocurrió con Bolivia…
Aquel detalle diplomático lo mantienen guardado los demócratas estadounidenses; así como las señales oscas frecuentes del presidente mexicano hacia EUA, y sus escarceos con los gobiernos de China y Rusia, así como con gobiernos de países como Cuba, Venezuela, Bolivia, Honduras…
Pero tal parece que el cántaro ya llegó al límite y el gobierno de EUA comienza a mandar señales de enojo, de fastidio y de posición contraria a temas que les importan para su seguridad económica y estratégica, el tema de las inversiones y de la seguridad nacional: Es el caso de la Reforma Judicial.
De forma insospechada, el embajador de EUA en México, Ken Salazar quien se había mostrado consecuente con el presidente mexicano, salió a leer un comunicado en donde el gobierno de su país advierte el peligro de la Reforma Judicial para el TLCAN y que el narcotráfico tome en sus manos la administración de la justicia en México.
La reacción del mensaje estadounidense fue agria por parte del presidente mexicano, nada diplomática y sí muy de confrontación. El mismo, temeroso de lo que pudiera declarar el “Mayo” Zambada, alude injerencia inaceptable en temas mexicanos.
La confronta viene a más. El gobierno de Estados Unidos seguirá enviando señales de enojo, como la mismísima que envío con la detención del “Mayo” Zambada y con la mismísima que utiliza al no contestar a los reclamos de información del presidente mexicano, como tampoco a las cartas diplomáticas que ha enviado.
Sigue un endurecimiento del gobierno de EUA en contra del gobierno de la 4-T. Seguirán filtrando información que daña al presidente mexicano. Y esperan a que termine su mandato para hacer cuentas de lo hecho y dicho durante este sexenio.
Por lo pronto ahí está, la confrontación con el gobierno de Biden. No se trata de tenerles miedo. No se trata de temer a sus amenazas de sanción económica. Si se trata de exigir respeto pero también, para exigir respeto se debe ser respetable.