Magno Garcimarrero
Mi famosa tía: la de Vladivostok, era devota de santa Rita de Casia, porque al igual que aquella santa, tuvo un marido “macho, macho, macho”, cruel, golpeador, pendenciero y mujeriego, con quien aguantó poquísimos años de martirio matrimonial y se separó de él. Pero siendo ciegamente católica, la tía asumió la tarea de catequizarnos narrándonos los milagros que, en vida hizo “Rita: la patrona de las causas difíciles y desesperadas”, antes de ser cadáver incorrupto desde 1457 a la fecha.
Recuerdo que nos contó que la santa, atenazada por el miedo, puso cuidadosamente el servicio de mesa para halagar a su iracundo esposo y, cuando revisaba que todo estuviera en su lugar y rechinando de limpio, una gallina voló y se zurró sobre el albo mantel; esto ocurrió justo cuando escuchó el crujido de la puerta empujada por el hombre que llegaba reclamando ser servido sin dilación porque venía hambriento.
Rita entonces a lo único que pudo acatar fue a embrocar un pocillo sobre el excremento de la gallina, ocultando así el desaguisado que, seguramente encendería la iracundia del marido y, sirviéndole inmediatamente el alimento. El hombre, como era su costumbre, despreció el alimento, gritó que era bazofia y añadió: “Mujer inútil, mejor dame mierda”. Y santa Rita, se acercó resignadamente y levantó el pocillo.