Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
La Historia del siglo XX nos ha dejado sin duda una temida resaca de la intervención militar en la vida de las naciones. Ahí está el caso más patente que ha estigmatizado el uso de las fuerzas armadas, el nacismo; pero también tenemos las dictaduras militares de América Latina, en donde la sociedad pasó de ser una población en pleno uso de sus libertades, a la de temer incluso por su vida al menor indicio del ejercicio de sus derechos civiles.
Esas experiencias de sucesos escritos con sangre constituyen, con mucha razón, uno de los grandes temores de nuestra actual sociedad. Lo hemos visto también en los regímenes totalitarios que enarbolan la bandera del socialismo y nada más alejado de un verdadero proyecto social de nación, pues la libertad, el bien más preciado de una sociedad, es la mutilación más grande que se da y los hechos claramente nos lo confirman.
En las últimas décadas, en México, la creciente participación de las fuerzas armadas en tareas ajenas a sus misiones primigenias, ha causado la natural suspicacia de un posible golpe de Estado; pero además, ha generado entre la clase política el recelo de una pérdida de control sobre el poder, lo cual ha sido motivo de continuos debates entre las diversas corrientes, tanto del gobierno como de la oposición, aunque el reconocimiento a la institucionalidad no se cuestiona.
Narcotráfico.
La primera salida de los cuarteles fue con motivo del comandante al narcotráfico, que si bien se dio desde los años sesenta, fue a partir de 1977 cuando se estableció la Fuerza de Tarea Cóndor, con su cuartel general en Badiraguato, Sinaloa, centro del llamado triángulo dorado, que abarca los estados de Sinaloa, Chihuahua y Durango, y aunque este delito es federal y atenta contra la salud pública, las instancias de procuración de justicia se han visto rebasadas, sobre todo por las deficiencias de la policía, y dada la gravedad del problema, tuvo que emplearse al Ejército para el combate al narcotráfico, gracias a lo cual este problema relativamente logró mantenerse bajo cierto control, sin que se expandiera.
Luego de la Fuerza de Tarea Cóndor se instituyó la Fuerza de Tarea Marte, y no obstante que la incautación de drogas y detenidos fue en aumento, con operativos espectaculares de decomisos de grandes cantidades de droga, el tráfico hasta la fecha no ha cesado, incluso ha aumentado y los cárteles se han multiplicado, por lo que se ha responsabilizado al Ejército, que aparentemente ha sido rebasado.
Acciones de gobierno.
La administración pública por décadas se ha apoyado de las fuerzas armadas para la realización de muy diversas actividades, el sector salud en las campañas de vacunación, en estudios sociosanitarios, pláticas de orientación para la salud, etc., muchas de las cuales las han desarrollado en las campañas de labor social que se han materializado a lo largo de más de medio siglo en las zonas más alejadas e inaccesibles del país.
El sector educativo a través del sistema de educación para adultos, en donde el Ejército ha tenido una participación muy protagónica, aprovechando su estructura y el despliegue a lo largo y ancho del país.
En el ámbito agropecuario y rural con las campañas contra el gusano barrenador y otras acciones para el cuidado de la producción agrícola y ganadera, así como el combate a diversas plagas, como la abeja africana, el mosquito transmisor del dengue, etc.
La reforestación también, que es una de las actividades que más ha desarrollado el ejército en apoyo a otras dependencias del ejecutivo federal, o el combate a incendios forestales.
Por otro lado está el Plan DN-III-E, que se activa durante los desastres naturales, pues en cualquier momento y lugar que ocurran, ahí siempre estarán los soldados. Aunque está la instancia que encabeza estas acciones y cuenta con los recursos para ello, dependiente de la Secretaría de Gobernación.
Curiosamente en los sismos de 1985, a unos minutos de esta tragedia, el entonces Secretario de la Defensa activó de inmediato el Plan con equipos médicos, de rescate, zapadores, etc., supervisando personalmente las zonas de desastre en un helicóptero para actuar de inmediato en auxilio de la población; estableciendo además un COMPLAN (Comité de Planeación) con todo el Estado Mayor en pleno para coordinar las operaciones. Sin embargo, los intereses políticos prevalecieron y el regente de la ciudad del momento, que aspiraba a ser candidato presidencial, objetó la oportuna intervención del general secretario, so pretexto de que el ruido del helicóptero generaría mayores derrumbes. El presidente se dejó convencer y la ayuda se suspendió, y durante una semana reinó el caos, hasta que la incompetencia del regente obligó a que el Ejército organizara la ayuda, bajo la apariencia de que el titular del gobierno capitalino estaba al frente. Pero así es la política.
Y así como estas actividades, otras muy diversas que realizan las fuerzas armadas, aunque no son de su competencia y en ello emplean sus propios recursos. Sin embargo, poco se habla de ello, puesto que se da como algo ya dado, sin que se haya planteado el porqué las dependencias responsables se mantienen al margen, aunque sí utilizan estos logros para sus spots institucionales. Sólo si algo no resulta, los militares son los primeros señalados. Y en tanto, las fuerzas armadas trabajan calladamente sin alardear.
Seguridad pública.
Debido principalmente al incremento de las actividades de los cárteles, así como de la multiplicación de los grupos delictivos, en virtud de la gran corrupción e impunidad que ha caracterizado a México en las últimas décadas, siendo ya estigmatizado en el exterior como uno de los países más inseguros, corruptos y con mayor impunidad.
Y como ha sido la fórmula preferida de las decisiones políticas, se manda al Ejército a apagar el fuego, en vista de que la inseguridad en México llegó a niveles nunca antes vistos, con cientos de muertos diariamente, rebasando toda capacidad policiaca, ya que además estas corporaciones han sido consideradas como las más incapaces y corruptas, debido a problemas multifactoriales, entre ellos la falta de capacitación, salarios miserables y la falta de profesionalización, principalmente. Pues se acude al favorito de las soluciones inmediatas: el Ejército, con un alto nivel de profesionalización, con disciplina y precedido por su efectividad en diversas labores y un prestigio que ha costado más de cuarenta años, después de los acontecimientos del 68 en Tlatelolco.
Sin embargo, nunca se consideró que la formación policiaca en una profesión totalmente diferente a la formación militar, que es para la guerra, en donde no hay que tomar decisiones en situaciones de crisis, sino cumplir objetivos precisos y a órdenes superiores. En tanto que la policía debe tener un amplio conocimiento de las leyes y procedimientos para actuar en supuestos muy variados casos y valorando las múltiples situaciones a las que debe enfrentarse. Y un curso básico de inducción no es suficiente. Porque además, no hay tiempo cuando se empeña una fuerza ajena a la naturaleza del caso de manera emergente.
Al empeñar prácticamente a la mayor cantidad de efectivos militares en labores de seguridad pública, se ha descuidado también el adiestramiento militar y su trabajo fundamental, pues es materialmente imposible que los militares cumplan, además de sus misiones, funciones fuera de su ámbito de competencia. Si ya se han dedicado por décadas a labores responsabilidad de otros sectores, ahora, asignados a tareas de seguridad pública, rebasan humanamente sus capacidades. Aprendices de todo y maestros de nada.
Bemoles de la “incompetencia militar”.
En los debates políticos y en los señalamientos de algunos analistas, últimamente se ha sugerido la incompetencia militar, puesto que las tropas no han podido cumplir a cabalidad con las misiones adicionales que se les ha asignado, sobre todo respecto a la seguridad pública. Pero poco se habla de que su capacitación en realidad se ha dado sobre la marcha, por la urgencia de su despliegue, quedando a veces incluso en meras formalidades, pues un policía no se hace en una semana ni en un mes, es todo un proceso de formación, lo mismo que el de un militar; son profesiones que requieren de una capacitación bien estructurada, continua, permanente y la realidad ha exigido su empeño de inmediato, enfrentando problemas de muy diversa índole que impiden su efectividad para restablecer el orden.
En primer lugar está la protección a los derechos humanos, en donde cuenta más el aspecto procedimental que los hechos en sí, pues muchas veces por errores de actuación los delincuentes quedan libres y son amparados diligentemente protegiendo sus derechos humanos, sin importar que se trate de asesinos confesos, transgresores de la ley ampliamente conocidos, pues sus derechos prevalecen sobre el interés público, aunque es una ironía, la realidad es así de evidente.
Por otra parte, la falta de voluntad política para tomar decisiones de Estado o simplemente para hacer que se cumpla la normatividad jurídica, puesto que hay una connivencia entre la clase política y los grupos criminales, porque éstos últimos muchas veces son los que financian sus campañas, o simplemente por medio de amenazas cumplidas tienen el control de los centros de poder político en sus diversos niveles, en donde surgen controversias que han llevado al asesinato de candidatos, presidentes municipales e incluso gobernadores.
Y en este escenario, los juegos del poder tienen una gran influencia, porque los grupos políticos, que se valen de toda clase de argumentos, sean lícitos o no, reales o imaginarios, a menudo utilizan las acciones del ejército, para bien o para mal, como centro de sus debates, muy alejados de la búsqueda del bien común, que debería ser su vocación, pero la lucha por el poder está primero.
Además de lo anterior, están muchos más factores, que no terminaríamos de enumerar y además no se toma en cuenta la parte humana, porque los militares son personas, tienen familias; y poco se habla de que la saturación de tareas encomendadas al ejército ha traido también la desintegración de sus familias y los ha sometido al aislamiento, dedicados de lleno a sus nuevas y variadas misiones.
Y como humanos han sido presa también de la codicia, de la frustración, de la ira reprimida y todo lo que conlleva el estar empeñados en misiones sin apoyo y reconocimiento alguno.
¿Del odio al amor?
Hoy por hoy el Ejército, Fuerza Aérea y Armada han sido considerados como los sectores con más poder, ya que se les ha encomendado cada vez más tareas, manejando directamente los presupuestos, de donde estriban principalmente los ataques. Pero en esto no se menciona que un sector que por tradición se ha manejado con mayor eficacia en la administración de los recursos son las fuerzas armadas, acostumbradas a economizar, trabajar con recursos propios y optimizarlos al máximo, donde las economías no necesariamente se quedan ahí, puesto que regresan al erario.
El ejecutivo federal, que por décadas atacó a las fuerzas armadas, valiéndose del estigma del 68, catalogándolas de fuerzas represoras; ahora, en el poder, se ha dado cuenta de que tiene bajo su mando a una institución sólida, leal y que por encima de cualquier afinidad, las tropas estarán subordinadas a él, no por su persona, sino por lo que representa, simplemente porque es en quien el pueblo ha delegado su potestad y es quien ostenta el cargo de comandante supremo. Pero además, ha visto que las órdenes las cumple a cabalidad.
Probablemente la animadversión no ha cambiado, pero sí la manera de ver a la institución, de la que está tomando su capacidad, pero ha saturado, porque cada vez le asigna nuevas funciones, sin importar que cuente con todo un aparato gubernamental bien definido para el efecto. Y queda por ver si lo ha hecho por la confianza en el Ejército, o es una estrategia para mermar a la institución más sólida del país. Y en este caso, podríamos ver el colapso de una nación por obsesiones personales.
El verdadero significado
Hoy por hoy las fuerzas armadas están presentes en muchas ramas de la administración pública, pero, ¿realmente eso es poder? ¿El país está militarizado?
De acuerdo al diccionario jurídico, militarizar es someter a la disciplina o a la jurisdicción de las fuerzas armadas las fuentes y los medios de producción que sostienen a la economía nacional, a fin de reducir una resistencia o rebeldía declarada. Y vemos que esto no sucede así, simplemente las fuerzas armadas han asido asignadas a tareas ajenas a sus misiones constitucionales, no por motu proprio, sino en cumplimiento de las directivas de los poderes legalmente establecidos. Y con ello no han adquirido poder alguno, simplemente muchas más responsabilidades que las están rebasando.
De acuerdo al diccionario español, la militarización es la existencia de facto, aunque no de jure, de un gobierno militar, que generalmente se da por un golpe de Estado, lo cual no ha sucedido en México, basta ver cuantas humillaciones ha tenido que pasar el Ejército por parte de los criminales, quienes evidentemente se sienten con todo el apoyo del Estado y gracias a la impunidad que prevalece, se han apropiado del espacio público y por falta de voluntad política, las fuerzas armadas se ven impedidas de actuar.
Ahora bien, también podemos mencionar al militarismo, que es la imposición de valores, ideales, educación y perspectivas militares sobre una sociedad civil, lo cual no ha sucedido en México, aunque sí en muchos otros regímenes totalitarios, como hemos señalado.
¿Militarización o abuso de la capacidad de las fuerzas armadas?