Por José Alberto Sánchez Nava
“No puede impartir justicia quien ha profanado lo sagrado; la herida del Corazón Maya es una mancha imborrable en cualquier toga, presente o ausente.”
1.- El Tren, la Selva Herida y el Engaño Fundacional a los Pueblos
Desde esta tribuna, curtida por los vientos huracanados de nuestra historia, hoy me embarga una indignación que quema. Asistimos, queridos lectores, no solo a un ecocidio cínicamente disfrazado de “progreso”, sino a la profanación sistemática de lo más sagrado para nuestros pueblos originarios: su cosmovisión ancestral, su tierra viva, su legado milenario que es, en sí mismo, patrimonio de la humanidad. Al Tren Maya y la estela de destrucción irreparable que deja en el alma misma de la biodiversidad peninsular.
¿Cómo se doblegó la voluntad de comunidades que veneran cada ceiba como eje cósmico, cada cenote como umbral sagrado al Xibalbá, y cada jaguar como encarnación de espíritus protectores, para que permitieran que el acero y el concreto desgarraran sus entrañas? La respuesta, como en tantas tragedias mexicanas, es una ponzoñosa mezcla de necesidad extrema, engaño artero y la promesa vacía de un paraíso desarrollista que nunca llega para los de abajo y menos aún con el tren Maya una mega obra que encarna un fracaso que ya no soporta la respiración de boca a boca con subsidios a costa de los mexicanos y la promoción de un tren vacío de sueños y pasajeros, pero si cargado de corrupción hasta en su balasto.
Durante generaciones, estos pueblos fueron condenados al olvido, sumidos en una pobreza estructural que es, en sí misma, una forma de violencia. Y entonces, como un espejismo en el desierto, llega el “progreso” con su falaz canto de sirena, envuelto en discursos de “justicia social” y “desarrollo con bienestar”. Se les vendió la ilusión de empleos dignos, de un turismo que traería prosperidad, de hospitales y escuelas que administraciones pasadas les negaron. ¿Quién, con el hambre apretando y el futuro hipotecado, no se aferraría a esa tabla de salvación, por fraudulenta que fuera?
Pero el veneno, como siempre, estaba en la letra pequeña. Las “consultas” fueron, en su mayoría, simulacros vergonzosos, rituales de legitimación exprés más que verdaderos ejercicios de autodeterminación. Se fracturó el tejido social, se compraron voluntades de líderes, se minimizaron los impactos ambientales con estudios a modo, y se acalló la disidencia con la descalificación o la amenaza velada. El patrimonio humanitario en biodiversidad, ese tesoro invaluable que tenemos el deber de custodiar, fue degradado a “obstáculo” para la “transformación”, un costo asumible en el altar de una modernidad depredadora.
2.- La Figura de Hugo Aguilar Ortiz: Toga Ausente, Conflicto Manifiesto y la Justicia en Entredicho
Y aquí, queridos lectores, el nudo gordiano de la ignominia se aprieta hasta la asfixia. Porque emerge una figura que encarna la perversión de este proceso: Hugo Aguilar Ortiz. Un individuo que labró su carrera a la función pública bajo la bandera de supuesto defensor de los derechos indígenas, que se jactaba de entender sus luchas. Sin embargo, su cercanía con el poder actual lo catapultó a posiciones administrativas gubernamentales. De 2018 a la fecha ha sido coordinador general de derechos indígenas del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas (INPI), en el que coordinó las consultas para el desarrollo de importantes proyectos del gobierno del expresidente Andrés Manuel López Obrador como el Tren Maya, el Corredor Interoceánico y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, destaca su currículum vitae.
Este mismo Hugo Aguilar Ortiz, cuyo nombre está indisolublemente ligado a la facilitación de un proyecto que ha infligido daños profundos al corazón maya y al patrimonio de la humanidad, ahora se perfila para presidir nada menos que la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y para añadir una capa más de surrealismo a esta tragedia institucional, el propio Aguilar Ortiz ha deslizado, con una ligereza que estremece, que por respeto a los pueblos indígenas no usaría la toga como presidente. ¡Qué confesión involuntaria, queridos lectores! Porque la toga no es un mero atuendo; es el simbolismo sagrado que da formalidad a los actos de un Ministro, la investidura que significa que sus integrantes no se expresan a título personal ni de grupo, sino como representantes del Estado de Derecho. La toga es el manto de hombres y mujeres probos, capacitados, y crucialmente imparciales para llevar a cabo la impartición de justicia en México.
Pero, ¿cómo podría Hugo Aguilar Ortiz portar con dignidad tal símbolo –o incluso presidir el órgano que lo exige– cuando sobre él pesa la sombra indeleble de la facilitación del Tren Maya, con todos sus asuntos pendientes de resolver relacionados directamente con este proyecto y los intereses vulnerados de los pueblos indígenas? Su propia declaración de no llevar la toga es, en el fondo, un reconocimiento tácito de su incapacidad para transmitir la imparcialidad y la desvinculación de intereses particulares que el cargo y sus símbolos exigen. No es un gesto de modernidad ni de humildad; es la admisión de una incompatibilidad fundamental. Es el desnudar, quizás sin querer, de una incapacidad para representar la pureza y la objetividad que la justicia demanda.
Hablamos de un conflicto de interés monumental y flagrante que ante cualquier resolución de ese alto tribunal, su presidente se tendrá que excusar de conocer sobre asuntos relacionados con el tren Maya, el Corredor Interoceánico y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y de todos los reclamos de comunidades indígenas que hoy reclaman que las consultas organizadas por este personaje investido por la titularidad del (INPI), fueron un vil engaño y resalta la inconformidad generalizada de las comunidades indígenas en relación a las tres megaobras ya citadas. Y es que, la indignación documentada en agravio de los pueblos indígenas, por los daños ocasionados al patrimonio maya os cuales no son menores y que actualmente existen conflictos y resoluciones pendientes por resolver y de futuros conflictos que podrían derivar en nuevos litigios nacionales e internacionales, cuyos vectores ya están en curso. Ante ello, ¿Podría un Ministro, que ya anuncia su desdén por el símbolo de la imparcialidad y cuya trayectoria está marcada por la facilitación de la causa de estos conflictos encubrimiento de otros, ser visto como un árbitro neutral? La respuesta es un rotundo no. Este conflicto, sumado a su propia admisión simbólica, lo inhabilita de pleno derecho no solo para aspirar a la presidencia de la Corte, sino para formar parte de ella, al adolecer de la integridad e imparcialidad que se requiere como hombre probo, y no con un pasado a las órdenes del poder que lo llevo a ese cargo con acordeones.
Y para coronar este asalto a la razón y a la justicia, su candidatura se impulsó con un exiguo 12% menos los votos nulos de la lista nominal, una cifra que, de confirmarse, no solo expondría una burla a cualquier vestigio de legitimidad democrática interna del Poder Judicial, sino que consolidaría uno de los fraudes más audaces de nuestra historia reciente para asegurar la cooptación total del último contrapeso institucional en favor de un grupúsculo sin escrúpulos.
3.- Epílogo de una Traición: La Historia como Juez Implacable
Lo que está en juego, no nos engañemos, trasciende con mucho al Tren Maya. Es el alma de nuestras instituciones, la decencia de nuestra justicia y la supervivencia de un legado que nos define como nación plural y megadiversa. El lamento de la selva herida y el eco de los ancestros ultrajados resuenan con fuerza. Y mientras tanto, quien se perfila para la cúspide judicial ya nos anuncia una presidencia sin toga, quizás porque sabe, en el fondo, que no podría llenarla de significado. La historia, esa jueza implacable, ya está tomando nota.
Fuentes complementaria para su consulta.
