Si usted se ha escandalizado al conocer que la Presidencia de la República de Enrique Peña Nieto “invirtió” más de 40 mil millones de pesos –cifras hasta febrero de este 2018– en publicidad los primeros cinco años de este malhadado sexenio, va a pegar el grito en el cielo ahora que se entere que en el área de Comunicación Social piden “moche$” de hasta 20% por cada contrato asignado.
Práctica común en la fallida y corrupta Administración de EPN, ¿por qué la Dirección General de Comunicación Social de la Presidencia de la República debería ser la excepción? No lo es.
Publicistas consultados al respecto afirman, no sin antes pedir que no se les mencione por su nombre, que ellos han tenido que dar ese tipo de “comisiones”, que van de “entre un 15 a un 20%” y que, de no entregarlos, “no hubiésemos podido llevar esos contratos a nuestros clientes.”
Considerando la cantidad mínima, el 15%, tal significaría que los “comunicadores” de Los Pinos se habrían embolsado algo así como 6 mil millones de pesos de manera totalmente ilegal durante los últimos cinco años. Y unos cuantos cientos o miles de millones más, en lo que va de este 2018.
Buen negocio particular derivado de una “política pública” totalmente fracasada. Porque por más miles de millones que se hayan gastado, la imagen del gobierno y, peor, la de su titular Peña Nieto, están por debajo de los suelos.
Ha funcionado, eso sí, para “… suprimir artículos de investigación, escoger portadas e intimidar a las salas de redacción” que intentaran desafiar la “línea” oficial, según se sabe y cual publicó The New York Times en su edición del 25 de diciembre de 2017.
Desaparecer las oficinas de prensa o –como pomposamente se dice– de Comunicación Social, es una medida que aplauden los periodistas serios e independientes. Regular la asignación de publicidad a los medios, una exigencia generalizada.
Y que se acaben los moche$. Las corruptelas.
Sin controladores aéreos para el NAICM
Cuando se privatizaron los Ferrocarriles Nacionales de México –en realidad se regalaron, como en el caso del nefasto Jorge Larrea y el del “socio” de Kansas City Southern, Ernesto Zedillo— en esa industria del transporte había 87 mil 500 trabajadores. Y aunque las rutas y frecuencias han crecido ahora que es manejada por empresas privadas nacionales y extranjeras, los ferrocarrileros no llegan a 20 mil.
Dirá usted que es porque trabajan con mayor eficiencia… pero no es así. Los accidentes y supuestos “sabotajes” se suceden una semana sí y otra también. Y es a causa de que cada tren recorre las vías sin el suficiente personal para que su trayecto sea sin sobresaltos.
Algo similar podría ocurrir con el nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. Se han invertido, dilapidado y robado millones y millones de pesos… pero no se ha capacitado al personal que se haría cargo del mismo, esto, claro, si es que el proyecto sigue el próximo sexenio.
Es el caso de los controladores del tráfico aéreo. Actualmente hay alrededor de 200 en el servicio del aeropuerto actual –buena parte de ellos a punto de jubilarse, tras 40 años de servicio–, con dos pistas y sin operaciones simultáneas. Para operar el que todavía se construye sobre el lecho del Lago de Texcoco, con seis pistas y operaciones simultáneas de despegue y/o aterrizaje en cuando menos dos de ellas, se necesitarían por lo menos otros 200 profesionales, que en estos momentos ya deberían estar capacitándose, pero no lo están.
Pequeño “detallito” que no ha tomado en consideración la SCT a cargo de otro nefasto, Gerardo Ruiz Esparza.
¿O esperarán a que un accidente estrene el NAICM?
Fuentes, por la izquierda. Gabo, por la derecha
Ahora que, tras el triunfo de AMLO, ha resurgido el viejo tema de la geometría política –que ya creíamos superado–, el doctor Albert Antebi recuerda una anécdota con la que se ilustra lo confuso que resulta decirse de izquierda o de derecha.
Sucedió durante una cena ofrecida por el inolvidable Teodoro Cesarman. Entre los invitados destacaban los escritores Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez quienes en algún momento del convivio se enfrascaron en una amena discusión sobre las ideas, que Gabo calificaba “de derecha”, de Fuentes, y las “de izquierda” que, según Fuentes, postulaba el colombiano.
El ambiente se calentó. Y cuando más tenso estaba, en ánimo de relajarlo, Antebi, quien pasó su infancia en Francia, preguntó a ambos que ¿cuál era el monumento parisino que más le gustaba a cada quien?
García Márquez, sin dudarlo, respondió de inmediato que el Centro Georges Pompidou.
Fuentes, por su parte, dijo que La Pirámide del Louvre.
Y ante ello, Antebi les respondió. A Gabo le gusta una obra construida por un presidente francés de derecha, Valéry Giscard d’Estaing. Y a Carlos, una obra que mandó a hacer un presidente socialista, François Mitterrand.
Entre risas y aplausos, la discusión quedó zanjada.
Ni de derecha, ni de izquierda… sino todo lo contrario.