Juan Luis Parra
Otra vez hornearon lo mismo. El Partido Acción Nacional anunció su “relanzamiento” como si estuviera reinventando la rueda. Nuevo logo, afiliación digital y un video distópico hecho con inteligencia artificial. Mucho ruido, poca masa.
¿Esto es lo nuevo? ¿Un rediseño gráfico para volver a ser relevantes? Suena más a pan duro disfrazado de pastel. Las mismas caras, los mismos discursos, la misma desconexión de siempre. Y mientras ellos celebran su “nueva era”, el resto del país observa con escepticismo o simplemente se ríe.
Quieren sonar modernos, pero su lema “patria, familia, libertad” huele al siglo pasado. Defienden una idea ambigua de familia, rechazan públicamente la extrema derecha pero no se despegan del moralismo más rancio. No saben si presentarse como liberales renovados o como conservadores recalentados. ¿Qué son? ¿Un PAN integral o uno ultraprocesado?
Intentan venderse como un producto nuevo en el mercado político, pero ni el empaque convence. El logo es malo. Y además, lo mandaron a hacer a Argentina. ¿De verdad no había alguien en México que pudiera diseñar algo igual de mediocre? Tuvieron que importar el mal gusto.
Si esto fuera una marca de cereal, estaría de oferta en el anaquel del Oxxo. El evento no generó ni conversación viral, ni afiliaciones masivas, ni un mensaje claro que trascendiera fuera de su propia burbuja. Su transmisión en vivo apenas superó las ocho mil visitas. El impacto fue tan tibio que ni sus críticos se molestaron demasiado.
Como producto político, se lleva un 4 de 10. No es un fracaso total, pero tampoco genera interés real. El relanzamiento pasó sin pena ni gloria. O peor: con pena y sin gloria. La mayoría lo ignoró. Y quienes lo vieron, lo criticaron.
Pero el verdadero problema es que el PAN no tiene claro ni lo que es, ni a quién quiere representar. Hablan de modernidad con valores tradicionales. Hablan de abrirse, pero cierran filas con los mismos nombres de siempre. No definen a qué sector del electorado apuntan, porque quieren gustarle a todos sin convencer a nadie.
Y quienes manejan el partido viven lejos de la realidad. Un grupo de clasemedieros urbanos, de zonas acomodadas, desconectados del México real. Se perciben como defensores de la democracia, pero no pisan la calle. No entienden el hambre, la inseguridad o el abandono. El PAN se ve como un partido de mireyes, de políticos de cuna, de discursos ensayados frente al espejo y cero empatía.
Ahí está el desajuste fatal: moldean un pan para fiestas fifís, pero quieren que lo consuma un país que desayuna con tortillas. Los “urbanos modernos” a los que intentan hablarle no representan ni el 30% del electorado. Están concentrados en pocas ciudades y no tienen lealtad partidista. La mayoría del voto en México sigue siendo popular.
Y ni siquiera la extrema derecha real, esa que se emociona con discursos de Milei o Bukele, representa una base electoral sólida. Apenas alcanza entre el 10 y el 20 por ciento del electorado. O sea: ni siquiera ese nicho tienen asegurado.
Están vendiendo un pan que nadie pidió. Tienen un producto sin público y una marca sin mercado.
Un pan sin levadura, sin sabor, sin propósito.