José Luis Parra
Andrés Manuel López Beltrán debutó, y como en los malos estrenos, salió abucheado. En su primera prueba electoral como Secretario de Organización de Morena, perdió en casa ajena, pero también en casa propia. Ni su apellido ni los recursos (ni los recorridos ni los discursos) alcanzaron para evitar que la capital de Durango quedara en manos ajenas. Morena fue derrotada pese a que Andy —el hijo del caudillo— se jugó su escasa reputación apoyando al candidato José Ramón Enríquez.
Como si fuera poco, en Veracruz se les hizo agua la estructura. Perdieron alcaldías clave como Poza Rica —donde Movimiento Ciudadano se les coló sin pedir permiso— y Cosoleacaque, que el PRI recuperó como quien cobra afrentas viejas.
Apenas unos días después, y por si faltara otro raspón, el periódico The Wall Street Journal le recetó una crítica del tamaño de la expectativa que AMLO puso sobre los hombros del vástago. El influyente diario lo responsabiliza directamente por el fracaso de la consulta judicial del domingo, esa fiesta cívica a la que no fue nadie. Bueno, casi nadie.
Según WSJ, la maquinaria que debía mover a millones se atoró en segunda. “Andrés Manuel López Beltrán, Secretario de Organización de Morena, supervisó la maquinaria política que movilizó a millones de votantes… La decepcionante baja participación electoral también representa un revés para López Beltrán”, escribió el diario.
¿Y ahora qué? Pues nada. A encoger los hombros, justificar con teorías de complot la derrota, ensayar otra vez la frase: “los medios conservadores están contra nosotros”. El problema es que esta vez no se trata de enemigos externos ni de guerra sucia. Es simple y llanamente el peso de las propias torpezas.
Porque Andy no es un político. Es un heredero. Y eso, en política, no garantiza nada. En su debut, el juniorazo de la 4T quedó como lo que es: un operador inexperto, inflado por el ego de su padre, e incapaz de ganar ni una elección municipal.
La gran ironía es que su padre llegó a la presidencia jurando barrer con los privilegios del pasado. Y terminó creando su propio linaje de funcionarios improvisados. En esta historia de nepotismo, López Beltrán no es una víctima: es el síntoma.
Ahí tienen el primer golpe. Y se vienen más. Porque si así estuvo el ensayo, imagínense la función estelar.