Por: Jafet Rodrígo Cortés Sosa
Tuve que morir para aprender. Era la única forma real que encontré para no volver a tropezar sobre mis propios pasos, para no repetir aquello que en su momento había resultado un completo fracaso.
Así, vivir la vida se convirtió en un revivir constante y perpetuo. Más de mil veces había muerto y renacido de las cenizas; mi espíritu se había desprendido por completo, para luego descender, apropiándose nuevamente de mi cuerpo, dándole aquella vida que necesitaba.
En ninguna de esas ocasiones comencé de cero, siempre había almacenado en la memoria los avances de lo que había sucedido antes de mi muerte, de cierta forma había aprendido a morir menos, a defenderme con más fiereza, a dialogar con más calma, a darle importancia únicamente a aquello que la merecía; a no entregarme tan fácil.
La muerte sólo variaba en las formas en que sucedía, pero el resultado era el mismo, un silencio apabullante que penetraba el entorno, que nos sumía en la ausencia de todo; luego, sin calcular el tiempo de espera, volvía la luz, abríamos nuevamente los ojos y mirábamos otra vez, pero ya no éramos los mismos, abrazábamos las experiencias, haciendo que nos equivocáramos menos, o siquiera que los errores vinieran de decisiones distintas.
HUMANOS Y CENIZAS
¿De qué están hechos los cambios?, de cenizas, aquellas cenizas de lo que fuimos alguna vez, de lo que nunca volveremos a ser. Quizás algunos retazos de quien fuimos, sobrevivan, generalmente son los que más se aferran al ahora o los que no hemos querido soltar por completo; los demás pedazos, son víctimas de la piromancia que les quema hasta el tuétano, pierden su forma original, se transforman en polvo, irreconocibles, buscan avanzar en el aire, mientras éste les dispersa en todas direcciones.
De las cenizas nacen nuevas historias que se van escribiendo mientras caminamos. Entre tinta revuelta en el tiempo con sangre y sudor, se va permeando cada letra con nuestro propio corazón, alimentada por lágrimas derramadas, agonías que nos llevaron al límite y alegrías que nos motivaron alguna vez a seguir; historias que vamos escribiendo mientras estrenamos piel, mientras nos reconocemos distintos a nuestro yo del pasado, que ha muerto hace una temporada o quizás hace unos minutos apenas, víctima del ahora que destrozó al contacto.
MICRO MUERTES
Mario Benedetti hablaba de morir para referirse al hecho de sentirse muerto, por ello, podríamos nombrar a aquellas defunciones como “micro muertes”. A lo largo de la vida, padecemos la condena de que en cualquier momento podremos sufrir aquellas micro muertes que nos harán distintos; algunas serán más dolorosas que otras, durará distinto el periodo de resurrección, no siendo siempre de tres días; algunas prolongándose por meses o años, otras, totalmente contrarias, pasando algunas horas, quizás minutos antes del nuevo renacer.
No es morir físicamente y volvernos polvo de manera literal, sino sentir aquella sensación de vacío que consideramos desde el imaginario, lo que es sentirse muertos, desmotivados para seguir, sin ánimo de luchar una vez más, que es parecida al hecho de morir.
Pasamos en ese estado anímico una temporada, deambulando entre habitaciones, pasillos, recuerdos y anhelos sin encontrarle sentido a la vida; tiempo que no será mucho ni poco, sino quizás, suficiente -si tenemos suerte- para hacer que las ideas germinen y aprendamos de nuestras experiencias hasta la fecha, permitiéndonos renacer sin aquello que nos hizo morir aquella última vez.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político