ENTRESEMANA
A ti, a ti, a ti, a ustedes… gracias
MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Quizá usted lo conoció. Déjeme le platico.
Se fue poco a poco, como una gota que se convierte en río infinito y deja huella a su paso, libre, fresca, dulce, que sacia sed sin distingos.
Y luego, convertido en cascada que se despeña con todo el vigor contenido y las pautas de la anunciación de la despedida varias veces pospuesta porque así lo quiso el dador de vida, fue un relámpago que golpeó en el pecho, justo en el corazón que aulló el dolor de la rabia de saberlo perdido.
¿Por qué?, te pregunto.
¡Ay, hijo! Justo cuando emprendías nuevo camino, la ruta del cambio en ese sendero que tu vida de cristalino cauce abría, decidiste convertirte en el caudaloso río que te arrancó de nuestro espacio y nuestros sueños y nos dejaste con la sonrisa, tu sonrisa como ejemplo de superar males.
¿Te acuerdas cuando niño viajabas conmigo? Intrépido, inteligente sin temor a nada porque a nada debías temer si la seguridad en ti era sello personal.
¿Recuerdas cuando vestido de vaquero participabas en esos festivales en la escuela? Sí, el baile era lo tuyo, y el hacer el bien aunque de pronto dudabas y caías en la cuenta de los falsos redentores. Pero, qué te digo, hijo, tu buena fe en el prójimo te llevó a ser sorprendido por la perversa simulación a la que, finalmente muy tú, perdonaste.
Te amé siempre y seguí el ejemplo de ese amor que tu hermana Yaz te declaró desde tu nacimiento, cuando inquieta preguntaba a qué hora vería a su hermanito, a ti, a ti que esa mañana del 23 de septiembre viajarías, sin llanto de recién nacido, en el automóvil rumbo a tu cuna, en la casa.
Hoy, hijo, pretendí hilar nombres e identidades de quienes acudieron a despedirse de ti, de quienes han enviado mensajes y recordatorios como tus amigas, como la gran Karina, la valiente Karina que, la comprendo y abrazo, se derrumbó en el momento que supo de tu decisión, muy tuya, de apagar tu corazón que tantas alegrías nos compartió.
¿Recuerdas cuando me dijiste que querías estudiar la prepa en el mismo CCH en el que estudié? Cuidado, hijo, cuidado te dije, esa escuela es rompe y rasga. Y luego confesarías que fue la mejor etapa de tu vida.
Y eras esa gota de agua que da vida de poquito en poquito, porque así se otorga la felicidad para no engolosinar. Y así, como esa gota de agua, decía, te fuiste en el infinito río que puede ser caudaloso cuanto inofensivo cauce en el que abrevé de tu experiencia, porque los padres aprendemos de los hijos. Y me enseñaste a perdonar y a no abrigar rencores porque, aludíamos al dicho de Yaz: la venganza nunca es buena, quema el alma y la envenena.
¿Te acuerdas de ese tu primer día rumbo a la secundaria? No te peiné con limón como mi madre lo hacía conmigo para aplacar a mi pelo valiente, ése que nunca se echaba para atrás, pero sí te peine y arreglé el uniforme de suéter verde y camisa blanca y pantalón corte Príncipe de Gales. Sonreíste a la cámara y urgiste: ¡Ya papá! Se nos hace tarde.
He presumido con mis amigas y amigos, los colegas y las colegas de tu compañía en los años de adulto. Y es que disfruté tanto de tu presencia en los tiempos que viviste, convaleciente y no, conmigo que de pronto olvidaba que debí asumir el papel de mapá desde tus diez años, cuando tus hermanas te hacían arrumacos porque eras el pequeño de la casa y te cumplían tus deseos, tus antojos de niño.
¿Te acuerdas cuando Yaz madreó a un adolescente que se atrevió a golpearte? Con ese lenguaje florido, de francés barroco, Yaz advirtió al mozalbete: “¡Y no te vuelvas a meter con mi hermano, cabrón, porque te rompo la madre!”
¡Ah!, cómo festejamos esa actitud de tu hermana. ¿Recuerdas cuando tu hermana Brenda te llevó en el automóvil y fuiste su cómplice de ella adolescente que quiso demostrarte que sabía manejar?
Reías cómplice pero te sabías protegido por tus hermanas y lloraste como yo cuando Yaz decidió que era momento de partir.
¿Por qué? Sí, sí, ya sé, habías previsto tu partida desde cuando el primer aviso de tu frágil salud. Pero recuerda que pronto superamos esa etapa y hasta te fuiste a trabajar a Guadalajara y añorabas los tiempos de éxito en Ecuador porque –permítame usted presumir a mi hijo—eras un triunfador y ganaste el concurso internacional que te llevó a la gerencia de diseño de aquella empresa española radicada en Guayaquil. Y a viajar por todo el mundo. ¡Artista!
Y qué decir de tu sonrisa y el buen sentido del humor con el que contagiabas a ellas y ellos, las niñas que me mandan mensajes y lloran conmigo esa decisión de irte en pos de cumplir con eso que llaman destino.
Las niñas de tu oficina, las que te festejaban la idea de hacer fiesta frente a la adversidad, que se preocuparon cuando notaron que tu salud menguaba. No, no quiero abordar ese momento, esas horas en las que anunciabas que tu corazón trepidaba porque un mal hacía de las suyas.
¿Recuerdas, Moy, cuando fuimos a Oaxaca y nos divertimos en la Guelaguetza y después en la playa, en Huatulco, y disfrutabas de tu hermana Astrid Daniela, la pequeña? Y el año nuevo en Acapulco.
¿Recuerdas, Moy, a Daniel y Carlitos y Daniela en las fiestas familiares? ¡Ah!, cómo nos divertimos en la fiesta de graduación del médico Daniel vestidos de pingüino. ¡Caray!, Carlitos esperaba lo acompañaras en su graduación como ingeniero, en diciembre próximo; pero sin duda ahí estarás y tus hermanos que te aman lo saben.
Disculpe usted que abuse de mi espacio que le comparto entresemana. Disculpe, pero hoy rindo homenaje a mi hijo amado, a Moy que la tarde del jueves 13 de mayo me dejó en esa especial orfandad en la que nos deja un hijo cuando decide partir.
¿Qué opinas, Moy? Desde la tarde-noche del jueves pasado transitan en mi memoria las imágenes de tu alegría, de tu sonrisa y tus dichos y recreo esas veladas, tú y yo en mi departamento, en las que compartíamos secretos y nos convertíamos en cómplices de travesuras y, sin decirlo, jurábamos guardar silencio de lo que nos confesábamos.
Ahí están tus libros, ahí tus dibujos y diseños, ahí tu presencia en la recámara que te extrañará en las madrugadas preparándote para irte a trabajar o recibirte después de la fiesta de fin de semana. Ahí los mensajes de nostalgia y dolor de tu hermana Daniela.
¿Qué diré a tus amigas? ¿Cómo explicar que te has ido? Dura tarea me dejaste, difícil ésta la de vivir sin tus llamadas y mensajitos y la petición de cubrir tus antojos. “No seas malo, papá, tráeme unos taquitos”, me dijiste apenas unos días antes de dejarme en esta orfandad que duele en el pecho y urge al desahogo.
¿Te convocó Yaz? Sin duda, sin duda, hijo. Gemelos astrales finalmente, mi amada Yaz decidió venir por ti, amado Moy, para cumplir esa ruta del río sin fin que es el destino.
Por eso no reclamo, por eso, confieso haberme prometido llevarlos en el alma. Niño travieso protegido por la niña traviesa que, en ese ánimo, te llamó a estar juntos.
Quizá usted lo conoció.
Se llama Moy, siempre será Moisés, Moy, mi tocayo, hijo y hermano, amigo y cómplice, mi amado hijo que el jueves último ordenó a su corazón dejar el terrenal tiempo para ir de la mano con su hermana, a ese espacio del que todos sabemos pero igual desconocemos.
¡Caray!, Moy, luego platicaré más de ti, más de esos momentos en los que llegamos a conocernos tanto que consideraste sabía el momento de tu despedida. Fue como un relámpago la anunciación de tu partida, Moy. Me dolió y te extraño. Conste.
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