Javier Peñalosa Castro
Si bien es cierto que el peso de la realidad, referida a las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población —especialmente cuando se la contrasta con el discurso de gobernantes y empresarios— resulta agobiante, también lo es que los mexicanos perdemos de vista una serie enorme de instituciones y personas de la mayor valía, con las que convivimos cotidianamente.
Prácticamente todos guardamos en la memoria actos ejemplares de médicos sin mayor interés que la vida y el bienestar de sus pacientes, noticias de familias que acogen a ancianos o niños desvalidos con la mayor generosidad; hemos visto cómo amigos y compañeros están dispuestos a desprenderse de sus escasos bienes para paliar las necesidades de sus congéneres, desconocidos prestos a auxiliar a ancianos o discapacitados que lo requieren, personas de los estratos más humildes que comparten gustosos sus escasos alimentos, y un interminable etcétera.
En realidad, éstos son los rasgos distintivos del pueblo mexicano, y no los que se han empeñado en endilgarnos —y muchos han llegado a creerse—. Estamos lejos de ser en esencia mezquinos, flojos, violentos, tramposos o corruptos. Ello no significa que neguemos cómo se ha abierto paso aquello de que “el que no transa no avanza”. Sin embargo, esta expresión es, en los hechos, más un consuelo y una forma de resistirse a los resultados del mal gobierno que ha regido los destinos del país durante los últimos 200 años —con muy contadas excepciones que no hacen sino confirmar la regla— que una manera de ser inherente a los mexicanos.
Prueba de ello es el hecho de que los mexicanos más pobres literalmente escapan hacia lugares —generalmente Estados Unidos, por la proximidad y el espejismo de facilidad que envuelve el tránsito hacia esa “tierra prometida”— ante la falta de equidad y de oportunidades que priva aquí; y quienes triunfan en ese empeño llegan a vivir dignamente con el fruto del más humilde trabajo.
Sin embargo, no todos pueden lograrlo, incluso una gran mayoría no está dispuesta a sacrificar sus raíces, su lengua y su cultura, aunque ello implique sufrir indecibles penurias. Definitivamente no es justo que así paguemos a quienes cultivan los alimentos que llegan a nuestras mesas, edifican todas las viviendas, fábricas y oficinas que existen en el País y fabrican prácticamente todo lo que utilizamos en nuestra vida diaria.
Desde el fin de la época posrevolucionaria —allá por los treinta del siglo pasado— hemos vivido en el espejismo de la democracia y con la ilusión de que ésta se va perfeccionando. En los hechos, durante casi un siglo transcurrido desde entonces, el signo distintivo ha sido el mal gobierno contra el que se sublevaron los caudillos de la Independencia.
Hechos como el triunfo de los candidatos “independientes” son muestra clara del hartazgo de los ciudadanos hacia las opciones que ofrecen los partidos actualmente. Sin embargo, no nos cansamos de advertir el grave riesgo de que llegue a la Presidencia un nuevo Fox, un Bronco o un personaje como el exfutbolista Cuauhtémoc Blanco.
Todo apunta a que la tercera será la vencida para López Obrador. Se le acusa de estar perennemente en campaña. Lo cierto es que quienes no cejan en su empeño de cerrarle el paso por todos los medios a su alcance son quienes detentan el poder en este país: los empresarios, el PRI (y su prolongación, el Verde), el PAN y el PRD de los Chuchos, el duopolio televisivo y sus adláteres. Habremos de ver si el hartazgo de la gente puede convertirse en antídoto para estas campañas de odio o si se logra construir una nueva opción.
En tanto esta incógnita se disipa, será tiempo de volver a la carga contra el mal gobierno y de construir el camino que nos lleve a fundar una verdadera democracia. Las condiciones están dadas. Toca actuar, exigir y no ceder en los avances que se logren; prestar oídos sordos a descalificaciones y propaganda amañada y exigir a quien triunfe en las urnas que restituya el poder adquisitivo de los salarios, cimiente el desarrollo del País y de su gente en la educación, la investigación y el desarrollo científico, renueve el sistema de justicia y lo mantenga al margen del reparto de cuotas y las sentencias a modo. De no hacerlo así, comenzará a volverse a escuchar a todo volumen aquel grito de “Muera el mal gobierno”.
¿La represión, fórmula para mejorar la educación?
El jueves 29 de octubre se anunció con bombo y platillo la captura y el encarcelamiento de dirigentes de la temida —por el régimen peñista— sección 22 de la CNTE en Oaxaca, quienes fueron recluidos en el otrora penal de máxima seguridad de Almoloya (o del Altiplano, como se ha dado en llamarle, en una suerte de eufemismo para no causar desdoro al topónimo).
Más allá de que parece un exceso tratar a los disidentes como a reos de alta peligrosidad, insistimos en que la única vía para lograr una reforma educativa es reforzar la formación de los docentes, modernizar planes y programas de estudio y, por supuesto, asignar la más alta prioridad presupuestaria a esta actividad
De no hacerlo así, Peña Nieto y sus aprendices de políticos pasarán a la historia. Sí, pero como represores, y no como reformadores y autores de un cambio trascendente en la educación pública.
Educacion
Educación, salud, trabajo ,salario mínimo suficiente y dignó, es lo mínimo q un gobierno supuestamente democrático debe proveer a los ciudadanos, y si es una realidad la solidaridad y compromiso de unos con otros ,en este país depredado por gobiernos impuestos y acordados, pero ya es tiempo de que muera el mal gobierno ,represor ,culpable y cómplice de lcrímenes de lesa humanidad, no hay mucho tiempo para unirnos y defendernos de este mal gobierno ,la política la tiene que regir el pueblo,pues entonces que”QUE MUERA EL MAL GOBIERNO “