Desde Filomeno Mata 8
Mouris Salloum George*
Los coléricos manifestantes atacaron a reporteros y camarógrafos para prohibirles que hicieran crónicas y tomas, porque en los actos vandálicos participaban menores de edad. Hay que proteger el derecho de los niños a la privacidad.
Ante la cautela -rayana en la impotencia– de las autoridades, el bárbaro asalto a las instalaciones de instituciones públicas de educación Media y Superior en la Ciudad de México, se desborda en grado y medida: Para ayer, 60 mil estudiantes eran impedido de tomar sus clases en planteles preparatorianos y la amenaza de toma de la Facultad de Derecho de la UNAM, cuando ya los atacantes tienen el control de la Facultad de Filosofía y Letras en el campus de Ciudad Universitaria.
Mazos, martillos, cohetones, argumentos para el “diálogo”
Los encapuchados han encontrado en la impunidad campo fértil para escalar su ofensiva, armados de martillos, mazos, cohetones, latas de spray y otros artefactos de destrucción, con los que han cerrado el acceso a más de una docena de establecimientos docentes, en los que han impuesto la ley de la selva.
Primero la violencia y luego pliegos petitorios, exigiendo “diálogo” cara a cara con altos funcionarios académicos y administrativos, o la renuncia de algunos de ellos.
Es obvio que no encaja en esa campaña de atentados la excusa da la espontaneidad: Las algaradas anarcoides que se iniciaron sistemáticamente hace meses en el centro histórico de la Ciudad de México, tratando de reventar movilizaciones sociales de otra índole, se trasladaron a los espacios universitarios con la seguridad de que, al amparo de la autonomía de la UNAM, la fuerza pública no sólo es obligada a replegarse, sino a servir de escolta a las provocadoras marchas y mítines-motines que vienen subiendo cada vez de tono.
Sabemos cuándo empieza la subversión; no cómo termina
No hay, por supuesto, complacencia en la actitud de las autoridades, pero la tolerancia nos coloca ante una convicción de naturaleza sociológica y política: Se sabe cuándo y dónde se inician esos fenómenos; nunca se sabe cuándo y cómo terminarán.
En la histórica Universidad de Salamanca, en los años treinta, se escuchó el ominoso grito: Muera la inteligencia. ¡Viva la muerte! España terminó desvertebrada. Una referencia para la reflexión. Vale.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.