Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
En medio de la visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Veracruz la semana pasada, las cifras alegres machacadas en la “mañanera” por el gobernador Cuitláhuac García Jiménez sobre la supuesta baja en los índices de criminalidad en la entidad palidecían frente a la terca realidad de un estado sumido en la violencia.
Un nuevo feminicidio en Xalapa se sumó a la imparable espiral de ataques mortales a mujeres que no parecen tener fin ni freno: Yarazeth, una enfermera del Centro Estatal de Cancerología, se unía a al menos otras dos víctimas cuyas vidas fueron segadas en la misma semana en otras regiones de Veracruz, que de norte a sur padece una violencia incontenible y a la vez, sistemáticamente soslayada por las autoridades.
Solo en el tema de los feminicidios, lo que sucede en Veracruz debería ser un escándalo internacional. De acuerdo con las cifras del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres de la Universidad Veracruzana, entre enero y marzo se han reportado en medios de comunicación de la entidad 25 feminicidios, 20 homicidios, 95 agresiones y, de manera particularmente grave, 212 desapariciones de mujeres.
¿Cómo con esas cifras pueden las autoridades estatales proclamar que la criminalidad va “a la baja” y que las cosas “van bien” en Veracruz? Pues con la caradura y desfachatez que caracterizan a la clase política en general y de la cual no escapan en Morena, que como “nuevos ricos” están embriagados por un poder que creen durará eternamente y que evitará que rindan cuentas.
Aunado a la violencia contra las mujeres, muchos otros hechos de sangre asuelan a toda la entidad veracruzana, donde nadie está exento ni a salvo de convertirse en parte de las estadísticas del dolor.
Todavía más grave es que incluso contando con información para prevenir los actos criminales, las autoridades opten por la omisión. Como sucedió precisamente en el caso de Yarazeth, que en tres ocasiones denunció ante la Fiscalía General del Estado haber sido víctima de agresiones y violencia en su entorno. Al último ataque ya no sobrevivió.
A casi cinco años de ejercicio de gobierno, cualquier pretexto es inaceptable. El solo intento de atribuir los horrores del presente a las falencias –innegables, más no vigentes- del pasado ofende la memoria de las víctimas y, a la vez, exhibe la brutal y criminal incapacidad de la administración de Cuitláhuac García Jiménez para llevar las riendas de la gobernabilidad de Veracruz.
El gobernador lo sabe. Por eso este lunes literalmente huyó de los medios de comunicación antes de que lo abordaran para cuestionarlo sobre el desastre en el que tiene sumido a Veracruz.
A él de lo que le interesaba hablar era del festival de Salsa –creado en el sexenio de Javier Duarte, vale la pena recordar- que organizará el gobierno en los primeros días de junio. Su mero mole. Lo único que realmente parece disfrutar en la vida.
Para su desgracia –y la nuestra-, su responsabilidad no es ir a bailar el “sabadaba” ni organizar fiestas populares. Es gobernar a Veracruz, en donde al final de su sexenio solo quedará un legado para recordarlo.
La muerte.
El desastre de la comunicación de crisis
Así como han demostrado ser unos “magos” para la propaganda y para aprovechar las carencias discursivas de sus “adversarios”, quedó claro que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene severos problemas para la comunicación de crisis cuando del presidente se trata.
El fallido intento por esconder los problemas de salud del titular del Ejecutivo federal de estos días no solo evidenció la debilidad del equipo presidencial para afrontar situaciones extremas fuera de su control, sino que provocó una oleada de desinformación y especulaciones -ante el vacío informativo creado por ellos mismos- que ha cancelado cualquier posibilidad de credibilidad ante cualquier versión que no sea una prueba contundente de que la situación de López Obrador no es grave.
Mientras tanto, la estabilidad del país pende de un hilo.
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