Joel Hernández Santiago
Ojalá tan sólo nos refiriéramos al poema del tabasqueño José Gorostiza para recordar la fragilidad humana, los sentimientos más profundos del ser y sus intensidades punzantes, la transparencia del agua y la volatilidad del tiempo…
No. La muerte sin fin hoy en México tiene un sentido trágico. El de la catástrofe de una sociedad que está sumergida en la inmensidad del abandono, la soledad más profunda y en lo inerme de su condición individual y colectiva: en un desierto de soluciones.
¿Quiénes son capaces de arrebatar y diluir la vida de unos muchachos para convertirla en dolor y en llanto familiar, social y colectivo? ¿Quiénes son capaces aquí de arrancarnos de las manos a quienes comenzaban a vivir y tenían para sí el futuro del país y el de su creación y recreación?
¿Podemos vivir en paz en un país que día a día se convierte en un grande-enorme-interminable cementerio de vidas y de conciencias?
Y a pesar de que la muerte, esa muerte sin fin, se ha convertido en un hecho cotidiano en México, hay instantes todavía más terribles que demuestran que aún somos capaces del azoro y de la indignación, a pesar de que en poco más de once años la violencia criminal en México se ha desatado sin control y la vida de muchos, hombres, mujeres, ancianos, niños… ha sido segada y la de otros viven el infierno de dolor, de la indignación y la impotencia.
El 19 de marzo, poco después de las 20 horas tres jóvenes estudiantes de cine en la Universidad de Medios Audiovisuales, en Guadalajara, Jalisco, desaparecieron cuando regresaban de grabar unos videos en una casa en Tonalá, Jalisco. Eran Javier Salomón Aceves, Marco Ávalos y Daniel Díaz.
Además de los tres muchachos, en otro vehículo viajaban otros tres acompañantes: “Teníamos cinco minutos que habíamos salido de la casa que tenemos ahí, cuando a mí se me calentó mi carro, entonces Javier –que iba atrás de mí- se paró para auxiliarme, queda adelante mi coche y atrasito quedó el de él –explicó Alejandra, prima de Javier Salomón–:
“Mientras revisaban el auto descompuesto dos camionetas los rodearon y entre seis y ocho hombres armados se bajaron de ellas; eran unos sujetos con pistolas, armas largas y nos dicen que son de Fiscalía y que nos tiráramos al suelo… Y cuando levanté la cabeza, vi que ya no estaban las camionetas y…”
El 23 de abril la Fiscalía de Jalisco informó: “Los tres estudiantes de cine desaparecidos en Tonalá, el pasado 19 de marzo, fueron asesinados y sus cuerpos disueltos en ácido”.
Y luego el anuncio de dos detenidos –de ocho involucrados en el asesinato—y el relato escalofriante de cómo ocurrieron los hechos y la confusión que se supone que hubo, y luego el gobernador del estado, Aristóteles Sandoval con “estamos indignados con lo que está pasando en nuestra ciudad porque están desapareciendo jóvenes…”
Nada los devuelve a la vida. Nada se ha hecho para cambiar esta situación que está en el eje central del futuro político y social de la República. Nada soluciona este gobierno que ha permitido ese grado de violencia en un país poliédrico que en gran parte está cubierto de sangre, corrupción e impunidad.
Hay razón para ese enojo y esa indignación social. Hay razón para reprochar a todos, de cualquier partido político, que no sólo no sean incapaces de solucionar la tragedia nacional sino que en muchos casos funcionarios u operadores de seguridad están involucrados con el crimen organizado, de grado o por fuerza, pero en ello están.
Y no ha pasado el trago amargo –y no pasará—cuando nos enteramos que el 6 de abril desaparición de seis jóvenes originarios de Quilehtla, Tlaxcala, que viajaron a la comunidad de Temascal del municipio de San Miguel Solyatepec del estado de Oaxaca.
Desde el pasado 6 de abril se perdió todo contacto con ellos. Familiares de ellos que también vacacionaban en Oaxaca junto con otro amigo fueron a buscarlos y se encontraron que habían sido arrestados por la Policía Municipal y que estaban en los separos de Solyatepec. Según informes de familiares, los jóvenes pagaron una multa y se comunicaron a Tlaxcala para decirles que ya iban de regreso. Luego ya no se supo nada de los seis.
¿Muerte sin fin? El ‘Laberinto de la soledad’ de Paz se confirma. Somos el país más sólo y más triste, después de todo esto.