CUENTO
-¡Vamos, Chico! ¡Arriba esos ánimos! La vida no es nada fácil, yo más que nadie lo sé.
-Dime -quiso saber el niño-. ¿Qué es lo que soñabas cuando eras joven? -La mujer empezó a carcajearse. Sentada frente al niño lo observaba mientras comía unas galletas con un vaso de leche.
-¿Qué? ¿Acaso ya tengo cara de vieja? –Preguntó ella fingiendo estar indignada, y se apretó los pechos con ambas manos-. Mira a estos y dime: ¿te parecen que son de una vieja?
-Yo… no es eso lo que quise decir. –Contestó ruborizado el niño. La mujer lo notó y le respondió:
-Chico… pierde cuidado. ¡Sólo estaba bromeando! –Ella tocaba el hombro del niño para tranquilizarlo.
La mujer había conocido al niño cuando se encontraba comprando en la única tienda que existía en aquel lugar. Ella llevaba viviendo varios años donde él, en uno de los barrios más pobres de aquella ciudad. Y nadie que la viese ahora adivinaría su pasado remoto, aquel en el que ella se había visto así misma como la joven más afortunada del mundo, con una vida casi perfecta, de princesa.
Ahora, después de mucho tiempo, ya casi no quedaban rastros de aquella vida. Se había reinventado así misma, y solamente ella sabía el dolor que llevaba por adentro.
-¿Sabes una cosa? -preguntó al niño.
-¿Qué?
-La vida apesta. -Al escuchar esto el niño empezó a reírse.
-Ah, con que te ha sonado divertido, ¿eh?
-Mucho -respondió el niño.
-Pues te diré una cosa más. -La mujer se puso muy seria, y adoptando una voz secreta expresó-: La vida no solo apesta, sino que también aburre, ¡y mucho! Aburre como… -Ella buscaba las palabras en su mente-. ¡Como las matemáticas! ¡Eso, eso es! ¡Como las matemáticas!
-Por qué… ¿por qué lo dices? –Logró preguntar el niño entre una risa y otra.
-¿Pues por qué más va a ser? ¡Por los números! Que si dos más dos son cuatro… No –añadió tajantemente la mujer-. Te diré algo que nadie sabe. Dos más dos no son cuatro, ¡son un millón!
Y luego vienen las figuras geométricas; que si un circulo cuadrado, que si el ángulo de un rectángulo, que si el coseno de mi seno… ¿A quién le importan los senos de esta mujer que está sentada frente a ti, ¿eh? A ver, ¡dime! -El niño no paraba de reír, y la mujer se le unió a él. Los dos rieron hasta que se cansaron.
-Vaya, vaya. ¡Vaya que si te he quitado ese rostro triste que tenías hace unos instantes! –
Dijo la mujer, mientras recuperaba el aliento-. Así estás mejor –Cuando ella finalmente estuvo tranquila le dijo al niño-: Chico, no me gusta verte triste, porque cuando te pones triste, yo también lo hago. La vida es un asco, yo más que nadie lo sé; sí, es verdad, pero no por esto debemos dejar de sonreír. Y si no me crees, pues solo mírame a mí. Aquí estoy, frente a ti, y no sabes cuánto me costó superar aquel episodio de mi vida. -El niño la escuchaba muy atentamente. Su rostro otra vez estaba serio. La mujer siguió diciendo-: Por mucho tiempo no hice más que llorar. En el día no podía hacer nada, y en la noche todo lo que hacía era mojar mi almohada con lágrimas de dolor. Lloraba y lloraba hasta el amanecer… y cuando el sol se aparecía permanecía acostada, porque no tenía fuerzas para levantarme. Yo no lo sabía… que estaba deprimida.
-Pero… ¿por qué? -preguntó el niño, muy suavemente.
-Ahh -suspiró la mujer-. Es difícil de contar. Y puede ser que no lo entiendas. Pero en fin.
Te lo contaré. Tal vez y haciéndolo expiren un poco más todos mis pesares.
-Soy tu amigo, ¿no? -preguntó el niño.
-Sí, sí que lo eres.
-¿Entonces?
-¡De acuerdo! ¡Está bien! Te lo contaré. -La mujer bajó la miraba hacia el plato donde antes habían estado las galletas, luego volvió a mirar al niño, aspiró aire y empezó a contar:
“Perdí a mi hijita. Mis padres pertenecían a la alta sociedad. Por lo tanto, cuando tuve edad suficiente para entenderlo, supe cuál sería mi futuro; nada más ni nada menos que el de un matrimonio arreglado por ellos”.
-¿Qué es un matrimonio arreglado? -la interrumpió el niño.
-Es cuando te obligan a casarte con alguien que no amas. ¿Entendido?
-Sí. Perdón. Continúa.
-Como te decía: “Cuando cumplí veinte años mis padres me sentaron en la sala y me lo dijeron, que ellos ya habían encontrado para mí al marido perfecto. Al escuchar esta noticia, enseguida traté de protestar diciéndoles de que ni sabía de quién hablaban, pero ellos me respondieron, casi al mismo tiempo, de que se trataba de uno de los jóvenes más ricos y guapos de nuestra sociedad, y que él ya me conocía que porque siempre me había visto nadar en la piscina del club a donde acudíamos todos los de nuestra clase social”.
-¡Qué mala onda! -respondió el niño.
-¡Malísima! -replicó ella, al tiempo que se pasaba un dedo para quitarse una lágrima del ojo derecho-. ¿Continúo?
-Sí.
“Ese día agoté todas mis objeciones para tratar de persuadir a mi padres de la decisión que ellos ya habían tomado sobre mí. Les dije cuanto pude: que no lo conocía, que si no me darían tiempo para ser novios y así conocernos un poco. ¡Nada! Nada de esto dio resultado. Ellos simplemente se limitaron a decir de que ya habría tiempo suficiente después de estar casados por la ley y ante los ojos de dios”.
“Después de meses, la fecha para la boda llegó, la cual fue todo un acontecimiento social. Los papás de mi flamante esposo, al ser más ricos que mis padres, no tuvieron límites para gastar en lo mejor para los invitados: comida excelente y a raudales, vinos y licores de la más alta calidad; aparte de los adornos de mesa y los arreglos florares esparcidos por todo aquel inmenso jardín donde se celebraba la boda. Ahora que lo recuerdo, no sé cómo es que pude pasármela sonriendo todo el tiempo. Supongo que es porque me había hecho a la idea de que lo que me sucedía no era tan malo después de todo. Pero solamente tres años más adelante me daría cuenta de lo equivocada que estaba”.
“En nuestros primeros días de casados, él no mostró para nada su verdadera personalidad, pero luego de un tiempo empezó a hacerlo. Adoptando su pose de hombre macho empezó a exigirme de que tuviésemos un hijo. Y yo, como seguía sin amarlo, me rehusaba. Él no sabía que yo me cuidaba, que tomaba pastillas para no quedar embarazada. Hasta que un día me descuidé y dejé olvidado sobre la mesa del lavado la caja que lo contenía. Y así es como él lo descubrió”.
“Al enterarse de lo que yo hacía, no me reclamó nada, pero a partir del siguiente día empezó a comportarse como si fuese dueño de mi cuerpo. Entonces aquí fue donde me lo prohibió todo”.
“Después de tirar todas mis pastillas al excusado, me encerró con llave para que yo no saliera y fuese a comprar otras. Por lo tanto, en cuestión de meses quedé embarazada. Para aquel entonces yo tenía veintitrés años, y él veintiséis. Su comportamiento parecía seguir siendo el de una persona normal, dentro de lo que cabe. Pero conforme fueron pasando los meses de mi embarazo vi despertar en él a un hombre muy agresivo. Y sentí muchísimo miedo”.
“Mientras más pasaban los días, más se obsesionaba con el sexo del bebé. Decía y juraba que era un niño, y que sería el heredero de toda la fortuna de su abuelo. Al parecer lo había visualizado todo de principio a fin. Pero entonces sucedió algo”.
“Después del parto, él, al enterarse de que yo había dado a luz a una niña, se volvió loco, pero no de alegría sino que de cólera. Cuando entró a mi cuarto enseguida empezó a reclamarme. Me dijo que yo era una mujer muy mala, que porque no le había concedido lo que él más quería en el mundo: un hijo heredero. Luego me dijo algo que me dejó helada. Se acercó a mí y me susurró al oído: “¿Sabes qué voy a hacer con ella?” “¡Voy a matarla!”
-Y… ¿lo hizo? -se atrevió a preguntar el niño. “Sí”, respondió ella moviendo su cabeza.
-Oh, lo siento mucho.
-Ah, pequeño… No hace falta que te diga cómo quedé destrozada al enterarme de lo que él le había hecho a mi bebé. Cuando mis padres lo supieron, enseguida vinieron a verme y me pidieron mil y un millón de disculpas. Los padres de él simplemente jamás se aparecieron, y su hijo escapó a lo que había hecho.
-¿Qué… qué paso después?
-¿Qué pasó después? -preguntó ella, resignada-. A mí no me daban de alta todavía, y aunque apenas y podía mantenerme de pie, tuve que hacerlo para salir. Mis padres y yo fuimos a enterrar a mi bebé. Y de todos los amigos que dizque tenía en el club, ninguno de ellos acudió a mi duelo. Sin embargo, todos mis antiguos amigos de la escuela, a los que hacía tiempo no veía sí lo hicieron. Eran los que conocían mi verdadero sueño: convertirme en una escritora de cuentos para niños. -El niño, al escuchar a su amiga decir esto, se tapó la boca con una mano.
La noticia de que ella quería ser lo mismo que él lo había dejado muy sorprendido. La mujer, al ver su reacción le dijo:
-Sí, Chico. Yo soñaba con ser escritora como tú.
-Ahora entiendo por… qué…
-Sí, nene. Así es…Por eso es que te quiero mucho. Tú eres lo que yo un día fui, una inventora de historias… hasta que renuncié a ello. Y entonces decidí convertirme en esto, en lo que todo el mundo llama una “puta”.
-¿Qué es una puta? -preguntó el niño.
-Ah. Todavía no tienes edad para entenderlo. Pero si te digo que es algo muy malo, estoy segura de que lo entiendes. ¿Verdad?
-Sí, más o menos -respondió de manera pensativa el niño-. Pero dime. Y si es algo muy malo, ¿por qué lo eres?
-¿Quieres que te lo cuente? -preguntó ella, después de morder una galleta.
-Sí.
-Está bien. Te lo diré.
“Después de semanas de llorar y llorar, luego de muchísima tristeza, empecé a recordar todas las novelas que había leído cuando tenía más o menos tu edad. Recordé a todas esas mujeres fuertes y valientes a las que nada ni nadie les hacía daño jamás. Entonces me di cuenta de que ellas no eran mujeres de verdad. Y rápidamente desdeñé todo lo que yo hacía; escribir cuentos de pura fantasía. Poco a poquito empecé a sentir odio de mí misma y de la vida propia. Y en el lapso de unas semanas, el odio pasó a convertirse en algo peor”.
-Y ese sentimiento es lo que provocó lo que ahora soy: una mujer mala.
-Pero ¿por qué? -volvió a preguntar el niño.
-¿Por qué? Porque después de buscar mucho descubrí que esta era la única manera que yo tenía para reemplazar mi asco verdadero por uno falso. Así que un día, recordando un pasaje de una de mis novelas favoritas, agarré mis cosas, y sin decirles nada a mis padres abandoné mi casa.
Caminando sin rumbo alguno me di cuenta de que estaba perdida; entonces fue cuando se me ocurrió hacer lo que ahora hago. Al vender mi cuerpo volvería a hacer lo que mis propios padres habían hecho conmigo: venderme al mejor postor sin que les haya importado un ápice mis sentimientos.
-Desde que hago lo que hago la gente me ha llamado todo tipo de cosas horribles que no puedo pronunciar ante tus oídos; sin embargo no saben que en vez de ofenderme o hacerme sentir mal, provocan todo lo contrario. Porque solamente cuando los escucho juzgarme recuerdo quién soy y quién he sido. Y créeme que esto es lo que me ha ayudado mucho cuando me he sentido desganada, como tú ahora mismo.
-Chico… ¡ánimo! ¡No estés triste solo porque no has ganado el primer lugar de tu concurso! ¿Qué? ¿Es que acaso no te das cuenta de que haber ganado el tercer lugar quiere decir que lo estás haciendo muy bien?
-¿Tú crees? -preguntó el niño, apesadumbrado.
-¡Claro que sí! -respondió ella con mucha energía-. Así que ¡arriba esos ánimos! No te pongas triste ¡nunca, nunca jamás! ¿Has entendido? -La mujer sostenía el mentón del niño mientras le hablaba. Sentada frente a él, ella -que estaba maquillada y vestida como las mujeres que venden su cuerpo- le hizo una propuesta a este niño que había conocido en la tienda, mientras él miraba una revista de historietas.
-Chico -volvió a repetir ella-. Te propongo algo.
-¿De qué se trata? -preguntó el niño, mientras se limpiaba la boca con una servilleta.
-A ver… Qué te parece si yo… Bueno, mira. Hace años que yo visto así como me ves, lo cual la gente llama feo y vulgar, sin embargo tampoco saben que solamente es un disfraz que utilizo para ocultar la que un día fui: esa muchacha con vida de princesa. Así que lo te propongo es que… Ah, cómo te lo explico. -La mujer miró por toda la cocina en busca de sus palabras-. Mira…, antes de decirte lo segundo, primero quiero que sepas que desde que soy tu amiga la vida ha vuelto a tener un poco de sentido para mí. ¿Entiendes lo que te digo, Chico? -El niño la miraba fijamente.
-Ajá -fue todo lo que contestó él, y la mujer siguió hablando:
-Nene, escucha lo que te voy a decir. -Ella se inclinó hacia el niño para que sus oídos no perdiesen sus palabras, y entonces dijo-: La vida es fea…, pero en cierta forma también es bella, porque me ha hecho conocerte. Yo ya soy una mujer grande, pero tú apenas y empiezas. Así que quiero que sepas que mientras yo viva siempre voy a animarte a seguir tu sueño de convertirte en escritor. Y famoso o no, rico o pobre, ¡yo siempre seré tu amiga… y también tu lectora! Así que ¡no te se vaya a ocurrir dejar de escribir sólo porque no has ganado el primer lugar! ¡¿Entendido?!
-Sí… señora.
-¡Nada de señora! ¡Llámame Marlen! ¡Para eso soy tu amiga!
-Sí, ¡Marlen!
-¡Muy bien! ¡Así está mejor! -La mujer dio un leve apretón al cachete del niño para demostrarle su cariño-. Ahora lo que te decía. ¿Qué te parece si tú y yo hacemos un trato?
¿Aceptas?
-Todavía no me has dicho de que se trata -objetó con impaciencia el niño.
-Bueno, ay te va. La gente dice que visto como una mujer muy mala, ¿sabes?
-Sí. Ya me lo has dicho.
-Pues entonces dime. ¿Te gustaría volver a verme vestida como una mujer buena?
-¿Cómo…? ¡Pero si tú ya eres una mujer buena! -Exclamó el niño, inocentemente-. No solo me regalaste la historieta que no podía comprar, sino que además siempre me has regalado galletas y consejos.
-¡Sí, nene! ¡Pero la gente es habladora, y no lo sabe! Así que dime, ¿quieres sí o no verme vestida otra vez como una mujer buena?
-Sí, sí quiero -respondió el niño-. Para que así la gente deje de decir que eres mala.
-Bueno. Pues entonces lo que te propongo es que sigas escribiendo y que cuando ganes el primer lugar en el próximo concurso me invites a ir a buscar el premio contigo, vestida como te he dicho. ¿Qué dices? ¿Aceptas? ¿Sí o no?
-Emm… no sé. -El niño se quedó callado…, hasta que propuso muy seriamente-: ¿Por qué no mejor cuando yo publique mi primer libro de cuentos?
-¡¿Lo estás diciendo el serio?! -La mujer se levantó de su silla como si fuese un resorte, y empezó a caminar alrededor de la mesa. La respuesta del niño la había dejado completamente asombrada. Después de darle más de cinco vueltas a la mesa, se volvió a sentar, y dándole un golpe a la mesa como hacen los jueces, sentenció-: ¡Ya! ¡Es un hecho! El día que tú publiques tu primer libro, yo iré tomada del brazo tuyo, vestida otra vez de… mujer decente.
El niño y la mujer pactaron el trato con un saludo…, y no pararon de bromear y de reír como los buenísimos amigos que eran. Los dos eran muy felices por tenerse el uno al otro.
FIN.
ANTHONY SMART
Noviembre/02/2017