Sala de espera/ Lema para las ilusiones
Gerardo Galarza
Dentro de un año México tendrá nuevo presidente de la República. Toda hace suponer que por primera vez en 203 años será una mujer, que lamentablemente surgirá de un proceso viciado por la renovada cultura política del priismo: los mexicanos votarán por una nueva ilusión sexenal, como la han hecho desde que la revolución se institucionalizó.
¿Los votantes saben de algún real proyecto de nación de cualquiera de las dos candidatas, -no “coordinadoras” de nada- que hacen ya campaña electoral por todo el país, pese a que ley lo prohíbe? Más y no menos insignificante: ¿el desacato a la ley electoral es un augurio de que no cumplirán con las leyes durante su probable gobierno?
¿Proyecto de nación? ¿Alguna vez lo ha habido? Cuando mucho ha habido promesas de campaña, ilusiones todas para el votante promedio, quien sigue creyendo que ahora sí, como cada seis años, “la revolución le hará justicia”.
Sabedoras de eso, la dos principales candidatas -dicen que en enero del 2024 habrá más- seguramente ya han encargado a sus equipos de campaña (los que aspiran a ser próximos miembros del gabinete para que les llegue la justicia revolucionaria) la búsqueda de un lema de campaña para que ilusione a los votantes con el sueño de una mejor situación personal. ¿El país, qué?
En 1970, Luis Echeverría prometió “Arriba y adelante”; en 1976, José López Portillo propuso: “La solución somos todos”, que el populacho convirtió acertadamente en “La corrupción somos todos”. Por eso, en 1982, Miguel de la Madrid prometió “La renovación moral de la sociedad”; “Que hable México” promovió Carlos Salinas de Gortari en 1988; Ernesto Zedillo propuso “Bienestar para tu familia”, Vicente Fox reclamó “El voto para el cambio”; Felipe Calderón dijo que sería “El presidente del empleo”; Enrique Peña Nieto promovió el “Mi compromiso es contigo”, y Andrés Manuel López Obrador convocó a “Juntos haremos historia”.
Es decir, por promesas de los lemas de campaña electoral no paramos. Por ellos, millones de mexicanos votaron con la esperanza sexenal de siempre: con éste si la vamos a hacer, tiene cara de buena gente. Con el paso del tiempo, los mexicanos supieron que esas proclamas electorales eran falsas o, en el mejor de los casos, demagogia pura.
Y en los próximos meses, los nuevos lemas de campaña llenarán las bardas del país, las mantas de los mítines, los carteles en los postes, los anuncios en la prensa, radio y televisión, en los chalecos de los promotores, en los folletos propagandísticos, que se olvidarán el 3 de junio del 2024 cuando la euforia invada a los seguidores de la triunfadora en las elecciones.
Una de las candidatas recurrirá, con toda seguridad, a la promesa de seguir con “la transformación” para aprovechar la presunta popularidad de su destapador; la otra, a la necesidad del cambio. Las dos seguirán la “tradición”.
Los mexicanos tienen derecho a saber que significa la continuidad de la transformación, cómo se materializará en la vida nacional y en la vida de cada uno de ellos o, bien, qué significa el cambio, cuáles son las acciones que se tomarán… ¡Qué difícil! La mayoría votará por aquella que le parezca buena gente, la que ahora sí, como cada seis años, sea la “buena”…
¿Será mucho pedir que las candidatas presenten algunos planes o siquiera proyectos para solucionar los graves problemas de seguridad, salud y educación, que son esencialmente la obligación primaria de cualquier gobierno?