La estadística proviene del dirigente (formal) del PRI nacional, César Camacho Quiroz: en sólo un año, la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos cambió en 25% de su contenido previo.
Tenemos, pues, una Constitución llena de parches. Muy parchada.
El Texto Fundamental, como dicen en los discursos, ya no es lo que en un par de días conmemoraremos. Hoy, como ha ocurrido en cada sexenio, es un amasijo de proyectos del inquilino en turno de Los Pinos. No todos de su cacumen. Muchos de ellos impuestos desde la esfera internacional.
Fue en la plenaria de los senadores del tricolor –en torno a la cual también orbitaron sus satélites verdes–, donde el ex gobernador mexiquense dijo el anterior 30 de enero, entre otras cosas:
“Yo puedo decir que independientemente de lo cuantitativo, porque en 12 meses ustedes reformaron prácticamente la cuarta parte de la Constitución; lo más importante no es lo cuantitativo, sino lo cualitativo. En muchas de estas reformas ustedes rompieron atavismos; no sólo ataduras, sino atavismos, eso que a veces no deja vivir. Rompieron mitos, porque legislando de cara a la sociedad con suficientes argumentos, dijimos, explicamos por qué son los artículos de la Constitución los que deben servirle a los mexicanos y no hacer de la Constitución un objeto de culto.
“La Constitución obviamente no sólo contiene normas jurídicas preceptivas, sino contiene principios, valores, y es ahí donde ustedes le metieron la mano para actualizarla y para hacer que la Constitución, que es al mismo tiempo que norma jurídica, proyecto de país, sin perder la esencia de 1917, pudiera estar a la altura del Siglo XXI mexicano.”
Atavismos, ataduras, mitos… frente a argumentos, principios, valores.
Buen orador don César, de cualquier forma sus filigranas verbales no convencen a muchos que han visto cómo es posible darle la vuelta a los preceptos originales, ya no sólo en sesiones legislativas del orden maratónico, incluso en cuestión de minutos cual sucedió apenas en prácticamente todas las Legislaturas locales que, así, se sumaron a lo que –antes que aquello que quería la ciudadanía– más parecía un ukase o proclamación dictatorial.
¿RÍGIDA O FLEXIBLE?
Los constitucionalistas arguyen que, la nuestra, es una Carta Fundamental rígida, porque se necesita un mecanismo especial para reformarla. Mayoría calificada en las cámaras del Congreso de la Unión –el voto afirmativo de las tres cuartas partes de los legisladores– y, además, que la mayoría simple de las Legislaturas locales la aprueben. En nuestro caso, 16 de las 31.
La realidad, empero, nos dice que se necesita un solo voto: el del Presidente de la República en turno, quien somete a su voluntad a todas las demás instancias, cuando –como es el caso presente– su partido, el que formalmente encabeza Camacho Quiroz, mantiene el control en la mayoría de las Legislaturas estatales, lo mismo que en el Congreso, debido a alianzas de interés con los “opositores”.
Rígida o flexible, en los hechos nuestra Constitución es letra muerta.
Letra muerta, sí, para los gobernantes y poderes fácticos que desde su creación simulan respetar y persisten en sus conductas reformistas, integrando textos que proporcionan margen de interpretaciones subjetivas incluyentes o excluyentes y hasta eliminando artículos que creen obsoletos de acuerdo a sus intereses.
Mucho de ello obedece a la falta de legitimidad de los gobernantes que, si bien no han sido reelectos, han sido impuestos por los poderes fácticos con sus estrategias transgresoras de las leyes electorales, manipulando vilmente los procesos electorales y fomentando el ejercicio corporativista, pragmático y clientelar de la política, menoscabando así el poder del sufragio efectivo que orientaba las aspiraciones de los revolucionarios de 1910 y generando cacicazgos que se reeligen en cada comicio para seguir legitimando su poder que genera desigualdad, pobreza y marginación.
Decía César Camacho en su alocución ante los senadores del tricolor que “hoy se puede decir, en forma sintética, que legislar también es gobernar; que se legisla recogiendo las inquietudes de la gente y que hace como debe, el Poder Legislativo, las veces de bisagra, de correa de transmisión entre la gente que tiene claro lo que quiere…”.
¿De verdad? ¿Son esas reformas que cambiaron un cuarto del contenido de la Constitución lo que deseaban los gobernados?
Buen orador don César, de cualquier forma sus filigranas verbales no convencen a muchos… ¿o sí?
Índice Flamígero: El constitucionalista Miguel Carbonell es claro cuando afirma que “toda constitución está comprometida con valores mínimos y sustituirlos equivale a poco menos que un golpe de Estado, aunque se haga a través de los procedimientos previstos”.