Germán Martínez Aceves
En la FILU tuve el placer de conversar con los personajes que recibían la Medalla al Mérito UV en el marco de la fiesta editorial. Las entrevistas se publicaban en el boletín “Corre, lee y dile” de la Editorial de la UV. En el 2003 se le otorgó a Juan Luis Cebrián, a Pablo Latapí Sarré y a Carlos Monsiváis. Así es que una mañana, muy temprano, Bismark Andrade, de TeleUV y César Pisil, de Prensa UV, nos lanzamos a la aventura de charlar primero con Monsiváis y después con don Pablo.
Llegamos a la Portales, en la calle de San Simón, donde estaba el claustro de San Monsi. El olor a gato era inconfundible. Mientras que Bismark acomodó la cámara y la iluminación y Pisil veía los encuadres, Miau Tse Tung, Miss Oginia y Fray Gatolomé de las Bardas supervisaban nuestros movimientos. Los otros gatos de la pandilla deambulaban entre el ritual del caos de libros, revistas, posters, discos, posters, películas, pinturas, muñecos diversos (Garfield se asoma en la foto) y mil cosas más de las infinitas colecciones de Monsiváis.
El cronista nos dijo que le avisáramos cuando todo estuviera listo mientras él acababa de revisar los periódicos del día, hablaba por teléfono, escribía, buscaba datos entre las montañas de documentos que estaban en el escritorio, oía radio y checaba algunas páginas de un libro que tenía a la mano. Llegó el momento y Miss Oginia como emperatriz se posó en un desvencijado sofá (tal vez el mueble alguna vez fue escenografía de una película de los 50) donde fue la entrevista.
El momento fue corto, pues Monsi, fiel a su sentido de la ubicuidad, saldría rápido hacia el aeropuerto porque ¡iba a ser juez de danzón en Monterrey! para continuar el desarrollo de la cultura popular en ese “proceso de inocultamiento del cuerpo, del hablar, del pensar y del humor de la mayoría”. Antes de que se fuera, por supuesto que tendría que haber foto.
Le comenté que justo uno de mis boleros favoritos era “Amor perdido” y que también había nacido el 4 de mayo, y para más señas, ambos nos apellidábamos Aceves. El sarcasmo habitó el momento y Pisil tomó la foto.
De ahí nos fuimos a la casa de don Pablo Latapí, un verdadero santuario de paz y espiritualidad. Por cierto, en ese momento Monsiváis tenía 65 años. Sin saberlo, anticipaba ser socio del Club Bienestar.