Rafael Serrano
El revuelo causado en la aldea mediática global y local provocado por la manera en que el Presidente de México afronta, encara, crítica a los medios de comunicación opositores y a algunos de sus mediadores profesionales es un hecho insólito en el paraje político nacional y creo internacional (aunque habría que mencionar que el demonizado Hugo Chávez lo hacía a su manera con Aló presidente en la Venezuela bolivariana).
Recientemente, en Las Mañaneras, el presidente ha instituido un espacio para identificar Las mentiras de la semana en los medios de comunicación y en las redes sociales virtuales; una sección ideada sobre todo para desmentir Fakenews, no para censurar ni agredir ni insultar como mal interpretan algunos. Ello ha escandalizado al establecimiento mediático y sobre todo a sus profesionales, una cauda de comentaristas, articulistas, entrevistadores, periodistas, asesores de todos los talk shows mexicas que hoy pueblan tanto los canales tradicionales de la radio y la televisión como las páginas de la agónica prensa impresa mexicana; a lo habría que añadir, como novedad mediática, la colonización de las redes virtuales por infinidad de líderes de opinión, influencers, donde ha emergido una opinión pública basada en intercambio de improperios, vértigos argumentales, bulos y posverdades. Claro con sus “honrosas” excepciones, como dice el aldeano de la Macuspana.
Dentro de este formato, en Las Mañaneras, el presidente no sólo informa sobre lo que hace su gobierno sino replica y crítica a su adversarios y críticos; incluso hace “pedagogía” ciudadana; dialoga con los periodistas que van a este conversatorio sui generis: escucha, asiente, crítica y replica a veces bien, a veces regular y a veces mal. Los periodistas igual: a veces bien, a veces mal y otras regular. Es lo más cercano a un intercambio de opiniones. Donde por cierto
Sin embargo, buena parte del coro mediático y la descompuesta oposición han mostrado su reprobación casi unánime por lo que consideran un despropósito y un acto de soberbia por erigirse, AMLO, en dador de la verdad: ¿quién es él, dicen, para determinar quién dice la verdad? Se le exige autocritica y con fervor y rabia los comunicadores aludidos y los que se ponen el saco le “muestran” y le “demuestran” que él “ha mentido” y “mucho”. Curioso: estos periodistas y comunicadores no hacen la más mínima autocrítica o apelan a las rancias justificaciones de que los medios se “auto-regulan” y que es el “público”, las “audiencias” los que juzgan los abusos, bulos que también y profusamente propagan todos los días desde sus granjas informativas. Bastaría con revisar la manera en que los medios y la mayoría de los comentaristas han narrado la pandemia: con pobreza informativa, medias verdades, fobia y siguiendo el mantra de que las bad news are good news, incluyo a los pontificios medios internacionales como el sacrosanto New York Times o al ahora neoliberal progre El País, cuyos corresponsales recorren el país como zopilotes informativos y luego escriben desde un café hípster de la colonia Roma sobre el caos que impera en el gobierno y el “desastre” de país, sin verse el ombligo. Si hace falta autocrítica, reflexión; pero de todos, no sólo de AMLO.
Lo mismo sucede con algunas organizaciones que defienden a los periodistas. Por ejemplo, la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) señala que López Obrador realiza una “recurrente campaña de estigmatización” en “contra” de periodistas y medios mexicanos y llega afirmar que esta campaña debe “cesar de inmediato” porque “suele degenerar en hechos de violencia” (¡¿?¡). la SIP sentencia que el espacio “Quién es quién en las mentiras de la semana” es un espacio para “agredir e insultar” a periodistas (¿¡¡?). Habría que preguntarle a esta Sociedad: ¿cómo, específicamente, AMLO agrede, estigmatiza e insulta a los medios y a los mediadores?, ¿cómo se puede demostrar que las críticas al trabajo periodístico notoriamente mal hecho y doloso están relacionados con hechos de violencia contra los periodistas criticados o replicados? y preguntarles a este gremio organizado: ¿han tomado en cuenta a las audiencias, a los lectores, a los ciudadanos que cada día les creen menos a los medios y a algunos mediadores profesionales?
Parece que la libertad de expresión, de acuerdo a la SIP, no tendría límites ni contrapesos ni estaría sujeta a la deliberación o la crítica dura pero respetuosa del quehacer informativo. En su Declaración de Chapultepec, la SIP prescribe: “…los medios de comunicación y los periodistas no deben ser objeto de discriminaciones o favores en razón de lo que escriban o digan”. Por supuesto, pero también se puede, suponemos y exigimos, los públicos, visibilizar cuando se hace un trabajo periodístico malo que propaga bulos y difunde trascendidos de gargantas profundas que terminan por confundir y que, por cierto, dividen y enconan a la opinión pública y que también “suelen degenerar en hechos de violencia”. La Sociedad Interamericana de Prensa no habla, en su amonestación a AMLO, de lo importante y necesario que es mostrar cómo encuadran las noticias los periodistas y los medios, sabida cuenta de cada medio tiene y defiende posturas ideológicas y tienen su propia agenda, no se diga de sus opinion makers. Cada medio selecciona lo que cree pertinente y excluye lo que considera no relevante. Y no esconderse en una neutralidad inexistente y una independencia más que relativa. Los medios, los mediadores profesionales son heterónomos más autónomos.
Los que hemos escuchado al presidente y seguimos Las Mañaneras, no hemos visto insultos ni agresiones a periodistas; pero si réplicas duras y tal vez acidas a ciertos medios y a ciertos periodistas que por cierto, explícitamente, sí lo han insultado y agredido verbalmente sin que éstos hayan sido estigmatizados o censurados por ello, tal es el caso de los improperios de Héctor Aguilar Camín, las bravatas de Brozo, las fobias coléricas de Martín Moreno, el clasismo fenicio de Alazraki, o la megalomanía subversiva de Ferriz y todos los demás comentaristas del establecimiento, remeros del nado sincronizado en la chinampa; y vaya que sí son agresiones que ameritarían al menos una reprobación pública: ¿Decirles conservadores y chayoteros a unos cuantos medios y a unos cuantos periodistas y mostrar que hacen negocios oscuros con gobiernos y políticos renombrados es una agresión a su libertad de expresión y a su supuesta “independencia”?; ¿pedir/exigir que informen con verdad y objetividad es censurar a la prensa y limitar su crítica al gobierno? Me parece que la SIP se ha excedido en sus afirmaciones y omitido reconocer el acierto de este formato comunicativo que se abrió con el gobierno de AMLO. Tienen la piel muy delgada y su defensa a los periodistas realmente violentados no está en Palacio Nacional.
Un poco de memoria
Que yo sepa el priato y el panismo durante más de 80 años no modificaron la relación de poder y subordinación hacia los medios de comunicación y hacia los periodistas. Las coordinaciones de comunicación social tenían esas funciones (basadas en boletines ataráxicos, entrevistas pactadas, oscuras, estereotipadas y enigmáticas conferencias de prensa con o sin preguntas) y otras como las de controlar la información a través de trascendidos que eran y todavía son el alimento de los opinantes profesionalizados; bajo el paradigma de que los medios son el cuarto poder, no muy independiente, que gravita en torno a los poderes institucionales, sobre todo el presidencial. En los tiempos del autoritarismo rampante, la era del priato, al poder político no le interesaba dialogar ni contradecir sino controlar lo daños de los errores y agravios de los políticos en turno y regular el conflicto social. Bastaría con revisar quienes han sido los coordinadores de comunicación en el priato o en la era neoliberal y la manera en que sincronizaban el nado informativo en los medios (la era de los bustos parlantes oficiales: de Zabludosky a López Dóriga y de Loret a Micha, etcétera). De igual manera, en este modus operandi, se establecían las “normas” para financiar al sistema mediático y a sus profesionales, un hoyo negro del que algunos periodistas de la vieja guardia, sobrevivientes, hacen esquizofrenia y ahora se camuflan en sus opiniones independientes. Por supuesto, hay periodistas, a Dios gracias, que han cruzado el pantano, pero hay pocos plumajes impolutos lamentablemente.
La Mañanera encrespa a los medios y a sus profesionales porque éstos ya no son los mediadores sine qua non: no fijan agenda ni hacen framing ad hoc; y, además, porque en La Mañanera se visibiliza no sólo la pugna entre los dichos de la institución presidencial y el poder mediático institucional sino la pobreza expresiva de los medios y sus periodistas. Pugna que tiene su origen en una ruptura del modelo informativo más que comunicativo que el priismo labró con los medios después del cardenismo y que perduró con el PAN y llegó a su sima con Peña Nieto. Este paradigma se ha abandonado y los establecimientos mediáticos viven una triple crisis: financiera, política y ética. Los medios y sus mediadores, dependían del gasto publicitario del gobierno, legitimaban su quehacer político haciendo eco de la clase política y su código ético era puramente retórico: su compromiso de informar con objetividad, verdad y relevancia a la ciudadanía era y es en muchos casos secundario. Se defendían intereses de los grupos y actores políticos, pero desde el cauce semántico que dictaba Los Pinos.
En el priato no vivimos una dictadura sino un sistema autoritario simple y llano. Por supuesto en ese páramo del control social había periodistas éticos, probos, todos contados con las manos y pocos medios realmente independientes que habitaban la penuria económica. Algunos fueron asesinados o amedrentados, excluidos del parnaso mediático y arrojados a guardar silencio o exilarse. No creo que la llamada transición democrática haya influido en abandonar este paradigma informativo porque no hubo transición democrática: lo que hubo fue un cambio pactado a la usanza priista y avalado por un panismo conservador para estirar la agonía de ese sistema. No hubo cambio de régimen como ahora se experimenta.
Vivimos muy lejos de la dictadura y del autoritarismo que pregonan algunos articulistas y editorialistas. ¿Hay crispación?: sí; ¿hay división?: sí; ¿hay controversia?: sí; que se hace visible todos los días en los encabezados de los periódicos y que tiene su réplica en Palacio Nacional: ¿no es eso lo que constituye la democracia: diversidad de opiniones, contradictorias, una lucha incruenta por decidir sobre la cosa pública? ¿por qué se pide “unir” al país y no “dividirlo” desde una ideología de pensamiento único que le atribuyen al presidente cuando también los medios dividen, crispan a la ciudadanía y tienen un pensamiento no sólo único sino presentista, escandaloso, fóbico. Llama la atención que incluso periodistas con prestigio como Carmen Aristegui, hablan de que se conculca la libertad de expresión porque el “poder” presidencial coloca a los periodistas como un “blanco móvil”; como dice la paranoia de una de sus comentaristas estrella, Denise Dresser que por cierto no morirá balaceada en las aceras de su casa por criticar a AMLO, todos los días es acribillada por sus propios vértigos expresivos y su patética dramaturgia. Los periodistas que mueren no lo son por Las Mañaneras ni porque el presidente los haya convertido en “blancos móviles” del crimen de cuello blanco y de cuello azul. No es el caso de la señora Dresser ni del temeroso SNI Sergio Aguayo ni siquiera del sibilino ministro en retiro Cossío ni por supuesto de los vértigos argumentales de Anabel Hernández.
El argumento de Aristegui y de otros opinión makers, muy debatible, es que el poder presidencial que contradice públicamente a sus detractores es un acto de soberbia y de poder por encima de unos ciudadanos que expresan sus puntos de vista en los medios; como si estos ciudadanos que tienen el privilegio de tener acceso a un medio informativo, no fueran actores políticos con influencia (selectos por “alguien”) y algunos claramente representantes de intereses muy claros y poderosos: los prístinos casos del ministro en retiro José Manuel Cossío o del encorajinado cacique intelectual de “morir en el Golfo” Aguilar Camín que pendejea al presidente o el moisés/cacique del altiplano Krauze, ese sí dador de la verdad democrática; o de las empresas periodísticas como Latinus, Reforma, El Universal, Milenio, Proceso, Sin Embargo; Artículo 19 y un largo etcétera. Por supuesto, también hay empresas periodísticas y comunicadores que apoyan a la 4T y que son estigmatizadas por el establecimiento mediático como periodismo palero, afanador de AMLO. Pero si se observa con objetividad, anuncia la llegada de un nuevo orden informativo, por ahora, en el ecosistema mediático juegan un papel emergente y todavía residual; pero, 10 sitios pro AMLO tienen más de 8 millones de seguidores. De eso va la democracia ¿no? Lo que AMLO llama comunicación circular, de ida y vuelta. Es decir diálogo en el formato del debate: quien propone y quien se opone.
También habría que preguntarse si los medios quieren realmente visibilizar la manera en que hacen su trabajo, justificar sus agendas y sus encuadramientos (framing); es decir, rendir cuentas o me pregunto: ¿son un meta-poder que encarna el misterio de la libertad de expresión?; ¿los medios y los periodistas tienen un derecho natural, ontológico, a no ser requeridos en su trabajo y a sólo “auto-regularse”, cuando son empresas y personas con posturas ideológicas surgidas del poder mediático que nadie eligió democráticamente sino que son producto del modo de producción social de la comunicación y de las leyes del mercado? Como lo dice Todorov en su libro Los enemigos íntimos de la democracia:
“Que la libertad de expresión sea una necesidad parece claro cuando pensamos en el ciudadano aislado, maltratado por la Administración, al que se le cierran todas las puertas y sólo le queda un recurso: hacer pública la injusticia de la que es víctima y darla a conocer, por ejemplo, a los lectores de un periódico. Pero estamos simplificando demasiado. Imaginemos que el discurso que aspira a la libertad de expresión es del antisemita Drumont, o que tiene que ver con una propaganda odiosa, o que consiste en difundir informaciones falsas. Pensemos también no en el individuo aislado, sino en un grupo mediático que posee cadenas de televisión, emisoras de radio y periódicos, y que puede decir por ellos lo que quiera. Que escapen al control gubernamental es sin duda bueno, pero parece más dudoso que todo lo que hagan sea beneficioso”. .
¿Por qué molesta la mañanera a cierta intelectualidad? Porque visibiliza las andanzas de una Academia opositora que desde sus montes Sinaí nos dictan lo que debe ser la democracia (Woldenberg, Bartra, Aguilar Camín, el Moisés Krauze y toda una pléyade intelectual, lideres Alfa de alto rendimiento) que desde su Himalaya se maridan con personajes de la vieja y rancia guardia periodística: el asalto a la razón, Carlos Marín; el teacher López Dóriga; el señor de los trascendidos, Riva Palacio; el serpientes y escaleras, García Soto; el fóbico Ricardo Alemán y un largo etcétera. Este mundo, un auténtico parque jurásico informativo, se está descomponiendo y afortunadamente diluyendo: fin de un mundo, no del mundo. Es esta intelectualidad la que cree que el valor de la libertad de expresión es el fundamento común de la democracia y no lo es. Es un valor relevante pero acotado a las reglas mínimas de convivencia.
Todorov lo señala con precisión: la libertad de expresión se basa en la tolerancia total: “nada de lo que decimos puede ser declarado intolerable” por lo tanto se relativizan todos los valores: “reclamo el derecho a defender públicamente cualquier opinión y despreciar cualquier ideal”. Pero tiene un límite: “… toda sociedad necesita una base de valores compartidos. Sustituirlos por tengo el derecho a decir lo que me dé la gana no basta para fundamentar una vida en común. Es del todo evidente que el derecho a eludir determinadas reglas no puede ser la única regla que organiza la vida de una colectividad. Está prohibido prohibir es una bonita frase, pero ninguna sociedad puede ajustarse a ella”.
La mañanera ha roto el esquema autoritario del orden informativo del priato y ha enfadado al sistema mediático y sobre todo, a algunos mediadores profesionales, no a todos como generalizan los comentócratas. Este enfado tiene que ver con dos contrariedades: el gasto publicitario que el gobierno ha reducido drásticamente y el cambio en las formas y el trato a los grandes oligopolios mediáticos. Habría que añadir que también se añade a estas contrariedades: una profunda crisis de legitimidad/credibilidad y una crisis provocada por la disrupción que provocan las TIC y que ha hecho que sus audiencias y lectores disminuyan. Es por tanto una crisis sistémica en donde se mezclan variables locales regionales con variables/tendencias globales. Los periodistas del viejo régimen comunicativo reflejan en sus escritos y en sus preocupaciones esta crisis estructural. Lo particular es que lo asumen con ojos viejos, anclados en sus viejas prácticas que están más cercanas a las fuentes policíacas y a los meandros de los sótanos del poder que de un ejercicio renovado con modelos expresivo de alto valor narrativo, se han olvidado de narrar los acontecimientos y describir el curso de la Historia reflejando todas las voces, sobre todo de los que no tienen voz. Se han olvidado de las audiencias y de los lectores.
Los periodistas y los comunicadores enfadados tienen perfiles comunes y algunos padecen el síndrome de Estocolmo, vinculados a su amo priista. Muchos comentaristas, sobre todo los que se consideran influencers “machuchones” o plumas de “prestigio” le han hecho un vacío presencial y mental a este formato informativo del gobierno. Sólo han ido a la mañanera unos cuantos y de vez en cuando; a replicar y denostar al presidente sin que ninguno de ellos haya terminado en los separos de la policía o descuartizado por hacer su crítica sino más bien ejerciendo su derecho de decir lo que se les pega la gana. Pero pese al vacío presencial que todos los medios y mediadores exquisitos hacen de este formato “populista” no tienen empacho en servirse de La mañanera para jalar auditorio o lectores: la mañanera concita a millones de personas todos los días. Todos monetizan con La Mañanera: desde Loret de Mola hasta Televisa y Milenio. Que yo sepa eso se llama llevar agua al molino, gratis. Y luego se tiran al piso señalando los errores y omisiones de un gobierno que les “ofende” y que les “impide” la libertad de expresión; como sucede en WRadio (El País) y sus noticieros para Godínez aspiracionistas o en las mesas de análisis tan en boga que muestran la gran libertad que existe para decir lo que se les pega la gana sin reparos, sin moderación y con poca reflexión: mucha libertad para expresarse y una gran pobreza expresiva. Poca deliberación y mucho encono, oposición, sin debate. Esto no lo analizan los organismos internacionales ni vemos ninguna forma aceptable para que los medios se auto-regulen: ¿para qué han servido los defensores de las audiencias y lectores?
Antes de la 4T, tampoco lo hacían porque la agenda venía de Los Pinos y el encuadre lo establecían los dueños de los medios de comunicación y para aderezar dejaban espacios para el “pensamiento” crítico de la mano de un academia muy necesitada de autoestima; había y hay, como siempre, garbanzos de a libra. Por eso preocupa los sesgos de medios otrora serios y creíbles; es el caso de la revista Proceso y sus recaídas amarillistas (lejos de lo que esperaría su fundador): o el caso de Aristegui Noticias por su proclividad a defender causas y olvidarse de hacer periodismo objetivo, profundo, realmente de investigación, con debates equilibrados en sus mesas de análisis hoy dominados por comentaristas muy fóbicos y sesgados, en nado sincronizado; son los casos , entre otros, del “científico” de las redes, de un asesor de la oposición como Cossío o de los vértigos paranoicos de Denise Dresser, Anabel Hernández, Sergio Aguayo, etcétera. Afortunadamente, todavía existen comentaristas y periodistas que ejercen su trabajo con probidad y excelencia: ojalá y continúen resistiendo.
Finalmente me parece importante resaltar, en estos momentos de transformación y cambios acelerados, que es necesario no solamente criticar al poder instituido y democráticamente electo. Sí: pedir a los políticos autocrítica, rendición de cuentas y transparencia, pero también exigir una autocrítica severa de lo que han hecho los medios; no basta con hablar de “auto-regulación” ni de escudarse en la libertad de expresión para hacer malos trabajos informativos; debemos saber desde dónde y desde qué perspectiva juzga y narra el comunicador. Es tiempo también que no sólo los políticos sean evaluados públicamente, es necesario que toquemos a los medios, decirles que a veces y muy frecuentemente hacen las cosas mal y que eso no coartar la libertad de expresión; será necesario revisar los conceptos de libertad de expresión y no convertirlos en ídolos de la tribu, de la caverna, del teatro, del foro (los Idola de Bacon). Recordar que la libertad de expresión se basa en el respeto al otro, lo que sirve lo mismo para el presidente y su gobierno como para los periodistas: no usar la distorsión o la mentira sino cumplir con el compromiso fundacional de la comunicación política: orientar a la ciudadanía con datos ciertos exponiendo la diversidad de opiniones y construir acuerdos para hacer posible una República libre, igualitaria y fraterna.
Termino con una cita de la periodista Beatriz Pages, hoy fóbica/tóxica contra el gobierno de la 4T. Fue recogido en una entrevista hecha en 2004 y que pueden leer completa en https://www.uv.mx/gaceta/Gaceta82/82/ventana/vent02.htm Aquí está perla rescatada de la hemeroteca virtual y comparen con el espíritu fóbico de la Directora de Siempre¡ de ahora:
“Los medios de comunicación no están construyendo mejores sociedades; por el contrario, están fabricando sociedades violentas, confundidas, a las que se les ofrece contenidos mediocres, incluso a una sociedad como la mexicana que es de un muy bajo nivel cívico y educativo. Y si no estás utilizando la libertad de expresión para cumplir con estos propósitos fundamentales, a eso no se le puede llamar libertad de expresión; a eso se le llama irresponsabilidad y una falta ética en el oficio y en el manejo de los medios.
Por tanto no me uno al idola tribu ni al Idola theatri que pide eliminar el espacio de la mañanera sobre las mentiras de la semana. Más bien diría que es necesario mejorar y mucho su formato y la manera de presentarlo; con pertinencia, datos comprobados y ofreciendo espacio/tiempo para ejercer el derecho a que los criticados y expuestos puedan oponerse o replicar. De esta manera, este ejercicio sería no sólo un ejercicio democrático sino que aprenderíamos a ser mejores ciudadanos y creo que mejores comunicadores. Esconderse en el manto sagrado de la libertad de expresión es también una postura autoritaria. Y podemos seguir diciendo lo que nos pegue la gana pero con respeto, decoro; reflexiva y racionalmente.