TERCERA PARTE
Faltaba una hora para que él cerrara su tienda, y sabía que nadie más volvería a poner un pie ahí. Así que decidió ir a cerrar de una vez.
Después de bajar la cortina, y después de volver adentro, decidió ir a darle una revisión a la bodega, porque últimamente había visto unos ratones merodear sobre las cajas de zapatos. Después de mirar y buscar un rato, no encontró rastros de ninguno. Al parecer también ellos estaban de fiesta.
El señor pensó que tenía que buscar los agujeros, para taparlos y así acabar con la amenaza. “Qué flojera”, se dijo, cuando pensó en todas las cosas que tenía que mover, revisar y volver a acomodar.
En todos los años que llevaba aquí, esta era la primera vez que su mercancía se veía amenazada por estos bichos destructores. “Si tan solo fuesen visitantes como el de hoy”, pensó. “Por supuesto que serían muy bienvenidos…” “Pero estos son tan malos, que los tengo que matar…”
Era la segunda o tal vez la tercera vez, o simplemente él ya había perdido la cuenta de las veces que había traído a su mente los recuerdos de su primer encuentro homosexual. Se sentía como un niño al cual por fin le han dado el juguete que ha estado pidiéndole a sus padres; feliz, extasiado, lleno de alegría. Pero su juguete ya no estaba en sus manos. Aun así, él no dejaba de pensar al respecto.
“Ya estoy viejo”, reflexionó. “¿Cómo es posible que haya dejado pasar así mi vida, sin protestar, sin luchar por lo que yo quería…?” El señor no lo entendía. No entendía y no sabía cómo es que había podido soportar tantos años de soledad y enclaustramiento. Porque así es como se lo había pasado toda su vida: escondido, escondido y apartado por completo del mundo. Tampoco sabía si todo había sido causado por su situación, o si de por sí había nacido para ser un ermitaño.
Después de meditar sobre su manera de existir, maldijo entre dientes. No tenía amigos. Su única vía para socializar un poco se lo proveía su negocio. Si no fuese por esto, hacía años que hubiese dejado de tener contacto con las personas.
“¿Por qué soy así…?” “Si no fuese por este joven desconocido, creo que jamás habría conocido el sabor de estar vivo…” “¿Por qué…?” “¿Por qué soy como soy…?”
El señor se encontraba frente a su caja registradora, y no se había dado cuenta de que su mente ya no estaba en las cuentas, sino que en un lugar muy distinto. Ahora su mente se encontraba divagando entre preguntas que, para estas alturas de su vida, ya no servían de nada hacérselas.
De manera repentina, él se sintió mareado, así que se fue a sentar a su silla, a ese lugar donde leía el periódico todos los días. Después de unos minutos, ya un poco recuperado, recordó:
“Ni ella ni ellos regresarán hasta mañana”. “¿Por qué no he podido ser como ellos, o como cualquier otra persona?” “¡Por qué soy tan antisocial!” “¿Por qué no puedo…?”
El señor no entendía su manera de ser, y esto lo empezó a torturar. Porque no sabía, y tal vez jamás podría, si todo había sido causado por su homosexualidad. Jamás sabría tampoco lo que habría sucedido, si tan solo todo hubiese sido lo contrario.
“Sí, ¡cómo no!”, pensó. “Decir: soy homosexual, me gustan los hombres”. “Sí, ¡Cómo no!”
Al pensar en estas cosas se remontó a la edad de veinte años, y al instante se acordó de su primer y grande amor…
CONTINUARÁ…
A. Smart
Mayo/21/2017