Por Arturo Sandoval
Diciembre de 2020
Por favor amigo, imagina que al llegar a tu casa, ves un sobre un poco rectangular, casi cuadrado. Lo levantas y trae un timbre sellado con procedencia del lugar que tú quieras.
Lo abres y es un díptico con una portada con imágenes en relieve, a todo color, con un suaje contorneando la figura que en este momento vas a escoger: un Santa Claus en su trineo lleno de regalos, los tres Reyes Magos cruzando con sus siluetas la luna en un cielo estrellado o muy probablemente un pesebre con el niño Dios, María y José acompañados con todos los integrantes del nacimiento; vaya, quizás unas flores de Nochebuena con esferas dispersas.
Sí, claro que viene con un orificio arriba a la izquierda, con un cordoncillo dorado para colgar en el árbol junto a las luces. Al sentir esos relieves muy repasados por el tacto, de inmediato se abre la tarjeta; en el interior, escrito un texto con letras un poco barrocas cursivas o menos ornamentadas, diseñan una frase por demás inimaginable: “Feliz Navidad y próspero año nuevo”. Debajo de ella otro texto con bolígrafo; te desea sinceramente… “X”.
Al parecer todas las once tarjetas antes de ésta, como que si se pusieran de acuerdo para decir lo mismo, sólo cambiaba el nombre del remitente. También te sucedía que al abrir cada tarjeta: el olor, ese mágico olor de una tarjeta de Navidad, al entrar por tu nariz, licuaba tu cerebro lleno de fuegos artificiales.
A eso tú le llamas catarsis, revolución de colores en cada envío que lograron el objetivo simple y difícil de hacerte feliz hasta las lágrimas.
Es así la intención de este texto a falta de esos enormes obsequios del papel de la alegría de una tarjeta navideña: hacerte y verte feliz hasta la carcajada estentórea. Sí amigos y amigas, los abrazo hoy más fuerte que nunca con el mayor y único deseo que es encontrarlos siempre llenos de Salud. Nos vemos en el 2021.