Luis Farías Mackey
La democracia es un sistema de representación, en esa tesitura, ¿qué hace a una elección democrática?
Empecemos por qué hace a una elección. Primero y antes que nada, la libertad: libertad de ser, de pensar, de expresar, de pedir, de asociarse, de participar y de votar. Lo segundo: votar, es decir, optar, seleccionar, señalar entre varias posibilidades. No hay opción sin oponentes reales; no hay selección entre contendientes disparejos. Y por supuesto, condiciones públicas de libertad, sin coacción, clientelismos, condicionamientos, amenazas, acarreos ni acordeones.
Pero todo eso es elegir. Gran parte de nuestro problema político nacional es que nos vendieron el electorerismo como democracia, así, democracia era un INE, una credencial, casillas instaladas, padrón electoral, urnas transparentes, PREP, etc. Pero eso tiene que ver solo con lo electoral.
De ahí que repita la pregunta: ¿qué hace democrática a una elección? Una elección, que es todo lo arriba señalado, para adquirir la calidad de democrática, exige una verdadera y representativa participación ciudadana. Sí, la participación ciudadana, como las encuestas, tiene que ser representativa.
Por la misma razón la Constitución exige una mayoría calificada para poder ser modificada.
Una elección puede cumplir todos los requisitos electorales, pero si solo votan unos cuantos, aún siendo una elección formalmente hablando, no puede ser considerada democrática, porque no que no logra ser representativa.
Taddei y la presidente hablan de un 13 por ciento de participación ciudadana en la mal llamada elección judicial. Lo difícil es creerles, posiblemente no se alcanzó ni siquiera el 7 por ciento que creía lograrían. Pero no discutamos, aceptémosle su 13 por ciento: ¿es éste un porcentaje representativo para vincular a toda una nación? ¿No debiera haber un porcentaje mínimo para que una elección se considere representativa, para que pueda surtir efectos y vincular a todos?, de otra suerte podríamos llegar al absurdo que con el voto de un puñado ganase la presidencia de la República.
La democracia es hoy un sistema de representación, en el caso que nos ocupa, ¿qué representa el 13 por ciento y qué el 87 por ciento? ¿Cuál de los dos es mayoritario? ¿Cuál más representativo?
Ahora alegan que votaron más que la suma de todas las oposiciones juntas, pero no se trata de comparar esas cifras, sino de determinar si los que votaron hacen suficiencia plena para prevalecer por sobre los que no sufragaron.
¿Qué hace a una mayoría? ¿Ser la mayor entre minorías pulverizadas y poco representativas? ¿Ser la mayoría de votos en una participación minoritaria en sí misma, casi testimonial? ¿Vale lo mismo una abstención del 40 por ciento que una del 90? ¿Qué peso tiene un 90 por ciento de ausencia en las urnas frente a un 10 de votantes, en su mayoría acarreados y con acordeón? ¿Valen más los que fueron a votar, que los que se opusieron a la farsa electorera, aunque sean uno de cada 10 ciudadanos? ¿Si mañana sólo votara un punto uno por ciento, tendría mandato democrático alguno?
La segunda vuelta —no la estoy proponiendo, sólo la explico— exige que el ganador obtenga una mayoría absoluta, es decir, el 51 por ciento de los votos. Si en la primera votación ningún candidato lo alcanza, se van a una segunda vuelta los dos punteros, de suerte que, salvo un empate, uno tendrá que alcanzar 51 por ciento o más. Ello se hace para dotar de legitimidad suficiente al electo. Salvador Allende ganó la presidencia con un 27 por ciento de los votos, pero implementó políticas públicas que hubiesen requerido un apoyo democrático superior; el desenlace todos lo conocemos.
Bien, concluyo: una elección con el 13 por ciento de electores posibles en las urnas —de ser ciertos— no goza a mi juicio de la legitimidad necesaria, ni el arraigo indispensable, ni de representatividad suficiente, para ser considerada democrática.
Un último apuntamiento: se puede tener representatividad, es decir, un gran porcentaje de asistencia en las urnas y de votos, y no estar ante una elección democrática, cuando las condiciones de libertad y de verdadera opción no se dan. Como en el tango: se requieren dos para bailar: elecciones verdaderas y representativas. En el caso de éstas, del pasado domingo, no se cumplen ninguno de los dos extremos.
Finalmente, si una elección no lo es, por no darse en condiciones plenas de libertad y opción, ni tampoco es democrática, por no ser representativa, ¿es válida, surte efectos, obliga, goza de legitimidad verdadera y ciudadana?
PS. Claudia y todo su equipo estaban tan preocupados por los acordeones, los acarreos y los platones de la CNTE, que no vieron al aparato electoral que les robó en sus propias narices la elección de la Corte en favor de Hugo Aguilar.
¡Disfruten!