Javier Peñalosa Castro
Por más que Hacienda y el Banco de México han tratado de frenar la debacle de la economía mexicana, y se ha dado mucho mayor peso del que en realidad tiene al factor Trump para explicar el desplome del peso, el disparo de las tasas de interés y la vuelta a la inflación descontrolada, la verdad es que el infame manejo de la administración pública ha producido los efectos catastróficos que se habían vislumbrado. Y apenas es el principio…
La llegada de Trump al poder no hizo sino precipitar, en todo caso, una crisis que estaba a punto de estallar. Las señales las habíamos advertido hace tiempo. Los bancos rogaron por todos los medios a los consumidores que se endeudaran, pese a que saben perfectamente que la capacidad de pago del mexicano promedio no da para eso.
Seguramente, el cálculo es que el gobierno volverá a salir al rescate, como lo hizo con el tristemente célebre Fobaproa, y en el camino, los banqueros y algunos otros siniestros personajes podrán aprovechar la coyuntura para enriquecerse, como ocurrió durante el salinato.
Otra señal de alarma es el grado de endeudamiento al que han sometido gobernadores de todos los partidos a las arcas de sus estados, que los tienen al borde de la insolvencia y del levantamiento social. Tal vez el caso más emblemático sea el de Veracruz, donde le sátrapa aparentemente invisible, Javier Duarte, malversó fondos dedicados a los sectores más importantes, como la educación y la salud.
Ante la crisis en la que estamos cada día más inmersos, la camarilla en el poder rasuró de manera despiadada el presupuesto federal, especialmente en lo que se refiere a inversiones y gasto social, pero dejó intactas sus canonjías y las obras faraónicas que permiten “salpicar” a validos y compadres, para que sigan dándose vida de reyes a costa de quienes cada vez menos tienen.
Desaprobación sin precedente
La lastimosa situación que vive la mayoría de los mexicanos se ha traducido en un desplome de la aceptación de Enrique Peña Nieto, que se ubica por debajo del 24 por ciento —abajo, incluso, de personajes tan impopulares como Calderón y Zedillo—, en tanto que el rechazo alcanza el 70 por ciento.
Aparentemente, somos un pueblo que todo lo aguanta, y nada ocurrirá tras el desastre propiciado por esta caterva de improvisados. Aparentemente… Sin embargo, comienzan a darse actos de rebeldía y protesta por parte de las propias autoridades estatales, a las que los saqueadores dejaron atados de manos para cumplir medianamente con sus obligaciones.
Lo que sigue, son las protestas de grupos sociales afectados, e incluso connatos de rebelión. Y aquí la cosa se torna grave por donde se la mire. Si estas expresiones prosiguen, pueden conducir a actos de presión más evidentes, y puede cundir el ejemplo. Si se sofocan o se reprimen, los ánimos pueden desbordarse y provocar una grave espiral de violencia.
Si a eso sumamos la falta de opciones esperanzadoras rumbo a las elecciones presidenciales de 2018, volveremos a coincidir en que la situación es más que grave, y lo peor es que no hay para dónde hacerse.
Como decía al principio, la llegada de Trump al poder representa una amenaza para nuestro país en lo económico, lo político y lo social. Si bien no podrá cumplir todas sus balandronadas, sí se cuidará de deportar a varios miles de mexicanos establecidos en Estados Unidos, amagará por todos los medios a su alcance para que alguna maquiladora emblemática, de preferencia de la industria automotriz, que funcione aquí, cierren alguna planta y la reubique en Estados Unidos, y afectará, en mayor o menor medida, las relaciones comerciales entre los dos países, y de manera especial, las que se encuadran dentro del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
Por supuesto, de nada servirá el lance suicida de Peña Nieto y su ex escudero Videgaray para tratar de quedar bien con el impresentable Trump. Habrá que pensar en algún acto de taumaturgia para tratar de enderezar el barco. Sin embargo, no se ve quién, de entre la pandilla que mangonea el país pueda hacer siquiera el intento.
La ominosa herencia de Calderón
Durante el fin de semana que inicia, los comerciantes —organizados y desorganizados— del País tratan de aprovechar el ánimo de gasto de los mexicanos en vísperas de la temporada de fiestas decembrinas para tratar de emparejar sus ventas en un año que, para buena parte de ellos estuvo para el olvido.
El llamado Buen Fin no es sino una artimaña mercadológica, perpetrada en los tiempos del mínimo Felipe Calderón para hacer que la gente contraiga deudas con el señuelo de los plazos largos y presuntamente sin intereses, lo cual no sería del todo negativo si se adquirieran bienes necesarios. Pero, en general, lo que se promueve es la venta de artículos suntuarios que difícilmente se venden en circunstancias normales.
Habrá que ver si la edición de este año, aunada al llamado efecto Trump y, sobre todo, al paupérrimo desempeño de la economía nacional, no representa la puntilla para el maltrecho bolsillo de los compradores.