Desde tiempos inmemoriales, el poder se ha ejercido con fuerza en México. No importa si han sido tlatoques, virreyes, emperadores, dictadores, caudillos, generales o licenciados, pero al Presidente de la República no se le toca. Existen referentes como el del Teniente Coronel Gustavo Garmendía, miembro del Estado Mayor de Madero, quien abatió a los que zarandearon al presidente en los momentos previos a su fatal aprehensión, o bien, el juicio incómodo en México, pero certero de Mario Vargas Llosa, definiendo al presidencialismo mexicano del siglo XX, como la dictadura perfecta.
Durante el periodo de hegemonía del PRI, existió una regla no escrita pero sagrada, en el sentido de que la prensa no podía tocar al Ejército, a la Virgen de Guadalupe y al Presidente de la República. Los tiempos ahora se han relajado, aunado a que Andrés López Obrador con su recurrente falta de formas y posturas demagógicas, restó mucho a la investidura presidencial. Sin embargo, paradójicamente, el poder del titular del ejecutivo no se mermó sino todo lo contrario, se robusteció y consolidó. El actual régimen ha minado los contrapesos republicanos haciéndose del control de los poderes legislativo y judicial, logrando entonces, un poder absoluto que sería la envidia del más ortodoxo priista y convirtiendo a la Presidenta de la República y Comandanta Suprema de las Fuerzas Armadas en una moderna Tlatoani.
En este contexto, nada ha cambiado y desafiar al presidente en turno, no debe tomarse a la ligera, los que lo hacen, generalmente padecen consecuencias funestas. Los ejemplos en la historia de México son no pocos, quienes se opusieron a los gobernantes durante el siglo XIX o el periodo revolucionario, usualmente se enfrentaron a un pelotón de fusilamiento o a una emboscada. La excepción fue Don Porfirio, quien generalmente a sus oponentes políticos los encarceló, exilió, amonestó o incluso los incorporó a su administración, tal como fue el caso del general Mariano Escobedo, vencedor del Segundo Imperio en Querétaro o el de los antiguos Lerdistas.
A partir del gobierno de Cárdenas, quienes atacaron al presidente no fueron asesinados, pero sí en cambio, encarcelados además sus carreras políticas y/o fortunas destruidas. El presidente puede ser malo o bueno, con mayor o menor talento, pero eso no le resta, como ya se mencionó, el poder de anular a sus adversarios. Son recordados los referentes de Calles partiendo al exilio al intentar perpetuar el Maximato o a la Quina, que como Ícaro quiso volar muy alto y terminó con la puerta de su domicilio volada de un bazucazo y en prisión. También a Zedillo apresando al influyente Raul Salinas de Gortari y el propio ex presidente Salinas que a pesar de su poder y ascendencia, debió marchar unos años al destierro. Ya con la izquierda en en la silla presidencial, López Obrador, se la cobró con prisión a Rosario Robles, su antecesora en el gobierno capitalino. En suma, todos los mencionados, cometieron un error de cálculo imperdonable en el sistema político mexicano: intentar imponer su soberbia sobre el poder del presidente en turno.
Aun a riesgo de caer en conjeturas, parece que ahora la historia se puede repetir en la persona del engallado y terco Adan Augusto López Hernández, presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República. Adan Augusto, como es coloquialmente conocido, a la par de su carrera política en su natal Tabasco que lo ha llevado a ser legislador local, federal y gobernador, así como Secretario de Gobernación, se ha ostentado como el “hermano” de Andrés Manuel López Obrador, título nobiliario en la izquierda mexicana, que al parecer le ha redituado más que su nada despreciable trayectoria política. Está condición también lo ha hinchado de orgullo, para creerse con más méritos que la propia presidenta.
El no haber sido favorecido por su hermano por elección, herida por la que respira, derivó en una poco discreta rebeldía en contra de la Presidenta Sheimbaum. Acción que se tradujo en convertirse en la cara más visible de la oposición al interior MORENA, conducta que va desde jugarle las contras a la titular del ejecutivo en designaciones por ella propuestas, hasta favorecer descaradamente las aspiraciones de su joven e inexperta protegida, la Senadora Andrea Chavez Treviño. Sin embargo, ahora el panorama ha cambiado, la detención de su amigo y otrora cercano colaborador, Hernán Bermúdez Requena, coloca a Adan Augusto, en una desventaja que jamás hubiera imaginado y a merced de la Presidenta Sheimbaum.
En este espacio, se ha comentado con anterioridad la necesidad de que la Presidenta de la República, ejecute un obligado deslinde con respecto a su antecesor, sería lo más sano y reforzaría la legitimidad de su administración. Desafortunadamente, esto último parece poco probable, es del dominio público la empatía que existe entre ambos mandatarios. De cualquier modo, la presidenta no puede ignorar los casos de corrupción heredados por su antecesor, hay ya señales que muestran que está atendiendo el delicado asunto. En lo que Adan Augusto respecta, si no es que ya es demasiado tarde, debe poner sus barbas a remojar y mirar hacia el espejo ineludible de la rica historia mexicana, que a lo largo de su convulso devenir siempre nos ha mostrado, que más allá de cualquier consideración ideológica o militancia partidista, al Presidente no se le desafía.