CUENTO
Baker era un joven de 16 años que tenía un problema: no era como los demás jóvenes de su edad. Era un ser muy solitario, al que
casi no le gustaba hacer nada. Vivía con su padre en la casita que su madre le había dejado al morir ella.
El muchacho, después de mucho tiempo, se había vuelto muy introvertido, todo gracias a las burlas que sus compañeros de clase le gastaban. Después de más de medio año, el joven, no pudiendo soportar más el dolor que las mofas le ocasionaban, decidió renunciar a la escuela. Y fue aquí donde todo empezó a suceder; Baker se fue cerrando al mundo como si su vida fuese una puerta.
Poco a poquito, de manera lenta y sin retorno, su vida se cerró. Nadie de sus compañeros de escuela sabría jamás de que habían arruinado el futuro a un joven como él. Baker abandonó la escuela, se fue a su casa y se refugió en lo único que todavía le seguía gustando: la lectura.
El joven y su padre sobrevivían gracias a la pequeña herencia que su madre había dejado al fallecer. Y como ninguno de los dos necesitaba de gran cosa para sobrevivir, pues ambos se la pasaban ebrios todo el tiempo; el padre con su botella de licor barato, y el hijo con sus novelas.
Baker había heredado de su abuela materna el gusto por la lectura. Cuando ella murió le dejó a su nieto todos sus libros. El joven, la mayoría de las veces se encontraba leyendo en su cuarto, cuando de repente empezaba a escuchar los gritos de su padre. Esto solamente significaba una cosa: que él otra vez había llegado borracho. Baker entonces se llenaba de pánico, porque ya sabía lo que a continuación sucedería. El señor siempre se desquitaba con su esposa. La pegaba y la golpeaba. Baker siempre trataba de defender a su madre, pero su padre también le pegaba a él. Estos mismos sucesos duraron muchos años repitiéndose, una y otra vez.
Tal vez y esta es la razón del porqué la señora decidió escapar a su suerte. Y su hijo mismo había sido quien lo había descubierto.
Un día, al llegar de la escuela, Baker entró a su casa para así descubrir el cuerpo de su madre colgando de una soga amarrada a un poste del techo de la cocina. Su madre le había dejado una nota en la que le pedía perdón por abandonarlo, pero que estaba segura de que su hijo estaría bien sin ella. “Ya no soporto más el alcoholismo de tu padre, y los golpes que me da…, Baker, hijo, espero puedas entenderme y perdonarme por haberlo hecho. Siempre voy a amarte… Te quiere, hoy y siempre: tu mamá”.
“¡Nooo!”, había gritado el niño, al ver que no podía descolgar el cuerpo de su madre. Porque creía que aun podía salvarla, y que juntos los dos escaparían al monstro que tenía por padre. Baker, luego de comprobar que su madre ya estaba muerta, se abrazó a sus pies, los besó, y lloró y lloró hasta que los pies mismos parecieron ser los ojos de los que salían las lágrimas.
Baker se llenó de mucho enojo ante esta perdida, y esto bastó para que terminase odiando a su padre. Él tenía nueve años cuando su madre murió. Una tía suya, que era el único pariente que le quedaba, le había aconsejado que no dejase sus estudios. Baker obedeció el consejo y siguió yendo a la escuela. Después de tres años, terminó la primaria, y le tocó ir a la secundaria, lo cual hizo.
Pero en la primera semana de estar en su nueva escuela, descubrió que ésta era igual que la anterior. Era muy aburrida. Lo peor de todo es que su biblioteca era muy reducida. No tenía ningún título digno de ser leído, o más bien Baker ya los había leído todos; eran los mismos ejemplares que tenía la biblioteca de la escuela primaria. Y esto lo deprimió mucho, pero a pesar de ello, todos los días volvía para preguntar: “¿Cuándo llegarán libros nuevos…?”
El primer año terminó y el joven no pasó a segundo. Otra vez volvió a terminar el año, y otra vez repitió primero. Baker ya había cumplido catorce años. Cuando el segundo año de estar en primero terminó, ésta vez sí logró pasar a segundo, solo porque había sacado excelentes calificaciones en literatura y redacción; estas eran materias que se habían incorporado en el plan de estudios.
Cuando el joven salió de vacaciones todo lo que hizo fue contar los días para regresar a la escuela, porque ahora tenía una nueva pasión: sus clases de literatura y redacción. Y la espera le pareció eterna… hasta que finalmente llegó la fecha tan ansiada. Pero en el primer día de clases, se desilusionó. Porque se había enterado de que en este grado no iba a tener las clases que tanto le habían gustado en primero. Así que otra vez repitió segundo, una; dos veces. Entonces cumplió los dieciséis. Y fue por estos tiempos que empezaron a surgir las burlas hacia él. Alguien se había enterado de que su padre era un alcohólico que todo el tiempo andaba sucio por la calle, haciendo y diciendo cosas ridículas.
La primera vez que Baker escuchó que alguien se burlaba de esto, sintió muchísima vergüenza. Pero luego vino lo peor. Ya no podía salir de su salón, porque entonces enseguida veía a alguien imitando los movimientos de su padre. Y esto lo ponía furioso, pero sabía que no podía hacer nada para remediarlo… ¿o sí?
Tal vez y su actitud fue fruto de todas las burlas de las que era objeto. Un día, sin más ni más, se hartó de esto, y entonces decidió ya no entrar más a sus clases. Una semana entera no puso un pie en su salón. Todas las horas las había gastado en buscar de principio a fin en los anaqueles de libros. Y su búsqueda había dado resultado. Baker se sintió muy contento al saborear las líneas de aquel libro que había encontrado. Su emoción era tan grande que ya nada le importó, ¡nada!, excepto que ir a casa, acostarse y, ¡y vivir aquella historia!
El joven estaba muy impaciente, sentía ya no poder esperar más. Así que cerró el libro y lo metió en su back.pack. Y antes de abandonar la biblioteca, se le ocurrió dejar un recuerdo suyo escrito bajo una de las mesas de madera. Porque ya había decidido abandonar por siempre esta escuela que se le había vuelto insoportable. Y no odiaba ni guardaba rencor a los que se burlaban de él, porque sabía que ya un día la vida misma les daría su merecido a todos ellos. Y estar seguro de esto le bastaba para no sentir querer matarlos; en cambio a su padre, a él sí que le tenía odio de a de veras.
Al poner los pies en la calle, el joven arrancó a correr. Le urgía llegar a su casar, tirarse en su cama y, ¡y cobrar vida de verdad! Porque solamente cuando leía vivía de verdad. Baker llevaba mucho tiempo detestando la vida real, porque ésta le resultaba nauseabunda; según él era como ver a su padre sacar babas cuando se emborrachaba.
Luego de acomodarse muy bien la almohada detrás de su cabeza, Baker abrió su libro y reanudó la lectura. Las palabras fueron pasando ante sus ojos como un vehículo a alta velocidad. El joven no dejaba de sentirse satisfecho al saborear cada frase, cada pasaje. Pocas páginas le habían bastado para saber que la historia era todo lo contrario a su vida; era el ideal de vida. De cuando en cuando dejaba de leer, tan solo para meditar sobre los personajes. “¡Qué pena que estas personas solamente sean una ficción!”, pensaba el joven con mucho pesar. “¡No puedo concebir la realidad…! Es como comer comida podrida.”
Baker siempre se dejaba absorber por la historia, tanto así que nunca se daba cuenta de cuando su estómago empezaba a rugir por estar vacío. Y no sólo odiaba a su padre, sino que también al hecho de tener que levantarse para comer.
Después de soportar unos minutos más el hambre, finalmente interrumpió la lectura. Entonces empezó a preguntarse que qué comería. Mentalmente repasó las pocas opciones que tenía: pollo asado, un sándwich… De solo pensar que perdería tiempo llenándose el estómago y ensuciándose los dientes, otra vez sintió muchas nauseas. Pero no tenía de otra. ¡A la fuerza tenía que comer!, o terminaría desmallándose, para lo cual no faltaba mucho.
Baker se decidió por el pollo asado a último momento. Había pensado que era fácil de masticar, aparte de que le saldría más barato que comprar pan, queso, jamón y mayonesa. Pero lo que no previó es que le tocaría esperar un buen rato en la cola de espera. Y mientras esperaba, hizo todo lo posible porque la gente no lo intimidase. Todos parecían muy normales, menos él, desde luego. Estar entre esa gente lo ponía nervioso. Y solamente se sintió tranquilo cuando estuvo de regreso en su casa.
Luego de cerrar la puerta, Baker se dirigió a la mesa. Asentó la bolsa, buscó un plato de plástico y se sirvió un pedazo del pollo. Para tomar le bastó agua de la llave. “¡Lo que tengo que hacer para no morir!”, pensó mientras miraba la carne un poco quemada. “Esto tiene cara de bazofia”.
Cuando el sabor de aquello le llegó a su paladar, poco faltó para que lo escupiese, pero se resistió. “Con esta cosa podría hasta matar a ese maldito alcohólico”, reflexionó, mientras masticaba con mucho fastidio. “Por cierto; ¿en dónde andará ese…?”, se preguntó.
Su padre siempre se aparecía para comer después de la una, y ahora ya eran más de las tres, y de él ni sus señas. A veces llegaba a su casa, asentaba su botella vacía, le pedía dinero a su hijo para ir a comprar otra, y Baker accedía. Porque no le gustaba tener que reñir con él por algo tan estúpido como el dinero. Así que él siempre le complacía su gustito.
Baker se encontraba ahora masticando unas papas que no sabían tan mal como el pollo. “Vaya”, pensaba. “Al menos esto recompensa la porquería que antes me he tragado”. Las papas le sabían sabroso. “Creo que de ahora en adelante solamente comeré puras papas” “Lo mejor de todo es que no ensucian tanto los dientes… y vaya que no dan ganas de escupirlas”.
Al joven le gustaba mucho la textura suave de la verdura… “¡Qué sabroso!”, exclamó de repente, pero no por el sabor de las papas asadas, sino por la historia que antes había estado leyendo. “¡Qué historia más hermosa…!”
Luego de darle un sorbo a su vaso de agua, Baker se preguntó que cómo era posible que esa historia fuese todo lo contrario a su vida. La historia en cuestión trataba de un hombre campesino que amaba mucho a su esposa y a su hijo. Y los dos trabajaban juntos todos los días. El hijo quería mucho a su padre, porque éste sabía mucho; era un hombre muy culto. Y todas las tardes, después de trabajar, los dos iban a la biblioteca del pueblo para buscar alguna novela interesante para leer juntos. Y todos los sábados, para descansar y olvidarse por un momento del trabajo –a pesar de que a ambos les gustaba mucho lo que hacían: cosechar la tierra- iban al cine para ver juntos las novedades del séptimo arte. Luego, cuando salían del cine, se iban a cenar, y mientras lo hacían discutían de los pormenores de la cinta. Baker, a manera de burla, no dejaba de pensar en lo mucho que la historia se parecía a su propia vida.
“¿En dónde estará ese infeliz?”, volvió a preguntarse, y se puso de pie para ir a lavar su plato.
“Él nunca será así, como el señor de la historia”, meditaba Baker mientras enjuagaba por segunda vez su vaso. Y de repente, como un rayo, la idea iluminó su cabeza. “Voy a matarlo”, resolvió. “¿Pero con qué…?” Al joven no se le ocurría cómo, pero luego de pensar y pensar mucho, finalmente dijo: “¡Ya sé! ¡Ya sé con qué!” “¡Lo mejor de todo es que será facilísimo!”
Teniendo ya resuelto todo el plan, Baker empezó a buscar lo que necesitaba. Pero él no recordaba en dónde lo guardaba su padre. Y después de más de media hora buscándolo, por fin lo encontró. “¡Listo!”, dijo. “Mañana cuando el sueño me venza, él ya debe de estar muerto…”
El joven todas las noches permanecía despierto, leyendo, y siempre empezaba a sentir sueño cuando el día empezaba a clarear.
Entonces dejaba de leer y se dormía. Su organismo siempre lo despertaba a la misma hora, a las doce del día, hora para ir a comprar algo para comer.
-Ya está -dijo después de tapar el plato, y se fue a su cuarto. Ya se había cepillado dos veces los dientes.
Eran apenas las nueve de la noche, y Baker supo de que su padre no regresaría sino hasta muy de madrugada, justo cuando él empezase a sentir sueño. “Mejor”, pensó. “Así no lo veré sacar espuma por la boca…”
Cuando se despertó al medio día, no recordó lo que anoche había planeado. Pero cuando lo hizo se puso de pie en un salto, y rápidamente fue hacia la cocina para comprobar si su padre ya estaba muerto. Pero cuando llegó aquí se llevó una gran desilusión. El plato seguía estando donde lo había dejado. Su padre no había llegado a dormir.
-¡Precisamente tuvo que ser hoy! –Se quejó Baker-. Se salvó. Ni modo. ¡No soy un asesino! Es mi padre… ¡aunque sea un alcohólico!
Luego de superar su plan fallido, el joven se acercó a la mesa y destapó el plato para meter el pedazo de pollo envenenado en la bolsa de basura. Pinchó la carne con un tenedor y lo depositó adentro. Luego amarró la bolsa para que ningún gato lo encontrase. “Ni modo”, volvió a pensar y se dirigió hacia la puerta. Baker estaba a punto de salir, cuando entonces bajó la vista para descubrir algo en el suelo.
“¿Qué será?”, se preguntó con extrañeza. Luego de asentar la bolsa, se agachó y agarró la hoja. La desdobló y le sorprendió mucho ver que ésta tenía el sello de la policía impresa en ella. Luego de mirar por ambos lados la hoja, al ver que solamente una parte estaba escrita, volvió a la misma y entonces empezó a leer, muy despacio: “Por favor, preséntese en cuanto pueda en la morgue para reclamar el cuerpo de su padre. Llevamos desde anoche tratando de localizarlo. Sabemos que usted es el único familiar que tiene. Por lo tanto, lamentamos mucho su perdida. Los forenses, por las heridas que su cuerpo presenta, han deducido que su padre fue arrollado por un camión. Nuestro más sentido pésame. Atte. LA POLICÍA.
FIN
ANTHONY SMART
Diciembre/03/2017