Juan Luis Parra
Te engañaron. No mereces un milagro. Nadie va a salvarte como estás. No es responsabilidad de nadie, ni de Trump, ni de la oposición, ni de un héroe de telenovela que venga a rescatar un país que no se mueve para salvarse a sí mismo.
Para merecer un futuro mejor, hay que actuar, hay que cambiar, hay que dejar de ser el pueblo pasivo que cree que por ser honrado, algo bueno nos llegará sin esfuerzo.
México está en un precipicio, con instituciones desmoronándose bajo el peso de la corrupción, el narco y un partido que parece decidido a controlar hasta el último rincón del poder. Pero si seguimos esperando un salvador, un caudillo, solo mereceremos el tiempo que pase sobre nosotros, enterrándonos en nuestra propia flojera.
México no se salvará con lamentos en redes ni con esperanzas vacías.
El avance hacia la destrucción de nuestras instituciones no es un accidente; es una estrategia. Morena, con su mayoría obtenida con trampa, ha desmantelado los contrapesos que sostenían la democracia.
La reforma judicial, la ley espía, la Suprema Corte, los organismos autónomos, y ya van por el INE al volver de vacaciones.
Esto no es progreso; es la construcción de un estado autoritario donde el narco encontrará terreno fértil.
Aunque no hay pruebas de que el partido oficialista, como institución, esté subordinado al narco, todo lo que hacen casualmente permite que el crimen organizado actúe con impunidad en regiones enteras.
Mientras esperamos que los gringos nos “salven”, los cárteles se fortalecen, y México se hunde. Ahorita, a gran parte de la población los traen bailando con la gentrificación para que no vean la crisis de violencia.
Ahorita, el enemigo público número uno de los chairos es un youtuber, que se atrevió a cuestionar la narrativa oficialista.
Mientras tanto, estamos en cifras históricas en desaparecidos, que casualmente coincide con la “baja” en los números de asesinatos. ¿Esconden a los muertos haciéndolos pasar por desaparecidos?
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Gráfica: Causa en Común. Tomado de Infobae, “Bajan 22.4 % los homicidios dolosos, pero crecen 50% las desapariciones”
Mientras discutimos temas banales, que les conviene al gobierno, el crimen está “huachicoleando” nuestro líquido vital; 40% del agua potable de la CDMX se consume por tomas clandestinas. En Guaymas, Sonora, se sabe que hay ese negocio también y desconozco si en otras tantas ciudades también sucede.
Literalmente, nos exprimirán hasta dejarnos secos y no solo figurativamente
Esta mentalidad de esperar milagros no es nueva. Es la misma que sucede en Venezuela: un pueblo que aguarda un salvador externo mientras su país colapsa. En México, creemos que Trump, con sus amenazas de aranceles o intervenciones militares, vendrá a rescatarnos de Morena y el narco. Pero la realidad es cruda: a nadie le importa México más que a los mexicanos. El Tío Sam actúa por sus propios intereses, no por los nuestros.
La DEA, Departamento de Justicia y hasta Marco Rubio han presionado por acciones contra políticos ligados al narco, pero el gobierno de Sheinbaum se resiste a colaborar.
Seguimos soñando con un héroe de telenovela, pero el guión de nuestra historia lo escribimos nosotros.
Los jóvenes, no escapamos de esta trampa. Creemos que merecemos amor, éxito y un país mejor sin movernos. Nos quejamos de la soledad, de la inseguridad, del precio de la vivienda, pero ¿qué hacemos? Nos refugiamos en redes sociales, en la autocomplacencia, en culpar a los demás. Si no cambiamos, si no nos organizamos, si no exigimos y actuamos, solo mereceremos lo que ya tenemos: un país que se desmorona mientras esperamos que alguien más lo arregle.
El amor, como el cambio, requiere esfuerzo. Hay que moverse hacia él, no esperar que caiga del cielo.
¿Qué significa luchar? No es solo protestar o tuitear. Es organizarnos, estar bien informados, apoyar a la sociedad civil, exigir transparencia, votar con conciencia y educarnos para no caer en las narrativas populistas. Es reconocer que la democracia no es un regalo, sino una conquista diaria.
México no está perdido, pero está en las cuerdas, a punto de recibir el último chingazo.