Luis Farías Mackey
El argumento cantaleta excusa es que no son iguales. Nadie lo es, pero ellos no hablan de una desigualdad por diferencia y distinción -todos somos diferentes y distintos entre nosotros- sino por superioridad.
En el fondo, cuando afirman que son diferentes sólo dicen que se creen superiores.
Más cuando les corresponde argumentar su superioridad, o, aún peor, hacerla efectiva en los hechos, nunca discursan sobre ellos, sus cualidades, capacidades, méritos u obras; siempre acusan, denigran y se refieren a otro. Es decir, fundan su superioridad en la superior maldad y capacidades del otro, quien siempre conspirar contra ellos, los persigue y espía, les engaña, ofende y culpa, les hace ver mal. Y como si fueran competencias, cuando se les señala sus errores, abusos o delitos, salen con la cantaleta que los otros son peores.
En otras palabras, nunca han podido argumentar por méritos propios su supuesta superioridad, y sólo han sido capaces de sustentarla en los deméritos imputados por ellos en los otros.
Por eso jamás proceden jurídicamente en contra de quienes culpan de todos sus únicos y propios males, porque de hacerlo se pondrían en situación de, ya sin ellos estorbándoles, acreditar por sí y en ellos su ostentada superioridad.
Bien vista, la superioridad que argumentan para sí, terminan por reconocerla en los otros a quienes siempre culpan que la suya tropiece o que en sus propias decisiones, actos y obras terminan por negar y acreditar.
Si se les cae el Metro, se les inunda la ciudad, se industrializa e internacionaliza el huachicol, si son incapaces de comprar, ya no digamos distribuir medicinas, si no pueden meter en cintura al crimen organizado o a las estructuras extorsionadoras magisteriales con quien se amanceban; si se suceden las masacres y se destapan su connivencia criminal; si no pueden hacer funcionar un tren o producir un litro en una refinería, o sostener relaciones diplomáticas civilizadas y eficaces con el mundo, o meter en cintura por sus excesos a sus propios militantes, dirigentes y funcionarios, la culpa siempre es del otro, inferior y nefando, pero por sus propios argumentos más capaz, efectivo y eficaz que ellos, de suerte que siempre hace tropezar y descalabrar su superior superioridad moral.
Son superiores, pues, por la inferioridad y maldad de los otros que, sin embargo, terminan siempre haciéndolos quedar mal en su superioridad moral.
¿O ha escuchado un solo argumento de su boca que no funde su superioridad en la superior maldad de otros, en su culpación y, tácitamente, en la ostensible incapacidad, inferioridad e impotencia de ellos mismos?
No son iguales por ser superiores, lo son por ser impotentes, ineficaces y falsarios. Además de corruptos.