Deborah Buiza
Siempre he pensado que uno puede permitirse en la vida ciertas licencias pero la única que no debería tolerarse es el permitirse amargarse.
Te dejas amargar y ya te fregaste (ustedes disculpen la expresión), y es que la amargura es letal, te carcome el corazón y el alma, te consume lentamente la vida y contamina todo, uno no debería permitírselo nunca, eso y el desprecio, pero de eso hablaremos en otro momento.
¿Y por qué te comparto esta idea hoy? Porque recientemente tuve un encuentro fabuloso con una mujer que marco mi vida laboral y que me hizo un comentario que validó lo que ya pensaba con anterioridad pero que al provenir de alguien con mucha experiencia y a quien le tengo admiración y aprecio me gustaría preservar para siempre; ella me dijo cuando nos estábamos despidiendo: “mijita, no te permitas amargarte, en la vida hay muchas cosas por las cuales amargarte, no lo permitas nunca, haz lo que sea, haz todo lo que tengas que hacer pero no te amargues”. Suscribo cada palabra.
Y es que si te lo permites, es una bola de nieve (o más bien de desechos) que cae por una pendiente arrasando todo y “nutriéndose” de todo aquello que aplasta a su paso, que va “sumando” más porquería a su interior y entonces, todo a su paso ya se ve no sólo mal, sino peor, huele no sólo horrible sino espantoso y sabe no sólo pésimo sino asqueroso.
La facilidad con la que uno puede amargarse es impresionante y me atrevería a decir que su característica es crecer de manera exponencial, aunque pueda ser que ciertos contextos o personalidades sean un mejor caldo de cultivo y eso permita que en algunas personas se expanda como los hongos creados por la humedad constante.
La vida tiene bastantes cosas por las cuales amargarse y hay temporadas en las que tiene uno que hacer el sobre esfuerzo por encontrarle el modo para seguirle y no “contaminarse” pero es algo que vale la pena hacer en beneficio propio.
¿Hace cuánto que no ríes a carcajadas? ¿Hace cuánto que no disfrutas realmente de pasar un momento de conexión con tus seres queridos? ¿Hace cuánto que tu corazón no se siente en paz y alegre?
Y dirás, “es que no hay de qué reír, de que disfrutar, ni porque estar en paz ni alegre, todo está mal y está a punto de ponerse peor”, y probablemente es así y no quiero invalidar tus preocupaciones y malestar pero date unos minutos para respirar y trae a tu mente todo lo que sí hay, lo que sí está y todo lo que sí vale la alegría, date cuenta que eso a pesar de todo también ahí está, aún no se ha ido, por favor no lo pierdas de vista, no te pierdas tú.
No hacerse mala sangre, ni hacerse la vida pesada es por nosotros y por los que nos rodean, es por nuestro yo de ahora y el yo futuro, es porque no te “pierdas” lo que sí hay y lo bueno que sí está pasando y que no lo estás experimentando por permitirle que lo otro, lo que amarga te absorba todo, que como la humedad se filtre hasta los huesos y te robe la alegría.
Fácil no es, porque demanda de nosotros conciencia y atención a otros aspectos de la realidad, el cambiar el enfoque (y no se me malentienda de que ando promoviendo la positividad tóxica que no estoy hablando de eso) y el observar el presente y nuestros alcances.
¿Qué te está haciendo perder esa dosis de amargura que dejaste filtrar un día en tu cotidianeidad y que ahora está instalada en tu pasado, en tu presente y en el futuro que aún no llega?
Se dice fácil pero cuesta mucho trabajo, es ir contracorriente frecuentemente porque la vida tiene mucho de qué y por qué amargarse, pero no te lo permitas.
¿Amargo? El café y el ajenjo, a la vida hay que encontrarle lo dulce y lo especiado, que es tan corta para andar enmuinado.
Y tú ¿cuánto más te dejarás amargar la existencia?