CUENTO
En lo alto de un cerro vive una mujer que años tras año, al llegar diciembre, solamente se la pasa esperando ver a su marido entrar por la puerta vieja de su humilde casita. Pero esto nunca sucede.
Aun así, ella no puede dejar de esperarlo. Sus dos hijos van creciendo, y ella, a veces, siente que ya no puede más. Su presencia le hace mucha falta; pero ¡ni siquiera sabe dónde está! Hace varios años que se fue, prometiéndole que cuando llegase a donde iba, apenas acomodarse, vendría a buscarla, a ella y a sus dos hijos. Pero esto-como más tarde se fue dando cuenta- jamás sucedió.
Los días van pasando y diciembre se va acercando; más y más. Esta mujer no sabe cómo le hará para no quebrarse frente a esos dos niños, que año tras año se han vuelto más exigentes. ¿Dónde agarrará el dinero para comprarles los juguetes que seguramente no pararan de pedirle? ¿Y dónde para comprar las cosas para una cena digna de Nochebuena?
Desde luego que ella no lo sabe. Su preocupación es tan enorme que no la deja en paz. “¿Cómo pude ir a enamorarme de un soñador?”, se lamenta todo el tiempo; sobre todo cuando ve lo difícil de su situación. El día que su esposo se despidió de ella, antes de darle el último beso, le dijo que se iba a Estados Unidos a probar suerte como actor de teatro. El hombre soñaba muy alto; fuera de su órbita, se la pasaba todo el tiempo fantaseando con Broadway.
“¡¿Cómo pude ser tan tonta como para haberle creído?!”, se reclama la mujer, cada vez que está sola. Parada frente a su batea, sus dos manos lavan y restriegan la ropa ajena. Montones de mudas son las que ella tiene que lavar a diario, para de esta manera poder darles a sus dos hijos una vida más o menos decorosa. “¡Todo está carísimo!”, se lamenta la pobre señora, cada vez que va a la tienda a comprar sus víveres. El dinero de toda una semana se lo gasta en un ratito.
Al llegar la noche, su cuerpo ha quedado agotadísimo. Aun así, a pesar de lo mucho que siente querer acostarse, sabe que no puede. Porque entonces todavía le queda tener que bañar y alimentar a sus dos hijos, que no pueden entender nada de lo que a su madre le sucede.
Pobre mujer. Su vida no es nada parecida a lo que su pareja le había prometido cuando eran novios. “¿Por qué no me di cuenta de que solamente era un soñador?”, se recrimina, cuando al fin ya se ha acostado. “¿Por qué le creí el cuento de que regresaría a buscarnos…”
Abandonada como lo está, después de un rato, ella –que no logra conciliar el sueño-, decide levantarse. Descalza, y sin ponerse nada sobre su frágil bata, sale hacia la parte frontal de su casa. Alzando la mirada, observa a las estrellas.
Contemplando sus brillos, los ojos se le empiezan a humedecer. “¿Por qué me abandonaste?”, pregunta la mamá de esos dos niños. “Oh, Dios. ¡Dime qué puedo hacer con este dolor que no me deja en paz!” La noche es bella, más no la vida de ella. Definitivamente; su vida no ha sido un cuento de hadas.
Después de un rato, para desahogarse un poco, sentándose en el suelo, la mujer cierra los ojos, baja la mirada, vuelve a mirar hacia las estrellas, y entonces; aclarándose la garganta, empieza a cantar esa canción que pareciese haber sido escrita para ella: “Don´t fall in love with a dreamer”, de Kenny Rogers.
“Just look at you, sitting there –dice la primera parte-, you never looked better than tonight. And it’d be so easy to tell ya I’d stay, like I’ve done so many times”. Y al llegar al primer coro, la mujer, con los ojos ya inundados por las lágrimas, y con el corazón destrozado, sigue cantando: “Don’t fall in love with a dreamer,
‘Cause he’ll always take you in, just when you think you’ve really changed him, he’ll leave you again. Don’tfall in love with a dreamer ‘Cause he’ll break you every time. Put out the light and just hold on, before we say goodbye…”
La noche es grande, como su dolor mismo. Para este entonces ya han dado más de las doce, y la mujer solamente no ha podido entrar a su casa para nuevamente intentar aquietar su mente y así finalmente caer dormida.
Ella siente que no puede hacerlo, sabe que esta noche no podrá dormir ni un poquito. Porque su mente no dejará de decirle que el error más grande que cometió fue precisamente el haberse enamorado de un soñador, que al final terminaría abandonándola. ¿Qué es lo que ella podría hacer ahora, ahora que la Navidad se acerca?
Aquí y allá; a muchas personas les debe dinero. A algunas poco, y a otras mucho. Viéndose en esta situación, la mujer sabe que ya no puede hacer ni un préstamo más. El dinero que ella había estado ahorrando, tuvo que gastarlo en medicinas. Su hijito, el menor, un día amaneció enfermo. Sin pensarlo nada,ella lo cargó en brazos y se lo llevó al médico.Éste, al terminar de hacerle la revisión de rigor, le dijo: “Tendré que mandarla a que le hagan unos cuantos estudios…”
Y “esos cuantos estudios” sería el origen de su deuda, una deuda que -ella no imaginaba- terminaría por conducirla a la perdición. “¿Qué me queda?”, se preguntaría esa noche la mujer. Sentada en su humilde cocina, contaría, una tras otra, y en repetidas ocasiones, las seis monedas sobrantes de todos sus ahorros. “Navidad se acerca y…” Al verse atrapada, ella no pudo contener más su llanto.
Con su cabeza colocada sobre la mesa, la mujer se mantuvo así por un buen rato. Los niños dormían ya, lejos de la preocupación de la que su madre era ahora presa. Sin poder calmar un poco su mente, la mujer no podía dejar de sentirse, además de culpable, un fracaso como tal. “No he sido una buena madre para ellos, ¡no lo he sido!”, se reprochó en silencio. Para este entonces, sus lágrimas ya habían inundado la mesa.
Navidad estaba pronto a llegar. Los dos niños, como era de suponerse, no habían parado de preguntarle todos los días: “¿Y cuál será mi regalo? ¿Qué nos comprarás?” “Dios mío”, pensaba la mujer cuando los escuchaba. “Si existes, entonces dame una señal”. “¡Dime qué hago o qué puedo hacer para conseguir el dinero para los juguetes y…” Al darse cuenta de que también necesitaría dinero para lo de la cena, se sintió todavía más desesperada.
“No puede ser, ¡no puede ser!”, gritó una voz en su interior. Sin dejar mostrar a sus dos retoños los sentimientos que la oprimían, forzó una sonrisa en su cara. Pellizcándole el cachete a los dos niños, de manera tierna, les dijo que no comieran ansias, que ya lo sabrían cuando llegase la mañana del día indicado. Poniendo caras de resignación, ambos cejaron en sus preguntas.
“¡Dios mío!”, no paró de decir la mujer aquella vez. Faltaba solamente un día para Noche Buena. En su mente revisaba todas las opciones posibles para llegar a una solución. Pero tan pronto como empezaba, se daba cuenta de que estaba completamente atrapada. “Solamente un milagro podría hacerlo posible”, reflexionaba. Parada, como todos los días, frente a la batea, hacía cuanto le era posible por mantenerse tranquila.
Más tarde, al dar las cuatro, la dueña de la casa en donde había ido a lavar le entregó a Agynnes su paga del día. Ella, que guardaba la esperanza de que le pagasen un poquito más, a manera de aguinaldo, se sintió defraudada al ver que eso no había sucedido. “¡Malditos ricos!”, sintió querer gritarle a la mujer. Pero su dolor era tan grande, que solamente terminó ahogando sus ganas.
De camino a su casa, Agynnes empezó a sentirse extraviada. Ya no reconocía las calles que durante muchos años había caminado, aquellas vías que en lo absoluto la habían conducido a una mejor vida. ¡Qué desdicha más grande era aquella que ahora llevaba en su interior! Sin dinero, y sin una pareja que la hiciese sentir acompañada, sentía que la vida se había convertido en un monstruo que solamente la engulliría por completo.
“Tranquila, ¡tranquila”, se repitió varias veces la mujer desesperada. Sus dos manos sujetaban ahora el producto de todo su trabajo. Dentro de dos bolsas de plástico llevaba galletas, jugos y alguno que otro dulce; todo para esos dos niños. Para ella, solamente se había comprado una bolsita de su té favorito; nada más. Después de todo, la preocupación le había quitado todo el apetito.
Esa noche, al sentarse a ver a sus dos hijos cenar, se le hizo muy fácil fingir que estaba muy tranquila. Sin embargo, en su interior, solamente ella sabía lo mucho que su alma gemía. Mostrarles a esos dos niños su desgracia, no le habría costado esfuerzo. Una sola palabra al respecto, y toda su persona se habría derrumbado ante ellos. “Niños, esta navidad no habrá juguetes para ustedes…, y tampoco cena de Nochebuena”.
Los chiquillos comían, mientras que su madre los observaba. ¿Qué iban ellos a saber sobre la vida? Que si todo estaba caro o no, que si su madre tenía dinero o no. Eran niños, niños ajenos a los problemas de las personas adultas. “Tengo que resolverlo…”, pensó Agynnes al darle un sorbo a su taza de té. “¡Tengo que resolverlo…!” Agachando la cabeza, ocultó así la preocupación en su mirada.
La noche transcurrió, y… Al siguiente día ya era Nochebuena. “Hoy es 24”, pensó Agynnes cuando se despertó. Se suponía que para este entonces ella ya debía haber encontrado la manera para conseguir el dinero que necesitaría para todo lo referente a esta noche y lo siguiente: Navidad.
Pero nada, no se le había ocurrido nada; a pesar de que se la había pasado pensando casi toda la noche. Moviendo su cabeza de un lado hacia el otro, Agynnes se dio cuenta de que el cuello le dolía un poco. También se sentía algo agotada. Entonces lamentó el haber dormido solamente unas dos horas.
Hoy era Nochebuena. Recordando que era sábado, Agynness supo que la casa a la que hoy le tocaba ir a lavar era nada más ni nada menos que a la de aquel viejo avaro y codicioso.“¿Por qué nací pobre?”, se preguntó la mujer, mientras esperaba a que esa persona viniese a abrirle la reja de la entrada.
Más tarde, cuando se encontraba ya lavando la ropa, se puso a hacer cálculos mentales. Porque necesitaba saber lo que le alcanzaría con la paga de hoy. “No dará para mucho”, reflexionó con amargura. “¿Y los juguetes?” “¿Y el pavo?” “Para las dos cosas, ¡de plano no me alcanzará!” “Entonces, ¿qué hago?”
Agynnes sentía una vergüenza atroz de su pobreza monetaria. El que les debiese dinero a varias personas, la hacía sentirse repugnante. Y más en un día como éste, en el que todos se la pasaban sonriendo y siendo felices. “¿Cómo puedo sonreír, cuando esta preocupación me oprime el pecho?”, se reclamó a sí misma. Tratando de no caer en su auto conmiseración, se esforzó por sacudirse su propio dolor moral. “Arriba esos ánimos”, se dijo. Y al instante se dio cuenta de lo absurdo que esto había sonado.
Las canciones de navidad sonaban en las tiendas del centro. Agynnes caminaba lento por los pasillos de aquel mercado, en busca de ofertas. El anciano avaro no le había dado nada de dinero a manera de aguinaldo. Pero esto, la mujer, hacía ya mucho tiempo que lo había superado. Sola y abandonada, ella ahora ya no sabía qué era lo que más le dolía; o si no tener dinero para juguetes y un pavo, o el sentirse sola y abandonada.
“Last Christmas”, de Wham!, sonaba en la entrada de una de las tiendas. El espíritu navideño se respiraba por todas partes. Pobre Agynnes. Mirando a las mujeres sonreír, nuevamente sintió un dolor oprimirle el pecho. Al parecer ella era la única que no sonreía. Con la cara seria y preocupada, miraba ahora los precios de los pavos en un aparador de cristal.
“Ni siquiera me alcanza para el más pequeño. ¡Todos están carísimos!”, observó con mucho pesar la mujer. Esta era la última tienda donde entraba a checar precios. Su decepción era tan grande que ahora sí se permitió mostrarlo. Bajando la cabeza, maldijo en voz alta su situación. Pero nadie la volteó a ver.
“Aquí es imposible”, meditó después la mujer, mientras su mirada contemplaba una vez más los cuerpos desnudos de los pavos. “Lo mejor será regresar a la otra tienda”. Pensado lo anterior, Agynnes se dispuso a abandonar este lugar.
Caminando a toda prisa, regresó otra vez adonde había pensado. Estando ya en el interior de la tienda, miró por todas partes. Entonces encontró que intentar lo que tenía planeado hacer le resultaría muy difícil, sino es que imposible. ¡Cómo rayos le haría para distraer a la empleada detrás de aquel mostrador! Y lo más peor; ¡cómo rayos le haría para ocultarlo, en caso de que lograse apoderarse de uno de ellos! Desde luego que no lo sabía. Pero ella ya estaba decidida a correr el riesgo. O lo hacía, o sus dos hijitos no tendrían cena para Nochebuena.
“Señorita”, fue lo primero que Agynnes pronunció al acercarse. “¿Será que aquí tengan alguna caja de cartón para regalarme? Pasa que tengo pensado hacer mucha compra, muchos botes de mayonesa, así que…” La empleada no la había dejado terminar de hablar. Le había bastado con lo poco que la mujer le dijo para que se haya largado hasta la parte trasera de la tienda a buscar lo que le habían pedido.
Pasados unos minutos, cuando regresó a su lugar, vio que ella ya no estaba. Extrañada por su desaparición, pensó que seguramente debía estar en el pasillo de las mayonesas. Entonces se le ocurrió ir a buscarla. Agynnes, mientras tanto se encontraba a pocos pasos de la salida. No había comprado nada.
En su interior creía que lo lograría; la meta la veía muy cerca… Caminando como un pingüino, con los pies hacia adentro, se le empezó a hacer muy difícil sujetar el pavo entre sus dos piernas. La frente le sudaba mucho, y las piernas también. Ahora, al ver que solamente le quedaban unos cuantos centímetros para estar fuera, se sintió triunfante. Unos pasos más, y listo. El peligro sería cosa superada. Su corazón latía a toda prisa. Bajar las escaleras; eso es todo lo que tenía que hacer, y nada más. El triunfo lo veía muy cerca. Pero entonces sucedió:
Su pie derecho se encontraba a punto de tocar el último escalón, cuando entonces el pavo se le salió de su vestido, cayendo así junto a los pies de otra mujer. Ésta, al darse cuenta de lo sucedido, enseguida se puso a gritar: “Está robando, ¡esta mujer está robando!” Y sin darle tiempo para decir nada, otras mujeres la rodearon.
Dieciséis minutos después, ella era llevada a la cárcel. Sentada y esposada en la parte trasera de la camioneta, se la pasó llorando y llorando por lo acontecido en un día como este. “¡Qué vergüenza!”, sollozaba la mujer, mientras que a lo lejos escuchaba aquella canción que parecía haber sido escrita para ella: “No te enamores de un soñador”. Agynnes y sus dos hijitos pasarían este año una Nochebuena sin pavo.
FIN.
Anthony Smart
Noviembre/11/2019