Luis Farías Mackey
Cuando 26.7 es mayor a 40.5 algo anda mal. Por donde se vea.
La conclusión no se sigue —no se deduce— de las premisas: hay una contradicción.
Alegan “principio de género”. Pero principio no es; imposición sí. Democrático tampoco; lógico menos. De pudor ni hablamos, todo es locura. Y colectiva, además. De género, en tanto conjunto de caracteres compartidos, tampoco se sigue, porque el beneficio es individual y faccioso: dentro del mismo género se impuso Clara y perdió Claudia. Fuera del género, el bastón lo tienen López, Jesús y Martí; no Brugada, menos Sheinbaum. En Morena arrasó una nube de langostas, no la feligresía. El género femenino, en su caso, es sólo excusa propagandística.
La imposición nunca gana: inflige, arrebata, doblega, infama.
La democracia tampoco se sigue, non sequitur podríamos decir. Si ella es la solución por una mayoría libremente expresada, cómo ser puede libre si tiene que ser paritaria. ¿Se “puede” tener que ser? Cuando la locura se lleva a la Constitución, no se exorciza la demencia, se trastorna al derecho. La democracia sirve para procesar decisiones mayoritarias, no para imponer paridades artificiales. Cuando en la democracia no gana la mayoría, pierde la inteligencia.
La representación política es de mandatos políticos, no de géneros.
Dos y dos son ya lo que queramos y al mismo tiempo no lo son. Porque, dice Pepe Newman: “todo es cualquier cosa y toda cosa es otra cosa”.
Quien gana pierde; quien no gana es premiado. Se sigue al que no lo merece. Compite el que menos posibilidades tiene. Su acumulan las restas, se fortalecen las debilidades. Para qué elegir, si ya otros eligieron nuestra elección.
Seguimos a ciegas al ciego, al desquiciado. Nadie sabe si avanzamos, retrocedemos, caemos, nos escupe el viento o ya nada somos.
Lo peor es que la opinión mayoritaria; la expresión ciudadana; el mandato democrático, ¡la mentada soberanía popular!, la razón misma, ya valieron madres.