Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem…, la receta del Concilio de Trento, al prometer la “transubstanciación” del cuerpo de Dios en la ostia y el vino de la comunión, algo que ya figuraba desde el siglo IV, puesto que Cirilo de Jerusalén lo había redactado en el Catecismo a los catecúmenos
“Cordero de Dios que quitas los pecados…”
No fue lo único que hizo tal Concilio. Destrabó la explosión demográfica de los primeros años del presente milenio en Europa y el exceso de mano de obra volcado sobre las ciudades y los burgos.
Para ello, Inocencio III convocó a las Cruzadas con el señuelo de recuperar el Santo Grial que se encontraba en manos de los infieles. Con ellas, además de producir monstruosas sarracinas, hizo que penetrara la invasión comercial italiana y holandesa en nuevas tierras.
Los mercados que el Islam había cerrado tras el triunfo sobre los invasores germánicos del Imperio Romano y después hacia el oriente, el centro y norte del mundo conocido, fueron abiertos. El primer renacimiento del comercio continental.
Libre comercio demolió al feudalismo
La Primera Cruzada, ordenada por el Jefe Inocencio, propició que los cristianos recuperaran el Mar Mediterráneo y desde ahí, ejercieran su preponderancia económica, en el nombre de la Iglesia de Dios.
Henri Pirenne, reconocido apóstata, en sus conferencias sobre la Edad Media en París, recordaba que desde mitades del siglo XII –papado de Inocencio III– se mencionaba en la Ciudad Lux que las ferias flamencas atraían a un número considerable de sus compatriotas.
Esto acabó con las estructuras del sistema señorial europeo, pues al destrabar el Mare Nostrum, la libre circulación de mercaderías y manufacturas demolió la actividad económica basada en el autoconsumo.
Empieza entonces a tocar a su fin el modo de producción del sistema feudal. Después de ahí, todas las “herejías” tendrán adeptos. Frente al clero y la nobleza surge la burguesía de las concentraciones urbanas e inicia el ascenso social del hombre.
Inocencio III, una de las 100 personalidades del segundo milenio
Inocencio III ha sido señalado como una de las cien personalidades del segundo milenio. Asciende al papado en un momento en el que la Iglesia estaba a punto de ser absorbida por el Sacro Imperio Romano Germánico.
Asediada por los bárbaros godos, los germanos insaciables, los musulmanes que creían que Mahoma y no Jesús era el verdadero profeta del Señor, el Imperio Romano, herido de muerte y las revueltas intestinas de los principales señores feudales italianos, la Iglesia escogió a Inocencio III y no se equivocó.
Para meter orden en sus filas, lo primero que hizo el nuevo Papa fue ordenar, clasificar y reformar el Derecho Canónico que hoy conocemos como tal. A partir de ahí, el Papa sería el único representante de Dios en la tierra. Zanjaba el debate con los monarcas absolutos.
El único que podía avasallar a los demás, imponer los tributos y conferir los honores, títulos y territorios conquistados. Incluyó en él la obligatoriedad de la confesión y el matrimonio de hombre y mujer, ineludible.
Lo más importante: persiguió a los “herejes” o a los que él determinara, por edictos o concilios, que lo eran. Creó obviamente la hoguera de la Santa Inquisición. Canonizó al Jefe de los dominicos, estructuró la Orden y sometió a los emperadores a su ortodoxia implacable.
Los barones de la Iglesia, cómplices de los poderosos
Sigue, desde donde esté, condenando todo aquello que atente o llegue a atentar contra las creencias más íntimas de la Iglesia, sobre la obediencia, la castidad, la probidad, el honor y… la obligación proporcional del diezmo.
Convirtió en indispensables a los barones de la Iglesia. Cómplices del poder, a través del “poder de la oreja” del padre confesor, que puede revelar al Estado, cualquiera que sea, los complots más íntimos , los secretos de alcoba, o las condiciones humanas que avergüenzan.
Casi toda la moderna semántica de sacristía, la interpretación ortodoxa de los textos eclesiásticos y la disciplina de las órdenes monásticas y de evangelización territorial tienen el sello del gran Inocencio III.
Era un genio político. De esos que se dan poco. Una mente, incluso de mayor espectro que la de Maquiavelo, pues éste sólo alcanzaba al pobre poder terrenal. Aquél jugaba con lo eterno, con los insondables secretos de la mente, de la muerte… y sus designios.
Encontró una Iglesia derruida y al morir entregó otra, más floreciente y poderosa, que soportara las divisiones hasta esperar las que vendrían 300 años después, con el descubrimiento de un nuevo mundo, que daría lugar a otros conflictos de poder.
Diez ninjas derrotaron a 500 caballeros “Águila” y “Tigre”
No se puede decir lo mismo de sus ilustres sucesores. El católico más valioso que tuvimos en Nueva España fue, sin duda, Ignacio de Loyola, el fundador de la inteligente Orden de los Jesuitas, luchadores contra el régimen colonial.
Ignacio hizo que sus tlacuilos tradujeran el contenido de los códices guerreros de la escuela de “Águilas” y “Tigres” que se graduaban en el Calmecac de Malinalco, la universidad sagrada del Imperio prehispánico.
La que buscaba, antes que nada, el triunfo del guerrero espiritual sobre el dominio de la fuerza bruta. Los dueños de las artes de la guerra mexica.
Los códices que no quemó Torquemada en la pira de la biblioteca de Texcoco fueron malinterpretados por traductores de segundo talón en El Fuerte (convento jesuita de Tepoztlán), cuando los apremios de Ignacio de Loyola urgieron a traducirlos, pero al revés.
Ignacio de Loyola armó un batallón de evangelizadores que partirían a conquistar Japón, bajo las órdenes de Felipe Neri, san Felipe de Jesús, canonizado por El Vaticano, cuyos restos se encuentran en la Catedral Metropolitana.
El que, seguramente, a los pocos minutos de poner los pies en el puerto de Nagoya, a mediados del siglo XVI, fue crucificado de cabeza junto con un ejército de “Tigres” y “Águilas ” de 500 elementos. Una masacre ejecutada ¡por 10 ninjas!
La Iglesia Católica mexicana, envuelta en líos de pederastia
El representante de la Iglesia en México, cardenal Norberto Carrera, auténticamente tocado por acusaciones de pederastia, evitado por todos los dignatarios de la hermandad de Pedro, aspirante a subir a los altares, no puede decir que de sangre le viene al galgo.
Deturpado, defenestrado, humillado, renuente al acuse de recibo, no tiene autoridad alguna no sólo para defender las posiciones de la Iglesia, sino para enarbolar mínimas peticiones de respeto o de reivindicación social.
El Arzobispo Primado de México ha fallado en sus principales invectivas contra el aborto, las uniones libres, los matrimonios del mismo sexo y el movimiento LBGTTT, porque el burro no puede hablar de orejas.
Una de las razones más valederas de que el Papa Francisco no quería visitar el país es, sin duda, Norberto. Según el diario El País, editado en Madrid, Francisco trató de evitar la asistencia de Norberto Cardenal al cónclave donde Bergoglio fue elegido Papa.
A Rivera le pasó lo que a Inocencio III, pero al revés. Junto a él, Corripio era un hombre serio, de respeto. A Norberto le entregaron una iglesia floreciente, con estupendas relaciones políticas con el poder civil y militar. Hoy entrega una iglesia derruida desde sus cimientos.
Y crecen otras religiones sobre las ruinas del catolicismo
Norberto se ha dedicado a todo lo que prohíbe desde el Derecho Canónico hasta el Código Civil. Traficante de influencias. Atropellador de derechos civiles.
Llamado entre los parroquianos “el Cardenal dinerero”, es más cercano a políticos y empresarios que a las comunidades pobres de la Iglesia. Compañero de objetivos de Slim, Servitje, Alemán, Ealy Ortiz, Marcial Maciel, los Vázquez Raña, Amancio Ortega, dueño de Zara, entre muchos otros.
Fundador del grupo de intrigantes del Club de Roma, que durante el papado de Juan Pablo II tenían acceso al Pontífice. Selecto y reducido círculo donde estaban Emilio Berlié, Juan Sandoval Iñiguez, Onésimo Cepeda y él. Amigos de aventura del nuncio Prigione.
¿Será por eso que han crecido en número e influencia los pastores evangélicos? Alguna explicación debe haber.
Y alguien debe encontrarla antes de que llegue Francisco quien, seguro, no sólo jalará orejas de políticos –conocida que es su fobia a la tolucopachucracia, que compartimos–, también las de sus pares, ¿no cree usted?
Índice Flamígero: Más le valía adecuarse al discurso pastoral del primer Pontífice latinoamericano, y por eso Norberto Rivera ahora declara que “las familias mexicanas enfrentan principalmente dos problemas: una creciente pobreza y una violencia que se ha hecho cruel, que se suma a otras grandes dificultades como la carencia de medios para llegar a una verdadera educación, así como por la migración interna y externa que provoca la división de este núcleo de la sociedad…” En ese tono se escuchará el discurso papal en nuestro país, a partir del próximo 12 de febrero.
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En el nombre de dios se han realizado las peores aberración es, y siempre son por interes económico y politico