Juan Luis Parra
Solo alrededor del 21 % de los mexicanos adultos entre 25 y 64 años ha alcanzado un grado universitario de educación terciaria (licenciatura o equivalente). Esa cifra ya era baja antes de considerar que muchos de quienes entran a la universidad no se titulan a tiempo o en lo que esperaban. De ese pequeño porcentaje, una demasiado grande parte termina en empleos para los que no necesitaba haber estudiado.
A estas generaciones nos mintieron. Es una estafa institucionalizada, celebrada por quienes fingen ignorar el derrumbe.
Nos hicieron creer que estudiar era garantía de éxito, que un título era la llave mágica al “futuro”. Pero ese futuro ya no espera. Lo están desactivando las máquinas, los algoritmos y un país organizado para fabricar mano de obra obediente, no talento emprendedor.
México apostó todo a ser el taller del mundo, y ahora que el taller se automatiza, no tiene plan B. En las escuelas no nos enseñaron a cuestionar, a pensar por nosotros mismos, sino a seguir órdenes. ¿Quién necesita empleados cuando los procesos los piensa una IA y los opera un robot sin descanso ni error?
El modelo económico nacional no da para más. Llevamos décadas colgados de un solo clavo: maquilar barato. Ser competitivo porque se paga menos, no porque se genera más valor.
Ese modelo ya está en cuenta regresiva.
Cuando los robots bajen de precio y los softwares lo hagan todo, no quedará nada que maquilar. Y sin embargo seguimos entrenando a los jóvenes como piezas de una línea de ensamblaje que va a cerrar pronto.
Los números lo confirman: un estudio del Banco de México estimó que cerca del 65 % del empleo en México está en alto riesgo de automatización. Otro análisis más reciente del Organisation for Economic Co-operation and Development (OECD) matiza la cifra global pero señala que México tiene una de las participaciones de educación terciaria más bajas entre sus pares, lo que agrava la vulnerabilidad. Educación “terciaria” significa estudios posteriores al bachillerato, como universidad, licenciatura, ingeniería o técnico superior; es decir, la formación que supuestamente debería prepararnos para competir en un mercado laboral especializado.
Entonces, el discurso sigue: “Estudia para salir adelante”. ¿Adelante a dónde? ¿A un autoempleo, entregando comida por app? ¿A una oficina que paga lo mismo que un call center? ¿A trabajar en algo que va a desaparecer?
La universidad no está muerta, pero sí en coma. Carreras obsoletas, planes de estudio que tardan años en actualizarse, profesorado mal pagado, infraestructura deficiente y nulo vínculo con el mercado real. En México, aunque se matriculan muchos jóvenes, los resultados en empleo significativo y pertinente no están a la altura. Quienes logran titularse descubren que la plaza soñada ya fue ocupada por un algoritmo que no pide vacaciones.
Todo el sistema educativo está diseñado para preparar personas para un mundo que ya está muriendo. Y nadie en los pisos altos de los corporativos suena la alarma. Al contrario, la mantienen apagada.
Mientras tanto, nuestros gobernantes siguen obsesionados con peleas ideológicas de medio siglo atrás. Discuten de rencillas pasadas, de traumas añejos, como si eso resolviera el colapso que se nos viene encima.
Nos gobierna gente que apenas y entiende cómo abrir un Word.
No se trata de edad. Se trata de ignorancia. Nos gobiernan personajes incapaces de entender el mundo al que nos dirigimos: digital, automatizado, descentralizado, ultraeficiente. Un mundo donde la mano de obra barata es negocio muerto.
Y lo que viene será brutal.
En unos 5 o 10 años, el mundo será dirigido por plataformas, datos, sistemas predictivos y automatización total. Todo será medido, optimizado, registrado. No por ti. No por mí. Por quienes controlan los sistemas. Porque si hoy cada trámite pasa por una app, mañana será una IA la que decida si puedes trabajar, estudiar, rentar, recibir atención médica o acceder a un crédito.
Nos han engañado. Nos vendieron un modelo roto. Y ahora, este nuevo gobierno de México, convertido en un feudo populista, reciclan el engaño para aplicárselo a los que vienen. Cambian las palabras, anuncios, slogans… pero el fondo sigue: obediencia a cambio de promesas. Lo hicieron con nuestros padres cuando hablaban de “administrar la abundancia”. Nos lo hacen a nosotros, vendiéndonos una ilusión de éxito que ni siquiera cubre la renta, con cero posibilidades de una jubilación o pensión. Y si no abrimos los ojos, lo seguirán haciendo.
Y esta vez, no habrá nadie a quien culpar más que a nosotros mismos.





