La Marcha del 8M, fue un grito agudo, casi ensordecedor, que sirvió para despertarnos de la resaca y la “animalidad” a los varones mexicanos, que todavía nos empeñamos inconscientemente en “cosificar” a la mujer.
Redacción NoticiasMX.- Eran aquellos varones acostumbrados a vivir en el marasmo, el descuido y la continuidad, los que necesitaban una prueba para reconocer su pequeñez, frente al temple y la estatura de la mujer mexicana. Y la encontraron.
El domingo por la mañana las manifestantes, dieron la cara por el país y por el género femenino a nivel mundial. Ninguna otra marcha tan concurrida y tan sentida, tan propia y tan humana, como la de México.
Ni las marchas de París, Madrid, Santiago o Argel, pudieron ser una síntesis tan nítida de las aspiraciones que tiene la mujer contemporánea, a una vida plena de respeto a la diferencia de género, a la complementariedad de la especie humana, pero sobre todo a la armonía al seno de la humanidad.
Ninguna tuvo causas más sentidas y justas, como la que se fraguó, por ejemplo, por la indignación del crimen artero de la menor Fátima, cuyo nombre y cuya historia deben ser evocados cada que estemos educando a un menor en el hogar, en el aula y en la calle misma, a propósito de lo que no queremos que suceda nunca más.
La marcha del 8M. Este video no requiere mayor comentario pic.twitter.com/wx5tN6Kj6H
— Liebano Saenz (@liebano) March 9, 2020
Pero que también deben ser invocados, cada vez que necesitemos un molde exacto para representar la inocencia y vulnerabilidad de la niñez, frente al descuido y la irresponsabilidad de adultos sumidos en los vicios, la lujuria y el materialismo.
80 mil, 100 mil, 120 mil... la cifra exacta es controversial y podría languidecer o decir muy poco, de lo que resultó ser el monstruo de mil cabezas que nos mostró ser la mujer mexicana y su genuina causa.
La Marcha del 8M, fue un grito agudo, casi ensordecedor, que sirvió para despertarnos de la resaca y la “animalidad” a los varones mexicanos, que todavía nos empeñamos inconscientemente en “cosificar” a la mujer. Un grito legítimo, necesario, hacia el infinito, hacia Dios o hacia quien sea que quiera y deba escuchar.
Es el grito desgarrador de la mamá de Fátima que no encuentra consuelo ni explicación lógica aún; es el grito de la mamá de Abril y de su nieta, a quien recordamos nerviosa, sollozando y aterrada, haciendo la narrativa de ratificación de hechos ante el Ministerio Público, sobre las atrocidades que le hizo su propio padre a su madre mientras dormía, frente a ella y su hermano, revictimizándola y haciéndole pasar la autoridad correspondiente, un infierno existencial del que difícilmente podrá recuperarse. Es también el grito de ingrid y de toda su familia.
Es igualmente, la esperanza que nunca se extingue, de la mamá de Mireya, desaparecida sin explicación también por un acto de machismo y cobardía; quien cada día que amanece, como el personaje aquel de la novela del autor ruso, espera ver llegar al hijo revolucionario hecho a la guerra, vivo y victorioso, para ondear sus banderas de bienvenida, siendo ella el único ser que lo espera y lo cree vivo.
Así el llanto de la mamá de Mireya, que en la marcha del 8 de marzo participó con toda su fé. de poder ver de nuevo con vida a su hija, portando una cartulina que decía “Tu madre que no te olvida; no dejaré de buscarte hasta encontrarte”.
Y también el llanto de mil 130 asesinatos de mujeres más, en lo que va de esta década, cometidos con sevicia y con los tres agravantes marcados por el nuevo Código Penal Federal, cuando de atributos de calificación se trata: premeditación, ventaja y traición.
Marcha que se impuso a los obstáculos ideológicos y políticos que se le presentaron desde las estructuras de los poderes fácticos y formales de esta ciudad y de este país.
Se pudo acreditar que en el cruce de Eje Central con Madero y con 5 de Mayo respectivamente, había contingentes de Guardias Blancas infiltrados, perfectamente determinados para cortar el paso de las manifestantes al Zócalo a cierta altura del contingente. Porque cuando decía el cuerpo de “Ateneas” dependiente de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) capitalina, que “estaba lleno desde Bellas Artes hasta el Zócalo”, era que había instrucciones de hacer un corte al paso de manifestantes.
No lo pudieron lograr; la dignidad y la fuerza de las mujeres, con su paso uniforme y ordenado, logró su propósito de llegar al corazón político del país: la Plaza de la Constitución.
Una marcha que ciertamente fue uniforme en su paso, más no en su espíritu libre de las individualidades de cada mujer participante; tan única e irrepetible como sus propias ideas y creencias. Pudieron convivir en la marcha, grupos con diferencias en su postura sobre el aborto por ejemplo; sin embargo eso no impidió que se enfocaran en los temas que afectan a todas, la violencia y desigualdad de género.
Del mismo modo, grupos muy minoritarios, compuestos de decenas de mujeres que se expresaron en formas violentas y absurdas, como las integrantes de la corriente “Anarquista”; no obstante hubo tolerancia y paciencia, de parte de esa mayoría prudente (y aquí sí, sabia).
Porque las diferencias religiosas o ideológicas no frenaron a nuestras madres, hijas y esposas, para avanzar hasta su destino y manifestar su descontento convertido en rabia en algunos casos, contra todo aquel individuo, hombre o mujer, que violenta la naturaleza de una fémina, por razón de su propia condición genérica.
A su paso, quienes de lejos observamos la manifestación, albergamos una llama de esperanza en nuestro corazón, de que el ejemplo que nos dieron todas esas mujeres, jóvenes, niñas, adultas mayores, discapacitadas o cualquiera que haya sido su condición, provoquen el cambio que todos los mexicanos como sociedad necesitamos, en nuestra forma de pensar y de enfrentar los retos del mundo moderno.
Que este evento tan singular, propicie el dejar atrás aquellos tiempos en que nos sentábamos a esperar que alguien gestionara la solución a nuestros problemas, por lo general el gobierno, volviéndonos autogestores, actores proactivos de nuestro presente y futuro; constituyéndonos en ese contrapeso real y efectivo, que necesita todo gobierno o camarilla en el poder, cualquiera que sea su naturaleza ideológica o interés.
La celebración en el año 2020 del Día Internacional de la Mujer en México, será, con toda certeza, parteaguas en la historia moderna del país. Nos enseñó o nos corrigió, en la idea que teníamos del concepto unidad como pueblo. Unidad que no implica uniformidad. Porque no necesariamente tenemos que estar de acuerdo en todo para estar unidos.
Las mujeres participantes en la Marcha 8M del domingo nos lo demostraron: que sólo basta con que nos enfoquemos en aquellos acuerdos que son de interés común y la unidad se materializará.
El domingo en la marcha, las mujeres mexicanas nos pusieron el ejemplo.
hch