Esta semana tomaron protesta nuestros nuevos legisladores en México, y como bien sabemos la Cuarta Transformación arrasó, logrando una mayoría aplastante en ambas cámaras. Tienen el control absoluto en la Cámara de Diputados y se quedaron a un escaño de la mayoría calíficada en el Senado de la República. Esto ha generado muchas dudas sobre el futuro de nuestra democracia y sobre si el Congreso realmente puede funcionar de manera independiente.
El Congreso, que debería ser un contrapeso esencial, parece cada vez más una extensión del Ejecutivo. Cuando un solo partido controla todo, el riesgo es que las leyes se aprueben sin el análisis crítico necesario, y lo que debería ser un espacio para el debate se convierte en una simple maquinaria que ejecuta órdenes.
No se trata solo de pasar leyes; se trata de hacerlo bien, asegurando que cada voz sea escuchada y que se defiendan los intereses de todos, no solo de algunos.
Es preocupante ver cómo muchos legisladores parecen más interesados en seguir la línea del partido y del actual presidente que en representar a quienes los eligieron. En lugar de cuestionar y analizar las propuestas del Ejecutivo, parece que prefieren ir a lo seguro y no contradecir a sus líderes, no les vayan a quitar el hueso.
El Congreso debería ser un lugar donde se defiendan las libertades individuales y se cuestionen las decisiones que puedan perjudicar al país, no un lugar donde todo se apruebe sin más.
Mientras tanto, otros países han demostrado en los últimos años que la tecnología puede ser una herramienta clave para mejorar la eficiencia y la transparencia del poder legislativo. En Canadá, el Parlamento ha adoptado un modelo de transformación digital que les permite trabajar de manera más ágil y con mayor transparencia. En Italia, los diputados pueden trabajar desde cualquier lugar gracias a aplicaciones que les permiten revisar y enmendar documentos en tiempo real.
Aquí en México, seguimos usando procesos anticuados, llenos de papeleo y reuniones presenciales que ralentizan todo. La pandemia de COVID-19 mostró lo mal preparados que estábamos para trabajar en un entorno digital, y en lugar de aprender de eso y modernizarnos, parece que seguimos empeñados en hacer las cosas como siempre. Algunas cosas avanzaron pero al parecer solo fue temporal.
La transformación digital del Congreso mexicano no es solo una cuestión de modernización; es una necesidad urgente. No podemos seguir dependiendo de métodos de hace décadas que solo dificultan el trabajo legislativo y reducen la transparencia. La tecnología no es el enemigo; es una herramienta que, bien utilizada, podría ayudarnos a tener un Congreso más eficiente, más abierto y más alineado con las necesidades de la gente. Pero claro, digo “podría” porque, seamos honestos, ¿cuántos de nuestros legisladores realmente quieren estar más en contacto con la ciudacdanía?
La tecnología debería permitir que estemos más informados, que podamos seguir de cerca lo que nuestros legisladores están haciendo—o, en la mayoría de los casos, lo que no están haciendo. Deberíamos poder comunicarnos fácilmente con ellos, exigirles que trabajen a nuestro favor y no solo a favor de sus intereses o los de su partido. Pero, seamos realistas, ¿quién quiere que los ciudadanos tengan ese tipo de poder? Qué incomodidad para los que prefieren operar en la sombra, sin tener ninguna forma de rendición de cuentas.
Imagínense un Congreso donde podamos ver en tiempo real cómo votan nuestros representantes y en qué sentido fueron sus últimas votaciones, donde las agendas y los debates estén disponibles al alcance de un clic, y donde podamos enviarles mensajes directos para recordarles que están ahí para servirnos y que nosotros pagamos su sueldo.
Eso sería un avance mínimo, pero también una pesadilla para los que siempre prefieren que sigamos en la ignorancia, tranquilos y calladitos.
Ahora, pensemos en algo un poquito más avanzado: un sistema donde podamos proponer y votar iniciativas ciudadanas directamente desde nuestros teléfonos, o donde la inteligencia artificial analice las votaciones de los legisladores para detectar patrones sospechosos y alertarnos cuando algo no cuadra. Imaginemos también poder hacer encuestas públicas vinculantes antes de que se vote una ley importante, asegurando que nuestra voz realmente cuente. Nos ahorraríamos millones de pesos de esas supuestas“consultas populares”.
La realidad es que, con la tecnología adecuada, podríamos exigir que nuestros legisladores hagan su trabajo, que se mantengan en contacto con nosotros y que respondan a nuestras preocupaciones. Pero, para que eso ocurra, primero necesitamos que nuestros representantes realmente les interese escuchar a la gente, y segundo, que estén dispuestos a enfrentar las consecuencias de un electorado más informado y participativo. Y ahí es donde todo se complica, porque un Congreso más transparente y conectado no está precisamente en la lista de deseos de muchos de nuestros flamantes políticos.
Entonces, sí, la tecnología podría ser la clave para un Congreso más moderno y eficiente, pero eso solo sucederá si rompemos con las viejas prácticas y exigimos más de quienes nosotros mismos hemos puesto en el poder. Y ahí es donde entramos nosotros, los ciudadanos, porque al final del día, el verdadero cambio no vendrá de quienes disfrutan del statu quo, sino de quienes estamos dispuestos a sacudirlo.