KAIRÓS
Francisco Montfort
La democracia es una gran construcción de la civilización. Una construcción pública hecha por ciudadanos privados. Un gran edificio que da cobijo a todos los habitantes de una nación.
Para lograrlo cuenta con un arma revolucionaria: el lenguaje. Un arma letal y frágil. Puede aniquilar adversarios descubriendo sus debilidades, flaquezas, mentiras. O puede desaparecer mediante su uso envilecido por las mentiras, los engaños, sus invenciones envenenadas que destruyen el significado común entre los ciudadanos protegidos por un Estado.
Para desmontar el sistema autoritario construido por el PRI fue necesario construir una serie de reformas políticas que poco a poco trasladaron el poder desde la cúpula de dicho partido hasta el seno de la pluralidad del poder. Aunque, primero, se estableció la lucha por las palabras que deberían recobrar su pleno sentido original, trastornado por el uso faccioso que había establecido el sistema presidencialista con su ideología del nacionalismo revolucionario.
Una parte creciente de la sociedad quería vivir plenamente en un régimen democrático. Así que lo primero era demostrar que lo que el PRI y su sistema llamaban democracia no significaba, no designaba un auténtico régimen democrático. También fue necesario luchar en contra de la concepción “democrática de la izquierda” que se refería a la democracia como “burguesa” o “capitalista” dando un apellido sustentado en una concepción de lucha de clases.
Quien logró clarificar sucintamente este debate fue Enrique Krause en un ensayo titulado “Por una democracia sin adjetivos”. Requeríamos de una democracia con elecciones libres, con respeto al voto, con partidos políticos que asumieran y representaran diferentes visiones sobre el desarrollo, la modernidad, la democracia para el bien de México.
Fueron años de batallas ideológicas, pero sobre todo de una lucha pertinaz para crear un lenguaje que nos permitiera dialogar sin trampas escondidas en las palabras de uso cotidiano. Durante este proceso, iniciado alrededor de 1968, nuestras ideas ganaron en claridad y certidumbre. Este lenguaje creado colectivamente constituyó los cimientos de la construcción de la democracia en México, diferente a “La democracia en México” retratada por Pablo Gonzáles Casanova en su libro del mismo título.
El nuevo problema nacional que surgió de estas luchas fue que la luz de la palabra democracia, voto libre sin coacciones estatales, ni partidistas tardó tiempo en alumbrar las diferentes realidades del país. En unos estados de la república los cambios rebasaban los propuestos en el ámbito federal, como en Veracruz durante las elecciones de 1989 y subsiguientes. En otros como en Chiapas, Campeche, Tabasco, Guerrero tardaron más años en florecer los frutos de la democracia.
Y también existieron resistencias más fuertes a la modernización de las costumbres y conductas en los poderes legislativos y judiciales de la federación y de los estados. Y este retraso fue clave para que el gran edificio construido entre aquellos años y 2018, principalmente en los poderes ejecutivos de la nación, se desgajara con el sismo de las elecciones de este último año.
Y fue precisamente la perversión del lenguaje, la que inició la demolición democrática por parte de la llamada Cuarta Transformación. El no admitido pero inevitable cimiento de este movimiento político es su deuda con el fascismo. Este antecedente marca los elementos centrales del populismo de derecha de la era moderna.
La manipulación, la perversión y la invención de palabras, es decir la corrupción del lenguaje, la ha practicado el señor López y su movimiento político, que incluye su ciega feligresía. Recuerde la perversión de la realidad con sus desastrosos “otros datos”: Realidad paralela en la que escuda sus fracasos de gobierno el señor López.
Basta recordar que en realidad nunca debatió con sus contrincantes como candidato presidencial y, peor, que durante su mandato siempre se negó a dialogar con sus adversarios e inclusive mandó silenciar a sus diputados desde el año 2006, pues estos simplemente votaban en contra de cualquier iniciativa de ley. Y ya como presidente, obligó s sus diputados a no cambiar “ni una coma” a sus iniciativas de ley.
Silencio absoluto en el parlamento. Cancelación del verbo “parlar” o sea hablar en francés: parlar y parlamento tienen el mismo origen. Destrucción del cemento de la democracia: cero diálogos con los distintos, los otros, los adversarios convertidos en enemigos. Destrucción de la palabra, cancelación del lenguaje común que nos permite pensar en público por el bien de la República.
Éxito del bárbaro, del fascista, del absolutista: lo más despreciable es el PRIAN convertido en sinónimo de basura, de desecho, de lo deleznable. Cuando que la realidad nos dice que son antónimos el “hecho histórico” llamado PRI, que en gran parte ayudó a construir el país; y el PAN, el partido político más auténtico, o el más moderno de nuestro escenario político.
Ahora la Coalición Amor por México y muchos de sus apoyadores luchan por recuperar el lenguaje civilizatorio, el que permite construir puentes de apoyo entre los adversarios en busca de un bien común. Esto significa, entre otros objetivos, el triunfo de Xóchitl Gálvez: un regreso a la vía civilizadora del diálogo. Sin lenguaje común no existe democracia. Claudia Sheinbaum promueve construir un piso más de monólogos del poder autoritario, absolutista de corte fascista.
Debemos impedir su continuidad.
francisco.montfort@gmail.com