Odisear / 20
Mauricio Carrera
No faltaban las malas lenguas.
-Farisea –la llamaban.
-Cómplice de los machismos contra los que luchamos –la atacaron.
-Pirujona y saltimbanqui. ¡Qué pena! ¡Qué horror! –le rehuyeron con asco.
-Para tubo, el mío, cuando quieras –le hicieron propuestas hombres machos, vulgares y homosexuales reprimidos.
A Penélope no le importó. Ansiaba que llegara la tarde para ir de nuevo al “Ítaca Pole Dance Club”.
-Buenos días, Pole family –las saludaba Yadira, la guapa instructora. Era de Tabasco, había sido teibolera en el Olimpia’s de la Zona Rosa –donde usaba peluca rubia para parecer rusa-, pero había encontrado a “Dios” tras de ser invitada por una amiga al templo de “Pare de sufrir”. Ahí encontró a Sócrates, su actual esposo, quien vendía material de construcción en Chalco.
Yadira tenía un cuerpo de diosa y hacía maravillas en el tubo, piruetas que bien le hubieran envidiado los ángeles en el cielo o las acróbatas del Cirque du soleil.
La Pole family, además de Penélope, la constituían Circe, una jovencita gordibuena que estudiaba en un Conalep; Calipso, una encopetada señora con fama de fifí que usaba pura ropa de marca; Elena con Hache, una gordita simpática y chaparrita que se sentía divina en mallas; Hécuba, quien ya era abuela y le valía sombrilla el qué dirán; y un hombre, Menelao, a quien de cariño le decían Mene, tenía un cuerpazo súper bien formado, le gustaba usar tacones altos y le iba al América.
Todas y todos sudaban la gota gorda al momento de las clases. Yadira les alentaba con actitud de sargento y de mamá gallina. Cada quien daba lo mejor para la práctica prejuiciosa del tubo. Cada quien tenía su motivación, desde perder peso hasta agradar a sus peor es nada.
Penélope, ni se diga. Le gustaba el lance de espaldas, un giro donde quedaba enrollada con suavidad en el tubo; cuando logró hacer una escalada hasta lo más alto fue como si hubiera conquistado sin sherpas y sin oxígeno el Everest; y cuando hizo el back shoulder sintió lo que una actriz ante los fotógrafos en la alfombra roja.
Por eso, cuando alguien la atacaba:
-Pécora teibolera, el infierno te espera, masturbadora de tubos…
Ella no hacía caso. Se sentía bella, viva, atractiva, fuerte, empoderada.