Mauricio Carrera
Chesterton, que fue lúcido y no exento de un humor inteligente, aseguraba que el ser humano, para estar completo, debía tener seis piernas: dos que le son propias y cuatro de su perro. Creía que el acompañamiento de siglos entre humanos y cánidos era un gran logro de la civilización.
Todo esto leía Penélope y asentía convencida de ser una verdad absoluta.
Argos y ella eran inseparables. Ambos se cuidaban. Era un perro adorable, pero sólo para Penélope. Los demás lo odiaban. También le temían.
Un perro huraño, eso era Argos. No se dejaba acariciar de nadie, sólo de Penélope. No se dejaba poner la correa, sólo de Penélope. No se dejaba alimentar de nadie, ¿sólo de quién? De Penélope.
A los demás les ladraba, les gruñía.
Dicen que quien ladra fuerte muerde quedito. Argos no lo sabía. Llegó a morder de fea forma a un par de rufianes que quisieron arrebatarle en plena calle la bolsa a Penélope y a dos que la pretendían, uno, la cara llena de un feo acné, y el otro, de nombre Menelao, al que apodaban Gazapo, por tener dientes de conejo.
Nunca más volvieron a acercarse a Penélope.
Ella sacaba a pasear a Argos a un parque cercano, y aunque el perro despertaba voces de ternura por su lindo y gallardo aspecto, cuando se acercaba cualquiera a hacerle algún mimo, era recibido con un gruñido de diente pelado más propio de lobos salvajes.
A propósito de lobos, mantenía el aullido no sólo en noches de luna. Tal vez era cierto que, al principio, fue por extrañar a Odiseo. Después, no se sabe. Cuando los meses y los años pasaron, y Odiseo sólo era un recuerdo lejano, el aullido seguía ahí, constante, y más que lastimero, como un gesto de supremacía, el triunfo de la naturaleza sobre la afrenta de la domesticación animal.
Icario, el padre de Penélope, no pocas veces quiso deshacerse del perro. Los vecinos no cesaban de protestar por los aullidos y a los que gruñía o ladraba en el parque insistían que mejor era tenerlo encerrado, o en observación, en el antirrábico.
Argos era un perro dócil para Penélope, furioso e intratable para los demás.