Mauricio Carrera
El trío Los Querubines, aparte de cantar y tocar con sentimiento boleros, minuets, pasosdobles, pavanas, canto cardenche, música ranchera y uno que otro fado, eran poetas de largo aliento. Se divertían, es cierto. Jugaban dominó, bebían sus vodkas, vinos o rones, iba cada quien al cine o a pasear con sus respectiva novia, a bailar merengues y salsas, y hacían de la noche el lugar de la desnudez y el amor. Por sobre todo, eran unos enamorados. Por eso seguían vivos, por eso cantaban, por eso ofrecían la piel y el alma a la mujer eterna o pasajera. Por eso lloraban a ratos, porque el amor es sufrimiento, y por eso ningún contratiempo les quitaba la sonrisa, porque el amor es bienestar y gozo. Mejor amar y entretenerse en las maravillas de lo femenino, que quejarse de la oficina, de un barro purulento en la mejilla o de la cloaca que era el futbol y la política nacionales.
Por eso, y como los enamorados poseen un sexto sentido que les permite reconocerse entre ellos, cuando vieron lo enamorado y ennalgado que estaba Odiseo, era como si tuvieran ante sí un igual, un par, un hermano. Como si solo ellos conocieran el secreto de las mujeres, como si la luna les perteneciera, como si lo romántico fuera la condición exacta para aguantar el infierno que son los otros, la carestía galopante y la pesadez de la vida.
Todos y cada uno de ese trío de tres, de ese caudal tripartita de talento, de ese triunvirato de galanuras, se interesaron en ese muchacho y cómo suspiraba cuando pedía “Sabor a mí” y la cantaba en silencio, o “Mil besos”, y lo mismo, y cuando les pidió que le dictaran algo al estilo Cyrano de Bergerac para su Roxana-Penélope. Lo hicieron y fue todo un éxito.
-Eres el hombre que encontré para no perderte –le contestó Penélope por whatsapp.
-Ahora –dijeron los tres al unísono-, escríbele algo no dictado por nosotros, sino de tu propia cosecha.
A Odiseo le dio miedo. Sabía varias docenas de poemas aprendidos cuando fungía como lazarillo del falso ciego Yomero. Poemas de Neruda, de Cavafis, de Yourcenar, de Whitman, de Pessoa , de López Velarde, de Rolando Rosas Galicia y de Amado Nervo. Podía recitarlos de memoria, como si se perfilara con la victoria del certamen anual del Declamador sin maestro. Pero, de eso a escribir un poema suyo, de su autoría, lo ponía a temblar, porque nunca lo había intentado.
-Es fácil –dijeron los tres querubines al mismo tiempo. Buenos poetas como eran, sabían dar consejos y frases de aliento que ya hubieran querido tener las escuelas de escritores en su nómina
. Así, cada uno le aconsejó a Odiseo lo que debía hacer para escribir un poema.
-La poesía no es de quien la escribe sino de quien la necesite.
-El adjetivo mata. Escoge el adjetivo original, novedoso, deslumbrante. Si no, evítalo, no lo pongas.
-.Evade el uso de gerundios y adverbios terminados en mente.
-Escoge tus batallas literarias.
-No hagas caso de los correctores de estilo. La poesía no se ciñe a reglas ordinarias sino extraordinarias.
-No trates de ser como los poetas que admires. Sé tú mismo, no otros. Que los demás ya están ocupados.
-No cuentes sílabas como si contaras frijoles. La poesía es ritmo y metáfora, no una cinta métrica o una balanza.
-Hay un poeta debajo de cada piedra, pero sólo un verdadero escritor detrás de cada palabra que moldeamos exacta.
-No cuentes historias en poesía. Para narrar, el cuento y la novela.
-Recuerda, sólo hay tres temas: el amor, las deudas, la muerte.
-Si eres poeta y en el aire las compones… Manda muy lejos a quien te diga esa frase.
-Escribe poesía como la rosa crea pétalos y espinas.
-Sacrifícate por la poesía. No sacrifiques la poesía por ti.
-No seas flojo. Que no te dé pena. Escribe poesía.
-Es mejor la disciplina a la inspiración.
-La poesía es como el cielo, que sin saber volar, enseña a las aves a hacerlo.
Fueron varios consejos más, que Odiseo escuchó atento, como si los dioses por fin se hicieran presentes.
-Ahora, escribe –ordenaron los tres.
Odiseo cerró los ojos y se concentro. Se mordió los labios. Escuchó cómo uno de los clientes pedía a uno de los meseros de la cantina El canto de las sirenas una torta cubana y otra de huevo con chorizo, y cómo alguien puso dinero en la rockola para escuchar “Si no te hubieras ido sería tan feliz”, del Buki Muñiz.
-Concéntrate, pequeño saltamontes –bromearon como en trifecta los querubines.
Odiseo se concentró. Recordó los consejos, algunos más, algunos menos, y se puso a escribir. Lo hizo con pasión y como en trance. La poesía le ponía olas, cielos embravecidos, ramas de árboles, amaneceres de desvelado y lo que la primavera hace con los cerezos y las guayabas. Era un proceso alquímico con imaginación y con palabras. Cuando terminó dijo:
-¡Ya! –con entusiasmo.
-A ver, léelo –se escuchó la triple orden.
Odiseo, no sin antes decir: “Es para Penélope”, leyó:
-Personificar por entero la noche, el beso, la poesía en tu piel./ Mirarte desde mi lengua en tu pubis./ Acostar conmigo el diluvio entre tus piernas,/ mudarme a tu desnuda manera de atraer el fuego/ al reino mío de la seducción y la bohemia./ Cantarte la señal en los distintos balcones/ de tu nuca, tus caderas, tu espalda”.