Mauricio Carrrera
Yomero, el ciego que se hacía el ciego, se metía no sé qué cosas que lo ponían exaltado o contrito: aire contaminado de la Ciudad de México, alucinaciones de mitos de eleusis con propóleo y sábila, libros prohibidos por el index vaticano, hallazgos en librerías de viejo, olores de alcantarilla, ilusiones en tranvía, alegrías hechas de ron con cocacola, mentiras piadosas, los besos de una mujer que le parecía hermosa y fiel, y esperanzas propias del premio mayor de la lotería. Entonces, porque en el fondo era cursi, lúcido y sentimental, le daba por cantar. No arias ni boleros. Nos referimos a mostrar su alma al derecho y al revés, esa mezcla de verdades, imaginación y vaticinios, con la enjundia de un rencoroso social, de un Demóstenes (no el de Don Gato, aclaro) o de un locutor que anuncia refrigeradores o pomadas contra el pie de atleta…
-No hay más vida que ésta –decía por completo convencido-. Ahí donde la has jodido, la has jodido para todos los tiempos, para todos los azares, para todos los universos.
-Hemos perdido el bien del intelecto. Lo demuestran Netflix y las redes sociales, la masiva determinación de escribir con faltas de ortografía y la creencia generalizada de que nuestra opinión es verdad absoluta, ley suprema del sólo mis chicharrones truenan.
-Dice Dante: “Ningún mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria”. En nuestro país hay muchos infelices porque siguen miserables, en una pobreza que no es pasado sino presente eterno, por más que los sexenios nos vengan con sus demagogias y sus mentiras de cambio. El infierno de Dante sí existe en la realidad social, fuera de la imaginación y la literatura.
-No somos más que changos que usan falda o corbata. Sólo la tecnología nos salva de vivir en los árboles.
-Un presidente puede hacer tan poco bien pero tanto daño. Contemplo las ruinas de la patria mía. No hay futuro, sólo un cielo sin estrellas.
-No hay que culpar al viento del desorden. Soy quien soy por haber abierto muchas puertas y ventanas, por no haberlas cerrado a tiempo, antes del chiflón de la incertidumbre y el desengaño.
-He pasado la vida en la confección de un poema sagrado y auspiciado por mis ambiciones de bardo inmortal, que me ha enflaquecido y dejado medio loco y exhausto. No importa. Así haya guerra, voces interiores de abulia, mi tradición de continuar pobre, las maledicencias sobre mi falta de tamaños y talento, habré de terminarlo. Que haber salido de la cuna haya servido para otra cosa que respirar y mirarse en el espejo.
Cosas así decía como en sesión mediúmnica. Odiseo lo escuchaba y hacía círculos en la oreja, como si se enredara un hilo, para indicar que Yomero era un gran deschavetado. Lo mismo sucedía en la calle. Cuando no recitaba sus poemas y se ponía de intenso cual político en tribuna, la gente se alejaba y lo dejaba solo en sus peroratas de triste y alelado.