Joel Hernández Santiago
¿En dónde está la oposición política en México? ¿Qué pasa con ella? Los partidos políticos que ahora son adversarios ideológicos del gobierno federal y su partido Morena ¿qué hacen? Lo más que se sabe de ellos es que luego de los resultados electorales del primero de julio de 2018 vino su hecatombe; vino el recuento de daños y se han hundido en sí mismos, sin solución a la vista…
Por estos días se cumplió un año de que ganó la elección presidencial el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador, con la coalición “Juntos haremos historia”, integrada por Morena, el Partido del Trabajo y, lo inverosímil, con el ultraderechista Partido Encuentro Social (PES). Un triunfo que sumó más de 30 millones de votos a su favor, de un padrón de 88 millones que podrían votar para elegir presidente, aunque ese día votaron 56.6 millones de electores.
Así que AMLO obtuvo el 53.17% de los votos, seguido por Ricardo Anaya del Partido Acción Nacional (PAN) con 22.26%; José Antonio Meade (PRI) con 16.43%; y el independiente Jaime Rodríguez Calderón 5.23%. Los demás son lo de menos.
Una democracia se construye en base a distintos puntos de vista respecto de lo que es y debe ser la política de gobierno; la diversidad de pensamiento y de aspiraciones encuentra salida a través de los partidos políticos, que son instituciones que representan esa corriente ideológica y los cuales habrán de defenderla para conseguir ser gobierno.
Y para ello, de manera organizada en democracia, se crea un sistema de partidos compuesto por institutos políticos distintos, los que presentan esas alternativas doctrinarias, ideológicas y de proyecto de Nación para que los ciudadanos elijan en base a sus certidumbres o intereses políticos personales…
Así que la democracia se fortalece cuando se establecen reglas de participación organizada y en ley. Ya con ciudadanos militantes o simpatizantes de partidos políticos o simple y sencillamente ciudadanos que atienen al llamado de su instinto político. Todo depende.
La teoría clásica de la democracia dice que en toda sociedad hay esa diversidad de ideales y todas deberán participar en la elección de su gobierno y de sus legisladores en un modelo del tipo representativo y constitucional, como es el de México. Ya Norberto Bobbio, como Michel Ángelo Bovero o Herman Heller y más, han reflexionado sobre la importancia de la oposición en una democracia.
En la medida en que esta oposición esté fortalecida, sea congruente con sus principios e integrada por políticos convencidos de las razones de Estado, en esa medida asimismo se fortalece la democracia como parte integral de la vida pública de un país porque se convierten en factor de equilibrio ante los hechos de gobierno.
Pero se da el caso de que en México los partidos políticos oficialmente registrados ante el Instituto Nacional Electoral (son 9), en su gran mayoría están desdibujados, integrados más por intereses de poder que por intereses de Estado y en los cuales predomina la personalidad de los candidatos más que los ideales de partido. ¿Por quién votan los electores? ¿Por el candidato? ¿Por el partido?…
… En general los partidos mexicanos están conformados por personajes que aglutinan más ambiciones de ser gobierno y su ganancia en poder, prestigio –o desprestigio- las prerrogativas y utilidades, que de transformación o de participación política de construcción institucional y nacional. No hay en México, políticos de Estado; hombres de Estado; no se les ve por ningún lado.
Si hay una especie de triunfalismo excesivo por parte del gobierno federal –como se vio este lunes primero de julio- y por otro lado una falta de oposición real, convincente, cierta, fuerte y con proyectos alternos de gobierno frente a lo que día a día critican, descalifican y acusan como mal gobierno.
Cierto, el presidente López Obrador ha tomado decisiones impredecibles, inseguras, con frecuencia imprudentes y más con sentido de la caridad que bajo políticas públicas bien estructuradas. Muchas ocurrencias y al parecer ya daños colaterales…
Pero la oposición, que representa a millones de mexicanos, se ocupa tan sólo de la crítica y la descalificación al gobierno actual, pero no presentan alternativas o propuestas; esas fortalezas que sean ese factor de equilibrio tan necesario. Por tanto, deja de ser oposición para ser contestatarios.
Mientras el PRI se debate en su próxima elección interna: O recupera el terreno y el tiempo perdido o se entrega a la bartola, que es ser complaciente con el gobierno actual, como ya ha ocurrido en el Congreso del país. El PRD es prácticamente inexistente: está en agonía.
El PAN que quiere mostrar músculo está en su nueva etapa interna, con más migrantes que nuevos militantes y con más confrontaciones que proyectos firmes y de fondo: se pasa llorando y acusando. Y si bien es la única fuerza que intenta contener a la mayoría complaciente de Morena en el Congreso, carece del apoyo social para tener impulso en sus posiciones.
El resto de los partidos están como aquella cancín del “vende caro tu amor, aventurera”. Y así esa oposición que hace falta, no para la confrontación o la desestabilización, si para recordar que un partido único y absoluto, fortalecido por la falta de oposición, es asimismo antidemocrático y peligroso.
El tema no es ideológico en esto: si es un tema de democracia viva y si se puede, algún día en México, de democracia consolidada.
Pero para eso aún falta. ¿Cuánto? Todo depende de revisar si este sistema de partidos es útil como está, o de plano hay que cambiarlo: pero esa decisión es de todos nosotros y no de los políticos que, como sabemos, también terminan por ser enemigos de la democracia.